Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

lunes, 14 de abril de 2014

La infancia de Alan

Tratándose de arte, la representación es una excusa, un procedimiento, un recurso... para una presentación. Por medio de lo representado, por entre sus rendijas, se cuela o toma cuerpo lo que se presenta en una obra de arte.

Emmanuel Guibert es un experto en este presentar mediante el arte de la representación.


Lo veíamos al comentar arriba El fotógrafo y La guerra de Alan. Ahora, con La infancia de Alan (2012), Guibert reafirma su pericia en una línea similar a la de los trabajos anteriores.


Por decirlo en términos freudianos, hay un contenido latente en los tebeos de Guibert que se expone o es expuesto a través de un contenido manifiesto. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la práctica psicoanalítica, no es preciso recurrir al análisis para detectar ese contenido latente, ya que fluye como el agua transparente y se deja sentir.

En efecto, el artificio poético de Emmanuel Guibert consiste en facilitar -con sus dibujos, viñetas y forma de paginar- que se exponga una voz, la de un narrador que alimenta el relato. No es Guibert, entonces, quien habla; es la voz del narrador. Guibert es el artista invisible. Y así, renunciando a exponer su propia subjetividad, consigue que sea la subjetividad del lector la que conecte con esa voz que él expone, dándole entonces a esta unos tintes de universalidad.

En La infancia de Alan Guibert prosigue el trabajo iniciado en La guerra de Alan. El narrador es el mismo, Alan Ingram Cope, un estadounidense jubilado a quien el autor conoció en 1994 y con el que mantuvo una amistad alimentada por largas conversaciones. Si en el primer caso la narración de Alan dibujada por Guibert giraba en torno a las experiencias en Europa de aquel durante la II guerra Mundial, en este de ahora lo que se presenta es la niñez del anciano narrador. La historia transcurre en California durante la cuarta década (los años treinta) del siglo XX. Y una vez más, es una sucesión de anécdotas de la vida cotidiana lo que se nos cuenta.

A mí me ha parecido que La infancia de Alan no es un mero cuarto volumen que continúa o complementa los tres anteriores de La guerra de Alan. No solo es que encuentro en La infancia... un mayor talento gráfico y visual por el lado de Guibert, sino que hasta el discurso de Alan, el narrador, me ha resultado más convincente, como dotado de mayor autenticidad. Aunque bueno, no hay que olvidar que Emmanuel Guibert es el autor tanto de las páginas y viñetas como del guion, es decir, es el autor total de la obra, si bien esta está basada en los relatos de Alan. Por tanto, lo que se observa en La infancia de Alan es una mayor madurez narrativa, plástica y poética de Guibert.



Inevitablemente, se perciben reminiscencias de Marcel Proust cuando Alan cuenta historias relacionadas con su madre. Y no solo ahí. De hecho, la obra se cierra con una validación de la sensibilidad artística como forma de relacionarse con la realidad. 

Este planteamiento en cierto modo proustiano, unido a la proliferación de un sentido que va más allá de la información aportada por la sucesión de historias de la vida cotidiana, convierten La infancia de Alan en un claro exponente cultural francés, si es que todavía pueden inhalarse atmósferas nacionales en la aldea global.

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