Tratándose de arte, la representación es una excusa, un
procedimiento, un recurso... para una presentación. Por medio de lo
representado, por entre sus rendijas, se cuela o toma cuerpo lo que se presenta
en una obra de arte.
Emmanuel Guibert es un experto en este presentar mediante el
arte de la representación.
Lo veíamos al comentar arriba El fotógrafo y La
guerra de Alan. Ahora, con La infancia de Alan (2012), Guibert
reafirma su pericia en una línea similar a la de los trabajos anteriores.
Por decirlo en términos freudianos, hay un contenido latente
en los tebeos de Guibert que se expone o es expuesto a través de un contenido
manifiesto. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la práctica psicoanalítica,
no es preciso recurrir al análisis para detectar ese contenido latente, ya que
fluye como el agua transparente y se deja sentir.
En efecto, el artificio poético de Emmanuel Guibert consiste
en facilitar -con sus dibujos, viñetas y forma de paginar- que se exponga una
voz, la de un narrador que alimenta el relato. No es Guibert, entonces, quien
habla; es la voz del narrador. Guibert es el artista invisible. Y así,
renunciando a exponer su propia subjetividad, consigue que sea la subjetividad
del lector la que conecte con esa voz que él expone, dándole entonces a esta
unos tintes de universalidad.
En La infancia de Alan Guibert prosigue el trabajo
iniciado en La guerra de Alan. El narrador es el mismo, Alan Ingram
Cope, un estadounidense jubilado a quien el autor conoció en 1994 y con el que
mantuvo una amistad alimentada por largas conversaciones. Si en el primer caso
la narración de Alan dibujada por Guibert giraba en torno a las experiencias en
Europa de aquel durante la II guerra Mundial, en este de ahora lo que se
presenta es la niñez del anciano narrador. La historia transcurre en California
durante la cuarta década (los años treinta) del siglo XX. Y una vez más, es una
sucesión de anécdotas de la vida cotidiana lo que se nos cuenta.
A mí me ha parecido que La infancia de Alan no es un
mero cuarto volumen que continúa o complementa los tres anteriores de La
guerra de Alan. No solo es que encuentro en La infancia... un mayor
talento gráfico y visual por el lado de Guibert, sino que hasta el discurso de
Alan, el narrador, me ha resultado más convincente, como dotado de mayor
autenticidad. Aunque bueno, no hay que olvidar que Emmanuel Guibert es el autor
tanto de las páginas y viñetas como del guion, es decir, es el autor total de
la obra, si bien esta está basada en los relatos de Alan. Por tanto, lo que se
observa en La infancia de Alan es una mayor madurez narrativa, plástica
y poética de Guibert.
Inevitablemente, se perciben reminiscencias de Marcel Proust
cuando Alan cuenta historias relacionadas con su madre. Y no solo ahí. De
hecho, la obra se cierra con una validación de la sensibilidad artística como
forma de relacionarse con la realidad.
Este planteamiento en cierto modo proustiano, unido a la
proliferación de un sentido que va más allá de la información aportada por la
sucesión de historias de la vida cotidiana, convierten La infancia de
Alan en un claro exponente cultural francés, si es que todavía pueden
inhalarse atmósferas nacionales en la aldea global.
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