Salud y tebeos

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Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

martes, 7 de marzo de 2017

'Je est un autre' (Beà y los heterónimos, 2)

[Viene de aquí]

En la página anterior hablé de los heterónimos a propósito de J. M. Beà. Y acabé constatando cierto aire subversivo presente no ya solo en las palabras de Beà que identifican el estilo perpetuo de un autor con el amaneramiento, sino perceptible también en el mero uso de heterónimos por parte del historietista barceloní. Quedó en suspenso, así, en qué consiste, de qué va o a qué me refiero con ese "cierto aire subversivo" que aprecio en el trabajo de Josep Maria Beà. 

El asunto remite a la ley o principio de identidad (A=A), aludido en el mismo post, y a la idea de que esta ley o principio es uno de los firmes sustentos ideológicos, prácticos, de la realidad consuetudinaria. Solo en base a que Fulano es Fulano y no Mengano se le pueden exigir obligaciones y, correlativamente, atribuir algún derecho.




Arthur Rimbaud es una de las luminarias que alumbran el altar de la Revolución (así, con mayúscula). La conexión vital de este poeta con la experiencia de la Commune de París, entre marzo y mayo de 1871, forma parte de aquel imaginario encendido que anhela una vida vivida "de otra manera". Del mismo mayo de ese año, 1871, son las denominadas Cartas del vidente (Lettres du voyant). Son dos cartas escritas por Rimbaud a sendos destinatarios en las que el poeta aboga por una razón poética desvinculada de la tradición y orientada a "alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos". En ambas cartas, escritas con escasa distancia en el tiempo, aparece la frase "Je est un autre" ("Yo es otro"). La puerta queda abierta para los heterónimos.

Lo mejor de esta declaración de Rimbaud tiene que ver, me parece, con la imbricación -por no decir confusión- entre el anhelo poético y la vida cotidiana. O, en términos más freudianos, entre el principio de placer y el principio de realidad. Es una imbricación que de alguna manera resurgió en el París sesentayochero, expresada a través de aquellas consignas que alimentaron de nuevo el imaginario encendido de una nueva generación, la de los nacidos en torno a la II GM.



Si volvemos a Josep Maria Beà y a sus heterónimos, está clara su pertenencia a dicha generación, por más que Jordi Costa titule una de sus "Viñetas robadas" dedicada a Historias de taberna galáctica, de Beà, así: "En el fuera de campo de la Gran Mitología Generacional" [aquí]. Creo que la realidad de las generaciones es insalvable en una hermenéutica de la sociedad y que incluso la pretensión de saltárselas no deja de ser un recurso generacional.

Beà comenzó a trabajar como dibujante con catorce años en Selecciones Ilustradas, la agencia de Josep Toutain. Lejos de ser un intelectual de salón, o un revolucionario profesional, a Beà le dio por la realización de tebeos, como a Crumb, Spiegelman, Moebius y tantos otros. (A veces pienso que Moebius es un heterónimo de Jean Giraud, pero cuando leo Inside Moebius me entran dudas.) "Los tiempos están cambiando", cantaba Bob Dylan entonces. Las aguas de ese cambio no parecían dirigidas por nadie.

Una de las consignas del sesentayocho fue precisamente La imaginación al poder. Beà la satisfizo suficientemente (Historias de taberna galáctica, En un lugar de la mente, La esfera cúbica). Quizás se pensara en algún momento que la mera imaginación podría ser una fuerza revolucionaria. Pero cuando entra en escena la televisión, las expectativas desaparecen. Digamos que al menos la generación de Beà aportó luz, color y discurso a lo que nos rodea. Ni mucho ni poco, sino todo lo contrario. Eran menos en número, la verdad.

Sobre el estilo perpetuo y el amaneramiento hablaremos en otra ocasión.



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