La puta guerra, sí, la que alimenta escenarios e historias crueles, la representada bajo el rostro de la épica y la denuncia, el valor y el dolor, la lucha y la muerte, la resistencia y la vida.
"La guerra es el padre y el rey de todas las cosas; a unos los muestra como dioses y a otros como hombres, a unos los hace esclavos y a otros libres." (Heráclito)
No me refiero a la guerra entendida como un universal ontológico, una realidad inexorable que se impone en todas partes con necesidad metafísica (la imagen heracliteana del arco y la lira). Ni especulo acerca de si es una misma la guerra que extiende su zarpa en momentos y escenarios distintos, o hay más bien diferentes guerras, cada una con sus innumerables batallas.
Me refiero al conflicto armado, al dislate bélico. Y en este respecto, sea una o varias, sean cuales fueren sus causas, todas las guerras coinciden en lo mismo: el sufrimiento y la muerte a ciegas.
Importa la realidad y experiencia terrible de los que padecen las guerras. (Ocurre en esto lo que con la enfermedad y las enfermedades. La taxonomía, la etiología y demás son indispensables para la ciencia médica. Pero a fin de cuentas, lo que realmente existe son los enfermos. Y es en ellos en los que debe centrarse el arte del médico.)
Las víctimas de la enfermedad, las víctimas de la guerra.
En el ámbito de la representación, fue Goya quizás el pintor que más se acercó a la sensibilidad moderna respecto al relato y la contemplación de la guerra. Previamente, Rubens había realizado un lienzo titulado igual que la serie de grabados del aragonés: Los desastres de la guerra. Pero Rubens aún se movía en el terreno de la alegoría basada en personajes mitológicos (Marte, Venus, Cupido, etc.) Goya, en cambio, mostró una crudeza humana, demasiado humana, tan grotesca como insoportable.
El cómic contemporáneo recoge algo más que secuelas de la mirada de Goya. No tanto en el caso de la historieta bélica (Miller y su 300, p. e.), claro está, sino en el del cómic antibélico (Tardi, Sacco, Hernández Cava, Altarriba, Sento y un largo etcétera). El cual viene a ser, por cierto, el que nos interesa.
No creo que sea una muestra de cinismo considerar que la puta guerra es una fuente de inspiración para el cómic en una u otra de sus versiones (bélica, antibélica). Otra cosa es la tensión de los contrarios apuntada por Heráclito.
La guerra como escenario, la guerra como marco es lo que
enlaza la última novela de Gipi, unahistoria, con otra suya anterior,
Apuntes para una historia de guerra. Es la guerra como referente que
brinda ocasión para que Gipi conciba en ambas novelas situaciones que se hallan
al límite. En un caso y en otro, siendo como son las dos diferentes, el
fantasma -bien real- de la guerra le sirve al artista italiano para desarrollar
otros fantasmas que se inscriben en un imaginario personal, propiamente de
autor.
Diferente, a propósito de la guerra, es lo que nos presenta
el francés Jacques Tardi (n. 1946) en La guerra de las trincheras (1993).
Pues aquí el sujeto y el objeto, el medio y el fin, es, a la
manera de Goya, la representación de la guerra y su horror como único
referente. Pero no de un modo gratuito, porque sí, sino en nombre de algo
infinitamente más valioso que la guerra. En pos de la humanidad.
Aunque no es descabellado pensar que las guerras que
enmarcan las historias de Gipi encuentran su origen de algún modo en la
representación de La Guerra
de Tardi.
Decía Hugo Pratt que uno de los cometidos del cómic
podría ser el de crear los grandes mitos contemporáneos.
Pero no solamente crearlos, podemos añadir. El cómic también
puede re-crearlos evocándolos. Y puede hacerlo además de un modo crítico.
Esto es lo que llevan a cabo José Muñoz y Carlos Sampayo en
su Carlos Gardel. La Voz
del Río de la Plata.
En este libro, la recreación-evocación del mito de Gardel,
un mito fundamental en el imaginario colectivo de la nación argentina, pasa por
una valiente puesta en solfa de otro mito, el de la identidad nacional
identificada a su vez con otra identidad, la de un personaje -Gardel- que a la
postre se muestra tan impreciso y ambiguo como esa supuesta identidad nacional.
Hacen falta bemoles, pero a Muñoz y Sampayo, argentinos los dos, no les faltan.
Con todo, el arte de esta dupla creativa, el tándem Muñoz y
Sampayo, consigue elevar la imagen sonora de Carlos Gardel hasta el punto de
que esta sigue volando en la zona sensible que conecta las ensoñaciones con la
vista y el oído de los que la siguen. Es de nuevo el recurso estético de la
sinestesia, que tan bien dominan estos dos autores y que es una marca de
fábrica de sus trabajos en común, lo que permite velar desvelando, o desvelar
velando, la extraña figura del "zorzal criollo" a través de su
extraña conexión argentina.
De modo que, pese a las sombras y ambigüedades de toda
índole que rodean a la personalidad de Carlos Gardel, lo cierto es que al final
de este cómic prevalece el tópico popular argentino según el cual "el
Mudo" ... "cada día canta mejor".
20.10.2014
Mi padre, sin ser argentino, tenía a Carlos Gardel
incrustado en su tabla de contenidos estéticos y emocionales. Decir que era fan
suyo suena tonto e infantil, aparte de que en aquella época no se usaba apenas
la palabra fan. El caso es que me crié oyendo hablar de películas como Luces
de Buenos Aires, El día que me quieras y otras. Mi padre también
guitarreaba a veces y los domingos le gustaba afeitarse con brocha y cuchilla.
En tales ocasiones, cantaba tangos de Carlos Gardel. También gracias a él
conocí muy pronto el Martín Fierro y toda la mitología gauchesca. Y,
seguramente por todo esto, uno de mis sueños recurrentes algunas noches es que
vivo en la ciudad de Buenos Aires. Hasta ahí puede llegar el influjo paterno.
(Por las mismas razones, pero al contrario, un hermano mío siente aversión por
Gardel y los tangos.)
Mi padre murió lamentando no haber vuelto a ver una película
de Gardel desde los años cuarenta pasados. Le extrañaba mucho, decía, que no
las recuperasen y las exhibiesen de nuevo, siquiera en televisión. Son
películas viejas (Gardel murió en 1935), correspondientes al momento de
irrupción del cine sonoro en que proliferaron los musicales. Y en efecto, las
películas de Gardel eran un poco la contrapartida porteña de los filmes
musicales inspirados en Broadway, si bien estaban producidas por la Paramount. En los
años treinta del siglo pasado, hablando un poco a lo grande, había una especie
de distinción de clases reflejada en los correspondientes gustos de unos y
otros por Fred Astaire o por Carlos Gardel.
Mi padre habría flipado si hubiese llegado a conocer la
accesibilidad que hoy en día tienen las películas de Gardel. No ya solo desde
un PC, sino también desde una tableta, un móvil y otros dispositivos que llegan
como unas gafas o un reloj.
En Youtube hay un buen repertorio del cine de Gardel. Dejo
aquí la película completa El día que me quieras. Además de la inspirada
canción que sirve de título al film, contiene el tango Volver. Casi
nada.
Va por él.
Estas reviviscencias me han venido a raíz del cómic de Muñoz
y Sampayo sobre Gardel.
Seguramente mi padre también habría flipado leyéndolo.
21.10.2014
Los mitos se sostienen con leyendas, a la vez que las
leyendas se sostienen con mitos.
El libro de Muñoz y Sampayo sobre Carlos Gardel está
construido sobre una estructura argumental basada en un debate televisivo en la
década del 2000 orientado a establecer un dictamen sobre "el argentino
ideal". En este debate intervienen cara a cara, por un lado, un sociólogo
"especialista en el tema de la identidad nacional" y, por otro lado,
un admirador furibundo del cantor, considerado "la mayor autoridad mundial
en temas gardelianos". Este planteamiento da pie a múltiples
consideraciones de los intervinientes, las cuales son expuestas por los autores
del cómic contrastándolas con retazos de la vida de Gardel en diferentes
ámbitos, por ejemplo el político y el de la ambigüedad sexual. Y el del doble
impostado.
Para conocer el resultado de este debate, recomiendo la
lectura del cómic en cuestión. Solo indicaré como pista que el blanco y negro
de José Muñoz alcanza en estas páginas una luminosidad tal que viene a ser ella
misma la que sobresale sobre la pesquisa.
Son muchas las leyendas que envuelven el mito, son muchos
los mitos que registran la leyenda. Oficialmente, Gardel murió abrasado en un
accidente de aviación en el aeropuerto de Medellín, Colombia, en 1935. En lo
que se refiere a esta muerte, en el cómic de Muñoz y Sampayo el sociólogo
debatiente afirma en el plató de televisión:
Entre otros mitos, estuvo el que decía que Gardel no
murió, que vivía escondido en la selva colombiana, con el rostro quemado... (…)
La gente vivió con la ilusión de que no había muerto.
Pues bien. Hay un cómic anterior a este, publicado entre
1988 y 1989, en el cual aparece un episodio que recoge ese mito. Se trata de
Caribe, una de las historietas protagonizadas por Dieter Lumpen, cuyos
autores son otro tándem, este formado por el argentino Jorge Zentner en el
guion y Rubén Pellejero, oriundo de Badalona, en el dibujo.
Vemos en Caribe unas páginas en que Dieter Lumpen es
llevado por su amigo El Chino a visitar a un misterioso personaje que vive
recluido a solas con su criado en una mansión en una de las Islas del Rosario,
a dos horas de Cartagena de Indias. Este personaje, viejo y obeso, mantiene el
rostro oculto tras una máscara. Y tras insinuar su identidad, le dice a Lumpen:
¿Se imagina a Carlitos Gardel con esta pinta?... Más
valía dejar que la gente creyera que había muerto.
Esto es solo un ejemplo de cómo el cómic se nutre del cómic
y cómo, en general, el arte alimenta el arte. Detectar cosas así gratifica al
lector de un modo similar a cuando ante el Guernica de Picasso un
espectador descubre Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya. Salvando o
no las distancias.
Y es también un ejemplo más del papel que desempeñan los
cómics en la creación, etc., de los mitos.