Salud y tebeos

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Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)
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domingo, 19 de octubre de 2014

Carlos Gardel. La Voz del Río de la Plata

Decía Hugo Pratt que uno de los cometidos del cómic podría ser el de crear los grandes mitos contemporáneos.

Pero no solamente crearlos, podemos añadir. El cómic también puede re-crearlos evocándolos. Y puede hacerlo además de un modo crítico.

Esto es lo que llevan a cabo José Muñoz y Carlos Sampayo en su Carlos Gardel. La Voz del Río de la Plata.


En este libro, la recreación-evocación del mito de Gardel, un mito fundamental en el imaginario colectivo de la nación argentina, pasa por una valiente puesta en solfa de otro mito, el de la identidad nacional identificada a su vez con otra identidad, la de un personaje -Gardel- que a la postre se muestra tan impreciso y ambiguo como esa supuesta identidad nacional. Hacen falta bemoles, pero a Muñoz y Sampayo, argentinos los dos, no les faltan.
Con todo, el arte de esta dupla creativa, el tándem Muñoz y Sampayo, consigue elevar la imagen sonora de Carlos Gardel hasta el punto de que esta sigue volando en la zona sensible que conecta las ensoñaciones con la vista y el oído de los que la siguen. Es de nuevo el recurso estético de la sinestesia, que tan bien dominan estos dos autores y que es una marca de fábrica de sus trabajos en común, lo que permite velar desvelando, o desvelar velando, la extraña figura del "zorzal criollo" a través de su extraña conexión argentina.

De modo que, pese a las sombras y ambigüedades de toda índole que rodean a la personalidad de Carlos Gardel, lo cierto es que al final de este cómic prevalece el tópico popular argentino según el cual "el Mudo" ... "cada día canta mejor".

 

20.10.2014

Mi padre, sin ser argentino, tenía a Carlos Gardel incrustado en su tabla de contenidos estéticos y emocionales. Decir que era fan suyo suena tonto e infantil, aparte de que en aquella época no se usaba apenas la palabra fan. El caso es que me crié oyendo hablar de películas como Luces de Buenos Aires, El día que me quieras y otras. Mi padre también guitarreaba a veces y los domingos le gustaba afeitarse con brocha y cuchilla. En tales ocasiones, cantaba tangos de Carlos Gardel. También gracias a él conocí muy pronto el Martín Fierro y toda la mitología gauchesca. Y, seguramente por todo esto, uno de mis sueños recurrentes algunas noches es que vivo en la ciudad de Buenos Aires. Hasta ahí puede llegar el influjo paterno. (Por las mismas razones, pero al contrario, un hermano mío siente aversión por Gardel y los tangos.)

Mi padre murió lamentando no haber vuelto a ver una película de Gardel desde los años cuarenta pasados. Le extrañaba mucho, decía, que no las recuperasen y las exhibiesen de nuevo, siquiera en televisión. Son películas viejas (Gardel murió en 1935), correspondientes al momento de irrupción del cine sonoro en que proliferaron los musicales. Y en efecto, las películas de Gardel eran un poco la contrapartida porteña de los filmes musicales inspirados en Broadway, si bien estaban producidas por la Paramount. En los años treinta del siglo pasado, hablando un poco a lo grande, había una especie de distinción de clases reflejada en los correspondientes gustos de unos y otros por Fred Astaire o por Carlos Gardel.

Mi padre habría flipado si hubiese llegado a conocer la accesibilidad que hoy en día tienen las películas de Gardel. No ya solo desde un PC, sino también desde una tableta, un móvil y otros dispositivos que llegan como unas gafas o un reloj.

En Youtube hay un buen repertorio del cine de Gardel. Dejo aquí la película completa El día que me quieras. Además de la inspirada canción que sirve de título al film, contiene el tango Volver. Casi nada.

Va por él.


Estas reviviscencias me han venido a raíz del cómic de Muñoz y Sampayo sobre Gardel.

Seguramente mi padre también habría flipado leyéndolo.



21.10.2014

Los mitos se sostienen con leyendas, a la vez que las leyendas se sostienen con mitos.

El libro de Muñoz y Sampayo sobre Carlos Gardel está construido sobre una estructura argumental basada en un debate televisivo en la década del 2000 orientado a establecer un dictamen sobre "el argentino ideal". En este debate intervienen cara a cara, por un lado, un sociólogo "especialista en el tema de la identidad nacional" y, por otro lado, un admirador furibundo del cantor, considerado "la mayor autoridad mundial en temas gardelianos". Este planteamiento da pie a múltiples consideraciones de los intervinientes, las cuales son expuestas por los autores del cómic contrastándolas con retazos de la vida de Gardel en diferentes ámbitos, por ejemplo el político y el de la ambigüedad sexual. Y el del doble impostado.

Para conocer el resultado de este debate, recomiendo la lectura del cómic en cuestión. Solo indicaré como pista que el blanco y negro de José Muñoz alcanza en estas páginas una luminosidad tal que viene a ser ella misma la que sobresale sobre la pesquisa.


Son muchas las leyendas que envuelven el mito, son muchos los mitos que registran la leyenda. Oficialmente, Gardel murió abrasado en un accidente de aviación en el aeropuerto de Medellín, Colombia, en 1935. En lo que se refiere a esta muerte, en el cómic de Muñoz y Sampayo el sociólogo debatiente afirma en el plató de televisión:

Entre otros mitos, estuvo el que decía que Gardel no murió, que vivía escondido en la selva colombiana, con el rostro quemado... (…) La gente vivió con la ilusión de que no había muerto.

Pues bien. Hay un cómic anterior a este, publicado entre 1988 y 1989, en el cual aparece un episodio que recoge ese mito. Se trata de Caribe, una de las historietas protagonizadas por Dieter Lumpen, cuyos autores son otro tándem, este formado por el argentino Jorge Zentner en el guion y Rubén Pellejero, oriundo de Badalona, en el dibujo.

Vemos en Caribe unas páginas en que Dieter Lumpen es llevado por su amigo El Chino a visitar a un misterioso personaje que vive recluido a solas con su criado en una mansión en una de las Islas del Rosario, a dos horas de Cartagena de Indias. Este personaje, viejo y obeso, mantiene el rostro oculto tras una máscara. Y tras insinuar su identidad, le dice a Lumpen:

¿Se imagina a Carlitos Gardel con esta pinta?... Más valía dejar que la gente creyera que había muerto.


Esto es solo un ejemplo de cómo el cómic se nutre del cómic y cómo, en general, el arte alimenta el arte. Detectar cosas así gratifica al lector de un modo similar a cuando ante el Guernica de Picasso un espectador descubre Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya. Salvando o no las distancias.

Y es también un ejemplo más del papel que desempeñan los cómics en la creación, etc., de los mitos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Sargento Kirk

Antes que el teniente Blueberry estuvo El sargento Kirk.


Es más, dado que las aventuras de Kirk comenzaron a publicarse en Argentina en enero de 1953, en la revista Misterix, se le reconoce a esta serie el papel de adelantada (pionera, según el anglicismo) en la nueva concepción del género del oeste, un western con rostro humano que luego plasmaría ampliamente no solo el cómic, sino también -y sobre todo- el cine.

Con guiones del argentino H. G. Oesterheld y dibujos de Hugo Pratt (en la primera época de la serie), las historietas del sargento Kirk cuentan los avatares de un desertor del séptimo Regimiento de Caballería del ejército estadounidense, en el periodo posterior a la guerra de Secesión, que se pone de parte de los indios movido por sentimientos de índole humanitarista. Debido a los escenarios donde transcurren los hechos, pero también por el lugar que esos sucesos ocupan en el imaginario occidental referido a la dicotomía "hombre blanco/indio", o al revés, estamos ante una auténtica literatura de frontera. Literatura dibujada, pero de frontera.

En lo esencial del planteamiento de Sargento Kirk rezuma el clásico de las letras argentinas, el poema narrativo El Gaucho Martín Fierro (1872), escrito por José Hernández. De hecho, parece ser que Oesterheld pretendía en principio que la serie se desarrollara entre gauchos, soldados e indios de La Pampa argentina. Aunque finalmente Oesterheld trasladase la serie a los escenarios fronterizos habitados por "las naciones" indias acosadas por la caballería yankee, mantuvo en lo esencial el espíritu del Martín Fierro. Literatura de frontera en un caso y en otro. No está de más añadir en este respecto que Oesterheld denominó a la editorial que fundó en Argentina en 1957, en estrecha colaboración con Pratt, precisamente así: Frontera. (Sería otro argentino -italoargentino- , Roberto Rocca, el que en 1977 fundó en España la editorial Nueva Frontera, sello de la ya mítica revista Totem.)

Y también rezuma en El sargento Kirk, por cierto al igual que en Martín Fierro, el significado del título de un breve relato de Borges, otro argentino: "El tema del traidor y del héroe".


Finalmente, es de destacar que uno de los personajes principales de la serie de Kirk se llama El Corto. Dibujado por Pratt.



15.09.2014

Por cierto, he encontrado en la red esta "Carta al Sargento Kirk":

Querido Kirk

Por Juan Sasturain
Cañadón Perdido
Arizona State, USA
Querido Kirk, espero que al recibo de la presente
te encuentres bien, disfrutando
de un seco, enérgico verano
en el desierto –no recuerdo un
solo día de lluvia en tus
andanzas– en compañía de los
tuyos: Maha, el Corto y el
barbado doctor Forbes.
Te aclaro –hace tiempo que
no tendrás noticias mías–
que si me vieras no me reconocerías:
he crecido un poco –eso sería lo
de menos–, tengo la cara llena de
pelos y se me han poblado los alrededores
de mujeres y de hijos.
Suelo tener la cabeza ocupada
en mil asuntos sin importancia y
casi he olvidado –te pido me perdones–
el episodio de Corazón Sutton, la
cara del cacique pawnee y el nombre
del jefe de Fort Gibson.
En fin, bien sabes que han pasado
algunos años desde entonces,
cuando nos veíamos todas las semanas
y compartíamos una intimidad
que me enorgullecía.
Puedo darte –si quieres– noticias
de tus viejos: Hugo volvió a Italia
hace mucho y se dedica a ser
famoso y tratar de olvidarte en otros hijos.
A veces lo consigue: habrás oído
hablar del otro Corto, el Maltés, un
poco irónico para tu amistad pero
es hombre de agua y de este tiempo,
tu desierto puesto al día y
sin remordimientos.
En cuanto a Héctor, el viejo, no se fue.
Anduvo algunos años lidiando por estos
arrabales del mundo y de la democracia,
eligiendo bien en general
–me entiendes: del lado de los indios–
y no le fue mejor que a ti:
perdió amigos, el buen nombre en las
editoriales, cuatro hijas.
No es mucho en un país lleno de
sangre; es demasiado para un
hombre solo. Ahora es uno más en
una lista larga y llena de agujeros,
otros reciben tardíos premios
en su nombre.
De tus amigos, algo te puedo contar.
Juan Salvo, el extraviado Eternauta,
volvió para juntarse con la gente, hizo
la guerra como un acto de amor, los
Ellos le dejaron la historieta y se
quedaron con la historia por ahora.
Ernie estuvo por Vietnam y fue
un fracaso: alguien tecleaba
la Remington por él, le trabucaba
los papeles o algo así.
De Ticon, nunca más supe. Tampoco de
Caleb o Numock, sólo versiones
muy lavadas de aquellos bosques grises
con indios adornados e ingleses de paseo.
Al infalible Randall
lo fueron desbancando oscuros primos
mellizos, malas fotocopias
de su sombría puntería. En fin...

Pero no era mi intención
llenar estas cuartillas con
recuerdos de amigos de papel o
carne y hueso. Claro que no.
Sin embargo, no sabría decirte
en realidad por qué te escribo.
Acaso sea la burguesa soledad, ciertas
mentiras descubiertas entre dientes o
el aire esquivo y apurado con que
paso delante del espejo.
Te diré que no es fácil andar
a esta altura del mundo y de
la historia personal. Extraño
tu ranch y tus caballos,
esa amistad viril sin psicoanálisis
y hasta olvido que en tu mundo
de comanches y balazos no
habría lugar para mi cobardía.
No me acuerdo ahora de grandes
cabalgatas ni de puñetazos providenciales;
sólo me queda una escena: el manchón
de una hoguera en la noche y
tu simple certeza para
explicarle al Corto que más vale
luchar por una causa justa
que hacerlo simplemente por dinero.
Los comentarios corren por tu cuenta,
pero en un país sin hogueras ostensibles
y el desierto almidonado por la espada
no es fácil leer tus aventuras sin
nostalgia. Y no digo la pavada
de la moda a lo Presley o los
Cadillacs del ‘50. Quiero decir
que todo se ha complicado en estos años
que han venido cortos, lluviosos, sin
verano, mal barajados para la aventura
y con un cierto aire de perdonavidas
del que te mira pasar porque mañana
te la dará sin asco y por la espalda.
Hoy ese pibe que cabalgaba a tu
lado a los doce años se ha
bajado del caballo, desensilló hasta que
aclare otra vez, la próxima,
el bueno, que le dicen.
Tú me recuerdas –la culpa es de él,
de Oesterheld, este tuteo literario que
entorpece los cariños–, tú me recuerdas,
te decía: cuarto grado, miércoles de mañana,
me comía la vereda en el camino hacia
el Hora Cero que desplegaba tu blanca y
seca geografía. Un desierto, un
cañadón, el atajo salvador,
un tomahawk en la punta de un indio,
una bala que buscaba tu brazo, el hombro
o alguna costilla cruzada en el
camino al corazón.
Hoy los tomahawks llueven de punta o
por televisión, las balas suelen encontrar
corazones grandes, vulnerables, ya no
hay atajos salvadores y no quedan sargentos
desertores en el Séptimo de Caballería.
Quiero decir que las historias tuyas
eran un prólogo simple, un golpecito en
el medio de la espalda hacia adelante.
La vida reservaba la sortija en un
recodo con la certeza de tus corazonadas.
El mundo era un globo por inflar, una
mujer por besar, una escalera alfombrada por
el escenógrafo de la Paramount.
Sólo había que esperar
que el director golpeara las
palmas, alguien encendiera las luces,
y todo empezara de una vez.
Es cierto: todavía esperamos las palmadas,
el chasquido de la luz del set
y la metafísica patada en el culo
que nos mande a escena.
Pero no hay tiempo para las frustraciones
de la pequeña –chiquitiiiiiita– burguesía,
especie en extinción desde años ha
en sus variantes más coloridas.
Algunos suelen deambular por oficinas hostiles o
países aparentemente democráticos, sentirse
juntos en la cancha de fútbol o las
librerías de viejo, de pasada.
Correr como un imbécil por Palermo, creer
en Ramakrishna o el poder terapéutico de la
mosca en mano, en la confluencia cívico-militar
y otros fantasmas son estrategias endebles
para los que nacimos con el
empujón de tu mirada segura bajo el kepi
encasquetado con la solidez de los
ideales de la juventud.
Por eso es mentira esta película:
al fondo del cañadón, espaldas contra la
roca, con las balas y las flechas
silbando alrededor clásicamente,
viendo caer a la gente como moscas
–la idea es pobre, verdadera–
escuchamos un clarín salvador, un
galope nutrido de casacas azules y
banderita al viento. Pero no.
No venís vos al frente. Es Reagan.
Cambiemos de canal, de vida, de esperanza.
Al fin, querido Kirk, dear sargent,
espero que a la terminación de
la presente te encuentres bien,
en compañía –ya te lo dije–
de los tuyos y ahora también de los
(pedazos) míos, disfrutando
del aire limpio de un cielo
blanco de revista vieja.
Te informo, al respecto, que
ahora los kioscos son
verdes y blindados como los sueños
de un general de caballería
de estos tiempos, y que hay poco para
leer si no es en los ojos de la gente.
Tal vez por eso me dedico a juntar
figuritas con tu cara, tomar mate y
hacerme cada día más tanguero.
Una estrategia de amor, no
una coartada.
Pero tampoco es éste el lugar
para salvarse o encontrarle todas las
patas al gato personal, que nunca
importa demasiado sino a uno.
Al final, creo que está claro
–lo veo ahora, después de tantas
vueltas– que no pienso en volver
atrás ni pedirte un caballo fresco
de los que cría el Corto en sus corrales
para escapar de mí o de lo que sea.
Supongamos, mejor, que yo te invito
y te venís –o vienes, como quieras–, que
hay algo urgente por hacer y con
sentido: salvar a la muchacha, defender
a los indios o cualquier otra causa
siembre abierta. En eso estamos.
Un abrazo. Tu amigo
Juan
(1981)