Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

lunes, 29 de abril de 2019

Miguel Fuster, retrato de un dependiente indigente

Me costó decidirme a leer la trilogía 15 años en la calle, el trabajo de Miguel Fuster dedicado a exponer su propia dependencia e indigencia durante la década y media en que vivió por las calles, parques, plazas, túneles, portales, pensiones infectas y bosques de Barcelona y alrededores como un sin hogar o sin techo. Fue al contemplar la historieta "¡Animales del campo!" ―incluída en el tebeo Nuevas Hazañas Bélicas, escrito por Hernán Migoya― cuando la gráfica de Miguel Fuster se me reveló significativa y me convenció del interés que prometía 15 años en la calle. El motivo de mi indecisión no iba, creo yo, en la línea de la aporofobia, ya que entiendo que la pobreza y la indigencia no son términos estrictamente sinónimos, aunque sí en la de una cierta aversión que le tengo a las lamentaciones o jeremiadas en general y que yo presuponía en Miguel anticipadamente. Tales son las imprevisiones que conllevan los prejuicios. 


A estas alturas del siglo, ya no llama la atención un cómic por el hecho de ser autobiográfico o confesional. Sin embargo, 15 años en la calle es un tebeo absolutamente confesional. Sí que llama la atención, en cambio, la situación en los límites que relata Miguel Fuster en su libro. Unos límites marcados por la dependencia física, pero también por la indigencia metafísica. La primera, determinada en su caso por el alcoholismo, se puede acaso sobrellevar por la vía de la abstención (la moderación, llegado ese extremo, parece inviable). La indigencia metafísica, por su parte, es de otra índole. Tiene un enclave antropológico, basado en una escisión ontológica entre el ser y el estar, entre el ser y el sentir, entre el ser y el existir. Su alcance se extiende por todo el universo de la especie humana. Y es insuperable. De hecho, se agudiza con la decadencia física. Uno puede distraer u ocultar esta indigencia íntima rodeándose de bienes, materiales e intelectuales, pero no desterrarla, según se percibe en algunos momentos de lucidez diurna o  de desvelamiento nocturno. En este sentido preciso, todos somos Miguel, indigentes metafísicos.

No obstante, sería de necios negar la singularidad de Miguel Fuster (n. 1944). Dibujante de historietas en su juventud, en el periodo boyante de las agencias y la sindicación (años sesenta y setenta pasados), una serie de avatares desafortunados lo dejaron literalmente en la calle y con el deseo de alcohol como único refugio. Otra  manifestación de la singularidad de Fuster es la que atañe a su capacidad de escritura, mediante palabras y mediante imágenes. En lenguaje verbal, escribe una prosa doliente, íntima, cercana al lector por los significados universales de la palabra. En lenguaje icónico, sus dibujos manchados de rayas curvas entrelazadas proyectan atisbos de luz en la oscuridad. Pero es de la síntesis de ambos lenguajes, el de imágenes y el de palabras, de donde emerge la gráfica peculiar de Miguel Fuster. La antagonía verboicónica es la fuente del noveno arte, y Fuster bebe de ella.


El árbol genealógico del cómic autobiográfico y confesional es frondoso y está bien estudiado. Su follaje y sus ramas se extienden por todo el universo de la historieta desde hace varias décadas. En nuestro país tuvo brotes tempranos. En el prólogo del segundo álbum de la trilogía Miguel, el también dibujante y compañero generacional de Fuster, Luis García Mozos, sitúa el origen en España del cómic autobiográfico para adultos en 1971, con la publicación de la historieta "Minins", de Enric Sió, seguido de "Chicharras" (1975), del propio Luis García y alguna historia de Paracuellos (1976), de Carlos Giménez. Tras largos años alejado de la historieta, Miguel Fuster retomó esta actividad en los primeros años de este siglo. Se embarcó plenamente en el discurso confesional iniciado aquí por sus amigos dibujantes y coetáneos y publicó la trilogía Miguel, Quince años en la calle (2010), Llorarás donde nadie te vea (2011) y Barcelona sin mí (2012). La insistencia temática y gráfica es común a los tres títulos, igual que insistente ha de ser el lector si pretende alcanzar el disfrute de la obra completa.

Otro gran cultivador del tebeo autobiográfico es el escocés Eddie Campbell, un tanto más joven que Miguel Fuster. Desde luego, el talante y el devenir de ambos autores es muy diferente. Aun así, me ha parecido encontrar, ante algún dibujo en concreto, cierta similitud gráfica entre los dos.

Viñeta de Miguel Fuster
Viñeta de Eddie Campbell

















miércoles, 17 de abril de 2019

Soldados de Salamina no se pierde en la traducción


Lo mejor que se puede decir del tebeo Soldados de Salamina (2019), de José Pablo García, es que no se pierde en la traducción de la novela homónima de Javier Cercas. Es decir: 1) si traducir con acuidad un texto de un lenguaje a otro requiere un conocimiento cabal como mínimo de los dos lenguajes implicados, junto a otros saberes más específicos, inherentes tanto a los contenidos como a la forma del texto en cuestión, y 2) José Pablo García demostró ya su pericia en este tipo de traducción al trasladar a lenguaje gráfico La guerra civil española (2016) y La muerte de Guernica (2017), dos estudios históricos de Paul Preston, 3) ahora José Pablo revalida con Soldados de Salamina su talento historietístico al transmutar una novela agráfica previa en novela gráfica.

Javier Cercas y José Pablo García

Aparentemente, la historia que cuenta Soldados de Salamina es una vivencia del escritor falangista Rafael Sánchez Mazas ocurrida en enero de 1939. Pero esta en realidad no es la historia principal de la novela, sino la anécdota de la cual arranca el libro. La historia de Soldados de Salamina va mucho más allá de esa anécdota. Es una historia que teje sutilmente Javier Cercas y a la postre descubre el lector. Es también la historia de una historia y de una novela. Una investigación. Un metarrelato histórico. Una complicidad suscitada por el autor. Según avanza la novela, el lector se va empapando de la urdimbre propuesta por Cercas, recuerda o consulta lo que fue la batalla de Salamina, lo que fue Falange española, lo que fue la guerra civil. Se representa a los combatientes republicanos, el exilio y los campos de concentración franceses, la legión extranjera, la segunda guerra mundial. Descubre hacia el fin la inmensa metáfora que encierra el título del libro y su actualización. Un hallazgo que emociona. Quiénes fueron ciertamente  los soldados de Salamina del siglo pasado.

En mi caso puedo decir que al leer y contemplar Soldados de Salamina de José Pablo García se ha reactivado la experiencia que sentí ante la novela de Cercas. El dibujante malagueño realiza un nuevo Doppleganger a partir de un original. Ya hizo algo parecido con los textos de Preston, pero ahora recuerda más todavía al trabajo de Paul Karasik y David Mazzucchelli con Ciudad de cristal, de Paul Auster, novelas al cabo las dos en uno y otro lenguaje. El dominio del tempo narrativo es fundamental en la construcción de un relato. José Pablo García demuestra en Soldados de Salamina que sabe muy bien ejercer dicho dominio. En lenguaje gráfico.


El imaginario que colma la segunda parte de Soldados de Salamina, y subyace en las otras dos, es bien conocido por José Pablo en virtud de sus trabajos anteriores. Es también un imaginario común que configura nuestro presente, en contra del olvido interesado. Nunca está de más recuperarlo, dados los tiempos que corren. 


sábado, 13 de abril de 2019

En busca de la República

En El cómic sobre la Guerra Civil (Cátedra, 2018), Michel Matly desarrolla en su capítulo final, titulado "En busca de la República", una curiosísima observación, basada en un hecho significativo. Los colores de la bandera republicana española están prácticamente ausentes en la representación gráfica referida al conflicto bélico del 36-39 por parte del bando leal, a diferencia de lo que ocurre con la bandera rojigualda, omnipresente en las representaciones por parte de los rebeldes. Muy lejos de tener un carácter nacional, en los carteles de guerra republicanos la bandera tricolor aparece asociada a Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña, frente al predominio de la roja o roja y negra de las otras fuerzas del mismo bando. Algo parecido ocurre también en el ámbito de los cómics. En palabras de Matly: «El simbolismo republicano está totalmente ausente de las obras previas a la muerte de Franco y es muy escaso después en las 350 obras y 8.000 páginas dedicadas a la guerra. Esto es así en las historietas españolas, pero también en las de otros países, tanto en las obras de memoria republicana como en las franquistas, que siembran sus dibujos con su propia bandera pero omiten la del adversario» (p. 370). Matly concluye este párrafo con una elocuente pregunta: «¿Dónde está, pues, la República?»

El propio Matly utiliza en su trabajo el término 'transparencia' para aludir a supuestos invisibles que enmarcan una época y la posición de los autores respecto a ella, los cuales consciente o inconscientemente omiten. Una de estas transparencias es precisamente la segunda República española. Sin embargo, este fenómeno de la invisibilidad gráfica de los símbolos republicanos trasciende su condición de mera transparencia, le da una carga mayor al significado de esa ausencia y, dramáticamente, expulsa a la República española del orden de lo real y la incrusta en el imaginario, más o menos cerca de las utopías. Es una constatación. En la Guerra Civil, el "bando nacional" quedó identificado, por activa y por pasiva, con el de los insurrectos. Fue una identificación desastrosa, cuyas consecuencias perviven.

Mañana es un nuevo 14 de abril. Vendrán otros mañanas. Ya Lope de Vega escribió en endecasílabos: ¡Tanto mañana, y nunca ser mañana! ... Siempre mañana, y nunca mañanamos. Repetimos, pues, la pregunta que Michel Matly formula en su libro dedicado al cómic sobre la guerra civil española: ¿Dónde está la República? Sin adjetivos, remarco yo. 


viernes, 5 de abril de 2019

Niño prodigio (All the Answers)

Niño prodigio es el título elegido para la versión española de All the Answers (2018), memoria gráfica de Michael Kupperman recientemente publicada aquí por Blackie Books. Pero si nos quedáramos con este título, y además tuviésemos en cuenta que, a manera de subtítulo, en la cubierta de la edición traducida  por Regina López Muñoz aparece la frase Mi padre, el genio de los concursos, podríamos obtener una impresión como mínimo limitada del alcance del tebeo de Kupperman. Pues aunque es cierto que este cómic trata acerca de Joel Kupperman ―padre del historietista― y de su experiencia como niño maravilloso del programa radiofónico ―y luego televisivo― Quiz Kids, así como de sus entresijos y entorno, Niño prodigio es también algo más. Desde una exploración analítica "en busca del padre perdido", pasando por una reconstitución existencial del autor, hasta un serio cuestionamiento del paradigma (neo)conductista asociado al american way of life instaurado en EE UU con ocasión de la segunda Guerra Mundial. Por decirlo de algún modo, Niño prodigio no es una mera versión en tebeo del tópico reflejado por ejemplo en la película de 1994 Quiz Show, dirigida por Robert Redford y estrenada aquí como El dilema.


La comunión establecida entre la ideología del éxito y el enfoque conductista, basado en la asociación de estímulos y respuestas (esquema E—R), es una realidad constatable en la versión oficial del "modelo de vida americano" imperante hasta al menos el final de los años sesenta del siglo pasado. En la vida, se nos dice, como en la guerra, el triunfo depende de hallar la respuesta adecuada, especialmente ante los estímulos aversivos. Es lo único que importa. La conducta entendida como un puro mecanismo de respuestas dadas a estímulos dados. Joel Kupperman, debido a sus circunstancias, fue un caso paradigmático de interiorización de dicho mecanismo y de adecuación al mismo. Una máquina de responder. Hasta que descubrió el tinglado ―el engaño― y se retiró del escenario público. Desempeñó su nueva tarea como profesor de filosofía y escritor de libros de ética y moral. Se casó y tuvo dos hijos. Sepultó su pasado, lo negó (en sentido freudiano), pero no lo sustituyó por un nuevo enfoque. Y eso tuvo, de algún modo, consecuencias en su vida familiar, en lo que afecta a la incapacidad para gestionar las emociones, tan propia del conductismo. Su hijo Michael plantea su cómic como una indagación, una búsqueda. Pero también como una superación del mero esquema E—R que condicionó sus relaciones con su padre. Todas las respuestas (All the Answers). Tal es el propósito existencial de esta búsqueda de Michael Kupperman. Una búsqueda del yo de su padre con respecto a él o, en otro sentido, de él mismo con respecto al yo de su padre.


La labor de desvelamiento analítico llevada a cabo por Kupperman en Niño prodigio es inseparable del desvelamiento de la época en que se inscribe la historia. Para esto último Kupperman se vale de una admirable capacidad de síntesis gráfica. Su autofiguración un tanto tintinesca le da cierta frescura a un relato cargado de aristas oscuras. Intentar comprender a tu padre es una buena manera de intentar comprenderte a ti mismo, aunque a veces duela. Es algo que pasa por la representación de una época, la paterna en este caso. Y al final uno comprende que su padre, ni héroe ni demonio, participó de las imposiciones y exigencias de su tiempo. Más o menos como nos ocurre a todos. La diferencia estriba en el modo de representación (y de asunción). En este respecto, está claro que el cómic es un medio más que válido, no solo de representación, sino también de asunción. Niño prodigio (All the Answers), de nuevo, nos lo confirma. 


miércoles, 3 de abril de 2019

Felipe Hernández Cava

Hay una larga nómina de escritores de cómic sobresalientes: Oesterheld, Mora, Moore, Altarriba, Abulí, Trillo, Brubaker... Cava. 



"El guion de Felipe Hernández Cava" es el título de un trabajo mío en Tebeosfera que enlazo aquí: