Salud y tebeos

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(Winsor McCay)

miércoles, 23 de abril de 2014

Epiléptico. La Ascensión del Gran Mal

Art Spiegelman ha dicho de Robert Crumb:  «Él es una presencia monolítica que reescribió las reglas de lo que son los cómics»

Puede que la sombra de R. Crumb sea alargada, pero eso no significa que sea a la vez ni tiránica ni excluyente. En la historia del arte se encontrarán coincidencias, inflexiones, puntos de contacto y de sutura, influencias, encuentros, divergencias entre obras y autores, pero nada más. Este es el planteamiento de la historia efectiva. Entender ciertos momentos singulares como necesarios lleva a considerarlos eslabones de una cadena en la cual sin los unos no podrían haberse dado los otros. Sin embargo, no es preciso recurrir a las necesidades causales para valorar cada singularidad. Aunque siempre sean útiles las contextualizaciones históricas.


Epiléptico. La ascensión del Gran Mal es el título en castellano de la edición integral de L'Ascension du Haut Mal, obra dibujada y escrita por el francés David B. -que es el modo en que firma sus cómics Pierre-François Beauchard (n. 1959)- y que fue publicada en seis volúmenes por L'Association entre 1996 y 2003.

David B. pertenece a una generación posterior a R. Crumb. Y se enmarca en la historieta "del lado de acá", es decir, el tebeo producido a este lado del Atlántico; si bien este es uno de los autores que rompieron con la tradición del cómic francobelga "48CC", esto es, el editado en álbumes de cuarenta y ocho páginas en color y encuadernados con tapa dura (cartoné).

¿Cuál sería entonces, si la hay, la impronta crumbiana de Epiléptico. La ascensión del Gran Mal?

La respuesta inmediata la aporta el cariz autobiográfico que entraña la obra de David B.

Aun así, hay más.

Tal y como veíamos al hablar del "priapismo gráfico" de R. Crumb, el propio David B. declara en Epilético que para él la práctica incesante del dibujo fue su manera de exorcizar sus fantasmas. En el relato de Crumb, el dibujo le sirvió para ahuyentar el fantasma de la locura familiar. En el caso de David B. era otro fantasma, el de la epilepsia de su hermano, el que acechaba al dibujante.


No obstante, sería impropio decir que sin el precedente de Crumb no habría existido Epiléptico. Lo mismo que es impropia esa afirmación que se repite a menudo según la cual es precisa la existencia previa de Epiléptico para entender Persépolis, por mucho que la obra de la joven iraní fuese publicada en L'Association (la editorial alternativa e independiente fundada por David B. y otros) y aunque el volumen integral de la obra de Marjane Satrapi esté prologado por el mismo David B.

24.04.2014

Porque claro, una cosa es el objeto de la representación y otra cosa son los objetos representados. Y esta distinción es más que oportuna para acometer una lectura de Epiléptico. La ascensión del Gran Mal.


El Gran Mal al que se alude en el título es la epilepsia, una enfermedad que ya desde antiguo ha tenido consideraciones asociadas al más allá, a los dioses, a los diablos, a los abismos telúricos. En la Antigüedad, los griegos la denominaron "la enfermedad sagrada” (Morbus Sacer). Y fue precisamente otro griego del siglo -V, Hipócrates de Cos, considerado el padre de la medicina occidental, quien escribió en su Tratado sobre la Enfermedad Sagrada:

«Acerca de la enfermedad que llaman sagrada sucede lo siguiente. En nada me parece que sea algo más divino ni más sagrado que las otras, sino que tiene su naturaleza propia, como las demás enfermedades, y de ahí se origina. Pero su fundamento y causa natural lo consideraron los hombres como una cosa divina por su ignorancia y su asombro, ya que en nada se asemeja a las demás. Pero si por su incapacidad de comprenderla le conservan ese carácter divino, por la banalidad del método de curación con el que la tratan vienen a negarlo. Porque la tratan por medio de purificaciones y conjuros.»

Pues bien, en su novela gráfica David B. ofrece un largo repertorio de "curas milagrosas" a las que se vio sometido su hermano epiléptico, incluido también el señuelo de la neurocirugía oficial, desestimado a tiempo por su familia. Y el punto de vista del autor, que es lo que en definitiva amalgama la historia, está desde luego más cerca de Hipócrates que de toda la quincalla esotérica y milagrera que desfila por el libro.

Aunque, todo hay que decirlo, es precisamente esa representación de variedades esotéricas lo que da juego visual y narrativo a las casi cuatrocientas páginas de la novela.


25.04.2014

Y es que aunque el aspecto clínico de Epiléptico proporciona las anécdotas que dan continuidad al libro, ese aspecto no agota los significados de la obra entera (por aquello del objeto de la representación y lo en ella presentado).

De hecho, la continuidad narrativa no le viene a este libro por el lado gráfico. Más bien al contrario, La ascensión del Gran Mal puede parecer una obra abigarrada. Ello es debido a que, según se aprecia, David B. renuncia en sus dibujos a la perspectiva y, con ello, a la impresión de realidad que proporcionan los puntos de fuga al permitir reposar y unificar la mirada del espectador. Además de que cada viñeta parece ejecutada al margen del conjunto, David B. recurre a encuadres inspirados en los primitivos medievales, en el arte pecolombino, en las figuraciones de Oriente.

Esta especie de prerrafaelismo atomista (la unidad gráfica es la viñeta per se) que resta sensación de continuidad cinematográfica a la obra no es un defecto del autor, sino el resultado de un propósito suyo deliberado. En una página añadida a modo de postfacio en nueve viñetas de Epiléptico, datada en 2009 y titulada "Cómo cuenta uno su vida por David B.", escribe el autor:

"Utilizo un dibujo simple, mi intención no es hacer una reconstrucción sino traducir sentimientos. Para ello, reencuentro el espíritu de mis dibujos de niño y doy un gran espacio a los símbolos, la epilepsia de mi hermano se convierte en un dragón."

De eso se trata, entonces: de traducir sentimientos antes que de contar una historia lineal. Y es la técnica empleada por David B. la que puede producir sensación de abigarramiento.

Y es eso mismo, también, lo que salvaría el reproche que le hacen algunos a Epiléptico en el sentido de que aquí los dibujos no son más que una ilustración del texto, un subrayado si acaso, innecesario por tanto. Obviamente, esta crítica es lo que está de más, ya que en La ascensión del Gran Mal el arte secuencial escapa a la mera representación de una historia. En este caso, el objeto de la representación, su sentido, es otro.


26.04.2014


A pesar del inicio o arranque de Epiléptico, se percibe en seguida que no se trata de una narración à la Milton Caniff. No es una novela de acción donde los sucesos se encuentran concatenados según las técnicas de planificación cinematográfica clásica. Antes bien, La ascensión del Gran Mal es una "novela de sentimientos", según lo declara el propio David B. El propósito no es otro que traducir sentimientos a través del dibujo.

Sin embargo, el vocablo 'sentimientos' no debe llevar a equívocos. No estamos ante un producto remilgado ni autocomplaciente. Ni hay aquí para nada eso que se ha dado en llamar pornografía de los sentimientos. Al contrario, sorprenden la sinceridad y autenticidad con que el autor expone sus sentimientos de rabia, de ira, de reproche ante una situación dramática insuperable. Y vibra el lector cuando ve cómo se hacen la puñeta a menudo los dos hermanos. Por no hablar de la violencia proyectada en los dibujos del pequeño Pierre-François.

Esta autenticidad emotiva es una característica del mejor cómic autobiográfico. De no ser así, estaríamos ante insufribles sensiblerías.


Epiléptico ofrece también la versión de una "novela familiar". Y otras varias implicaciones.

Desde una perspectiva sociológica señalaré, para terminar, lo que sigue.

El periodo de tiempo comprendido en la obra, los años sesenta y setenta pasados, fue propicio para los esoterismos de toda índole. En 1960 Jacques Bergier y Louis Pauwels publicaron en Francia Le Matin des magiciens (El retorno de los brujos). Y en 1961 esos mismos autores crearon la revista Planète, que estuvo en activo hasta 1971 y que compraban los padres de David B. Eran años, por otra parte, de búsqueda de modos de vida alternativos.  Comunas macrobióticas, rosacruces, espiritismo, vudú, antipsiquiatría, gurús, exorcistas, Lobsang Rampa... Signos de una época.

Más que signos, eran clavos ardiendo a los que se aferraban los padres del chico enfermo tratando de encontrar una cura para su hijo.

No puedo dejar de copiar una conversación en nueve viñetas (la trama gráfica que predomina en las páginas de Epiléptico) entre Pierre-François -el autor- y su madre mientras esta pela patatas:

--¿Por qué hacías todo eso? ¿Lo de visitar o escribir a esa gente?

--Era lo único que nos quedaba.

Ya no teníamos puntos de referencia.

La referencia de tu padre era el catolicismo. La mía, el ideal laico y republicano que me inculcó mi madre.

Libertad, igualdad, fraternidad.

El catolicismo nada podía hacer por nosotros. Dios sabe cuánto ha rezado tu padre por Jean-Christophe.

Ya no teníamos libertad. Con un hijo enfermo apenas hacíamos lo que queríamos.

Pronto nos dimos cuenta de que teníamos menos medios que los demás para curar a Jean-Christophe.

Y no habíamos visto mucha fraternidad.

Sólo a la gente gritar "loco" cuando Jean-Christophe tenía un ataque en la calle.


Epiléptico. La ascensión del Gran Mal. Una obra recomendable.

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