Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

jueves, 18 de agosto de 2016

Víctor Mora y El artefacto perverso

Grandes artistas son aquellos que además de realizar buenas obras, llevan una vida que inspira a otros artistas la realización de una buena obra. Es el caso de Víctor Mora Pujades (1931-2016) y de El artefacto perverso (1996), un magnífico tebeo escrito por Felipe Hernández Cava y dibujado por Federico Del Barrio.



Presumo que la base de la inspiración de El artefacto perverso se encuentra en la vida de autores como Víctor Mora -y otros como él-, cuya circunstancia profesional y vital transcurrió en ese oscuro periodo magistralmente descrito (o nombrado, si se quiere) por Paco Roca como El invierno del dibujante. Mi homenaje a Víctor Mora -y otros como él- en este post no consiste en glosar su obra, cosa muy bien hecha por otros i per tot arreu, sino en tratar de decir algo acerca de las consecuencias nefastas de aquel artefacto perverso ideado por el franquismo en su pleno dominio.

El artefacto perverso metaforizado por la historieta de Hernández Cava y Del Barrio no es ni más ni menos que la maquinaria puesta en marcha por Franco y sus adláteres para implantar el olvido, la antítesis de la memoria. Un mecanismo perverso, cuya perversidad se basaba en potenciar precisamente lo que se niega. Era cuando la educación de un bachiller consistía en memorizar cosas tan (in)significantes como la lista de lo reyes godos de Hispania. Y a la vez, el pasado inmediato, cuando no falseado, proscrito. La perfección de este artefacto perverso -la máquina del olvido y a la vez memorística- estriba en que, hoy por hoy, maquiavélicamente se ha conseguido expulsar la memoria de la educación. Como si fuera posible conocer sin recordar.

El capitán Trueno, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas bélicas, vamos, todo lo relacionado con el rótulo Tebeos de postguerra ('escuela Bruguera' y TBO incluidos) son un cúmulo de historietas realizadas bajo la dominación del artefacto perverso. Hablamos de páginas más o menos bien guionizadas y bien dibujadas, aunque sometidas a las relaciones de poder empresarial de la época (el propietario de la editorial es el dueño de las viñetas), Los autores, en muchísimos casos, eran supervivientes del segundo y el tercer bando de la guerra civil, esto es, el de los que la perdieron y el de los que simplemente padecieron sus consecuencias (la mayoría simple, tal vez). Para todos se impuso el artefacto perverso. Solo había que olvidar y salir adelante.

La cuestión es que un buen número de dibujantes de aquella época (no solo por pereza omito nombres, pues son más de la mitad más uno) aceptaron las condiciones impuestas por el poder de entonces. Había, insisto, que sobrevivir y, si fuere posible, vivir. No es extraño así saber de autores de tebeo de la época volcados en producir a tanto la página y pendientes no de reconocimiento, sino simplemente de sobrevivir. (Estremece leer lo que escribe Onliyú acerca de Escobar y su frase: "Yo sólo hacía monigotes".)

El colmo de la ignominia se produce cuando autores como Víctor Mora -y otros como él- son tildados de franquistas simplemente porque les tocó vivir y trabajar en aquella época. Es cosa de documentarse. Me refiero a que el artefacto perverso consiguió no ya solo anular la memoria colectiva de un país, Estado, nación o lo que esto sea, sino también promover la interpretación de los tebeos de la época en términos franquistas. Mon dieu. Una cosa es jugar con las condiciones presentes y otra muy distinta es ceder a ellas.

El artefacto perverso (lo escribo sin comillas ni marcas de estilo adrede) triunfó o triunfa doblemente. En tanto que artefacto, funciona como mecanismo de olvido de la presencia inmediata. Y como perverso, convierte a quien lo utiliza en protagonista.

Es cosa de superar la perversión de tamaño artefacto.


lunes, 15 de agosto de 2016

Onliyú - Nazario

Un clavo levanta otro clavo, igual que las memorias de Nazario (referidas aquí el otro día) remiten a los recuerdos de Onliyú.


Hay más relato histórico en Onliyú que en Nazario, en la medida en que el sujeto (u objeto, según se mire) de la representación es en un caso -el de Onliyú- colectivo (el underground) y en el otro -el de Nazario- singular (el dibujante underground). Por otra parte, las memorias de Nazario tienen mayor recorrido temporal que las de Onliyú, pues estas culminan en diciembre de 1979, precisamente con ambos autores charlando y tirando de bourbon en la presentación de la revista El Víbora.

Uno de los aciertos de ambas obras es que clarifican la diferencia que hay entre conocimiento e información (la confusión entre estos dos términos está hoy demasiado extendida, espero que no irremediablemente). Siendo como fueron Nazario y Onliyú dos protagonistas activos del underground barcelonés, ofrecen en sus libros un conocimiento de todo aquello que trasciende la mera información o acumulación de datos.

Curiosamente en ambas memorias se perciben las luces y las sombras de Mariscal, cuya presencia es inevitable en el relato de aquel periodo concreto de la historia del tebeo.


Rememorar hoy los '70 del siglo pasado con la excusa de los tebeos tiene un valor añadido para un tipo de mi edad. Más allá de la información, favorece el autoconocimiento al activar los recuerdos.

No es una cuestión de nostalgia, pero qué bien lo pasamos.


miércoles, 10 de agosto de 2016

Nazario underground


De los tres ítems que conforman el título de las memorias de Nazario (nom de plume de Nazario Luque Vera, n. 1944), esto es, 'vida cotidiana', 'dibujante' y 'underground', probablemente sea el primero, 'la vida cotidiana', el que invade el libro. Nazario se expone al desnudo en La vida cotidiana del dibujante underground (2016) hablando de sí pero más, si cabe, de otros cercanos a él como Ocaña, Alejandro, Camilo, Mariscal... Personajes todos (y todas: Ana Seró p. e.) que son parte de una parte -en versión española- de aquella generación que tanto tuvo que ver en los setenta pasados con la transformación lúdica de la realidad cultural y social. Era en concreto esa parte amalgamada de independientes, contraculturales, libertarios, ácratas, descreídos en definitiva -herederos de los hippies y de la beat generation- que seguían los designios del principio de placer como guía vital.

El hecho de que Nazario fuera historietista (dibujante de tebeo) antes que pintor, ilustrador, fotógrafo, etc., lo orientó hacia el comix underground de la época. Es más, no es impropio calificar a este autor como el padre de ese tipo de tebeo aquí. Pero hay otras facetas de Nazario que han condicionado acaso más su vida. Y es en estas otras en las que pone el autor mayor énfasis en sus memorias, quedando su faceta de dibujante en cierto modo como sobrentendida.

Sí que hace Nazario una breve alusión (en la p. 35 del libro) al comix asociado a nombres como Crumb, Green, Shelton y compañía:
"Dos de las primeras condiciones para que un tebeo fuera realmente underground -lo decían los cánones americanos- eran que la obra se hubiera realizado libremente sin la intervención de ningún tipo de censura y que hubiera sido autoeditado al margen de editores foráneos. La última condición para que el producto fuera auténticamente underground era su distribución por circuitos paralelos."
La aplicación estricta de estas tres condiciones implica que el tebeo underground o comix tuvo una vida breve. Así lo reconoce Nazario unas líneas más abajo (omito en interés del lector los detalles históricos):
"El final auténtico, el entierro, -años más tarde realizaría una exposición a la que llamaría "El entierro del underground"-, vendría de la mano del editor de la revista Star."
Con lo cual tenemos que, en sentido propio, el tebeo underground fue un fenómeno creativo (en su realización y diseño) y artesanal (en su autoedición y distribución) que en efecto duró poco tiempo.

Sin embargo, más allá del ámbito tebeístico, el término 'underground' tiene un sentido abarcador en cuanto aparece ligado a una forma o manera de actuar y de entender la vida. Y ahí sí que permanece -y es determinante- la primera condición de las tres enumeradas por Nazario arriba:
"...que la obra se hubiera realizado libremente sin la intervención de ningún tipo de censura...",
entendiendo aquí la obra como la propia vida.

Y en este sentido, Nazario ha sido siempre un vividor underground.


Nazario no realiza en esta autobiografía un registro notarial de su vida y obras. Es como si entendiese que en la era de internet ese tipo de información está fácilmente al alcance en otras páginas, incluida la suya (nazarioluque.com). Es más un ejercicio literario lo que él lleva a cabo en La vida cotidiana del dibujante underground, en consonancia con trabajos anteriores como el que Onliyú (José Miguel González Marcén), uno de los protagonistas de aquello, realizó en el libro Memorias del underground barcelonés (2005), o el documental televisivo de 2010 Barcelona era una fiesta underground 1970-1980, que sirven de trasfondo y complemento del de Nazario. Los protagonistas de estas obras más o menos coinciden en todas, pero hay una principal que sobresale, la ciudad de Barcelona que los acogió.


La sinceridad sin tapujos de Nazario en este largo trozo de su autobiografía (comienza con su plaza de maestro nacional ya ganada) es una marca de la naturalidad underground. Puede ser que Barcelona en los setenta fuera una fiesta y que los personajes de esta historia la vivieran así. En cualquier caso, la fiesta terminó y se fueron apagando las luces. La muerte terrible de Ocaña coincidió con el fin de aquella espontaneidad acaso ingenua. Pero la vida siguió.

Nazario desgrana en el tercio final de su libro la vida cotidiana con Alejandro Molina durante décadas. Hay emoción en la escritura. Acompañada de lucidez. Del final se desprende que el título proyectado del libro era Un pacto con el placer. Pero el remate de la vida, sugiere Nazario, impide que sea este, el placer, un bien inmaculado y eterno.

Para el artista underground, la mejor obra es su vida.