Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

martes, 31 de marzo de 2020

lunes, 16 de marzo de 2020

Desertores dibujados


La figura del desertor que abandona su puesto de combate es el reverso en la historia de la figura del héroe, como ocurre con el haz y el envés de las hojas. En el contexto bélico, el desertor siempre estuvo asociado a la cobardía o a la traición (por no entrar en la evidencia de que los desertores eran considerados al final como tales según el bando al que hubiesen renunciado y en función del que ganase la guerra). Sin embargo, al menos en el ámbito de la ficción, cuando aún predominaba el espíritu de la gesta como inspiración y como estímulo, se podía concebir la figura del desertor heroico, o del héroe desertor. Un ejemplo lo proporciona Tadeo Isidoro Cruz, el personaje del Martín Fierro de José Hernández. Otro, El Sargento Kirk, creado por Oesterheld y dibujado inicialmente por Pratt. Cercano a este planteamiento, aunque no del todo coincidente, queda "el tema del traidor y del héroe", relatado por Borges en una de sus ficciones e inspirador de una de las historietas del mismo Hugo Pratt. No es extraño, por tanto, que la caída de la épica militar, con Céline a la cabeza, haya supuesto una nueva representación de los desertores, en virtud de la cual nos encontramos ante personajes plenamente humanos y no ante arquetipos. La ficción, trasunto de lo real, da cuenta de que tal vez haya más desertores al estilo del escribiente Bartleby que héroes declarados. Es una larga historia.

Estos días han caído en mis manos tres cómics protagonizados, los tres, por sendos desertores: La guerra del profesor Bertenev (2006), de Alfonso Zapico; La prórroga (1997-1999), de Jean-Pierre Gribat, y Mambrú se fue a la guerra (2020), de Juste de Nin. Cada uno de ellos tiene, por supuesto, concepciones y texturas diferentes. Los tres, cada uno a su manera, suscitan reflexiones acerca de la figura del desertor en los tiempos que corren.


El marco bélico de la historieta de Zapico es la Guerra de Crimea, a mediados del siglo XIX. El profesor Bertenev abandona las filas rusas y es capturado por un oficial inglés que lo adopta como su secretario. El problema es que el destacamento ruso del que huye Bertenev es hecho prisionero por la tropa inglesa y llevado a la misma fortaleza en que se aloja el profesor. El personaje de Zapico es un hombre culto y capaz, completamente ajeno a la violencia de una guerra a la que fue llevado como castigo por su desavenencia con el régimen zarista. Una hermosa edición actual conmemora el veinticinco aniversario de la aparición en el mercado de La guerra del profesor Bertenev. Lo mejor de esta obra, en mi opinión, es la concepción de la figura del desertor ilustrado, ni héroe ni traidor, que huye de la sinrazón.


La Francia ocupada del régimen de Vichy es el escenario en que transcurre La prórroga (Le sursis), tebeo publicado en dos tomos que fueron reunidos en 2008 en una edición integral de Dupuis. Ese mismo año, en 2008, Futuropolis publicó Mattéo 1 Primera época (1914-1915), primer álbum de una serie en la que Gibrat también introduce la deserción de su personaje, aunque forzada, esta vez en el contexto de la Gran Guerra. Julien, el desertor de La prórroga, es un joven francés que salta del ferrocarril que lo conduce confinado a un campo de trabajo en la Alemania nazi, regresa a su pueblo y por azar es dado por muerto. La historia que con estas premisas construye Gibrat combina la belleza plástica que caracteriza sus obras con un final sorprendente que da un giro inesperado al relato y lo coloca a la altura de la buena literatura fantástica a la vez que realista.


Juste de Nin, por su parte, prosigue la construcción de su gran novela gráfica catalana con el reciente álbum titulado Mambrú se fue a la guerra. Se trata de una continuación de La Muntanya Màgica (2011), el tebeo en el que Juste de Nin se basa en la obra homónima de Thomas Mann para apuntalar su proyecto gráfico. En esta ocasión, De Nin imagina qué sucede tras el abrupto final de la novela de Mann, pero dentro del imaginario de su anterior versión en clave catalana de La Montaña Mágica. En las últimas planchas de esta versión, Jan Castres, personaje inspirado en el Hans Castorp del escritor alemán, es llamado a filas, al inicio de la Gran Guerra, por culpa de su casual nacionalidad francesa debida a un capricho de su padre. Ya en Mambrú se fue a la guerra, Castres no tarda en desertar en plena batalla de Charleroi. El resto de la historia es una sucesión de avatares que se desarrollan primero en París, luego en Davos y finalmente en Lyon. El desertor dibujado aquí por De Nin es sin duda el de menor calibre moral de los que aparecen en esta entrada; sin embargo, sobresale en todo caso la capacidad del brillante ninotaire para hacer literatura gráfica a partir de la literatura sin más. 

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Desertores, en fin, siquiera de papel, a los que conocemos en plena época de la gran sustitución. 


martes, 10 de marzo de 2020

El Paraíso que nunca existió

Tecleo en google Del Trastévere al Paraíso y lo primero que aparece en el monitor es el mapa de un recorrido de 10,7 km en Roma con las indicaciones de cómo ir desde un punto de origen, en el barrio del Trastévere, hasta una peluquería canina denominada Paraiso, en la misma ciudad. A continuación, ya sí, la información que me presenta el buscador se refiere a Del Trastévere al Paraíso, el cómic reciente  que acabo de leer, escrito por Felipe Hernández Cava más el arte de Antonia Santolaya. La importancia de encontrarme con que Paraíso es el nombre de una peluquería para perros en Roma se limita a engrosar mi registro personal de sorpresas y anécdotas, una vez descartada la idea, por tonta, de que el dato de google añada sal y pimienta a la lectura de libro de Cava y Santolaya.


Lejos de la frivolidad, el caso es más bien al contrario. La mera consideración del título de cada uno de los capítulos que conforman Del Trastévere al Paraíso da cuenta de la seriedad del empeño de sus autores: "El sueño"; "La memoria"; "La sangre"; "La aflicción"; "La masacre"; "La quimera"; "El martirio"; "La responsabilidad"; "El monstruo"; "La ofrenda", "La historia". Es el tipo de seriedad que acompaña la escritura de Cava quizás desde siempre, desde sus inicios con el colectivo El Cubri, pero que adquirió una tintura específica a partir de sus colaboraciones con el dibujante Bartolomé Seguí, iniciadas en la primera década del siglo XXI y culminadas en 2014 con Las oscuras manos del olvido. [En el artículo El guion de Felipe Hernández Cava intenté ordenar el conjunto de la obra del prolífico escritor.] Se podría calificar como revisionista esta seriedad o esta posición del autor a la que me refiero; un revisionismo cercano a la confesionalidad mediante personaje interpuesto, con la que Cava parece pedir perdón por algo que vino a ser en realidad una corriente del tiempo, o de los tiempos. Pero, sea así o no, a Hernández Cava parece preocuparle sobre todo la posibilidad de idealizar aquellos años bautizados como de plomo y el temor de que, acaso, volvieran como oscuras golondrinas. Él mismo escribe en un a modo de Epílogo de Del Trastévere al Paraíso (subrayados míos):
«Pertenezco a una generación que se dejó tentar por la posibilidad de congelar la interpretación del mundo para, a partir de una visión plagada de certezas, transformar radicalmente el  mundo (a sangre y fuego, si era preciso). Y esa circunstancia me permitió comprobar de cerca los muchos estragos que causamos en aquellos días en los que la cordura fue desterrada, y que hoy, para mi pesar, veo reivindicados positivamente por una parte de nuestra juventud y por algunos adultos que se sintieron frustrados de que nuestros delirios no triunfaran entonces.»
Lo cierto es que la interpretación congelada del mundo, la visión plagada de certezas y los estragos causados por la ausencia de cordura no son algo exclusivo de una u otra tendencia, sino que se extienden por todo el espectro ideológico. Por alguna razón, o por varias, Cava elige centrarse en una ideología para nada inocua, y aunque sin duda es potestad del guionista elegir su escritura, no se debe olvidar que hay más ideologías que no son inocuas. Quizás sea el deseo confesional lo que se encuentra detrás de las elecciones del escritor y condiciona sus guiones. En el caso que nos ocupa, el talento político habitual de Hernández Cava se combina en Del Trastévere al Paraíso con un calado de cariz costumbrista, en perfecta sintonía con la gráfica de Antonia Santolaya, que aporta mayor verosimilitud al relato. 

El Paraíso es una quimera con múltiples rostros. Es también un nombre idóneo para locales y negocios variados. La idea inicial de esta entrada no era, quizás, tan tonta. 


lunes, 2 de marzo de 2020

La ciudad de cristal: Una imaginación compartida


'La ciudad de cristal' (Glass Town) es un enclave imaginario compartido por las hermanas Brontë (Charlotte, Emily y Anne) junto a su hermano Branwell. Forma parte de un territorio más vasto, donde se encuentran los reinos imaginarios de Angria y Gondal. Este territorio está poblado en principio por cuatro grandes genios, que representan al cabo a los cuatro hermanos Brontë. A partir de una ofrenda que reciben, unos soldaditos de regalo, son capaces de crear una galería de personajes imaginados por ellos, pero con consistencia real y dramática. Nos encontramos, por tanto, ante una pura cartografía de la imaginación habitada por unos protagonistas que actúan en función de las decisiones de sus demiurgos. Isabel Greenberg recrea en su libro Ciudad de cristal dicha cartografía y, al compartir con la suya la imaginación brontiana, la comparte finalmente con nosotros mismos. 


Isabel Greenberg, como los vástagos Brontë, no confunde la imaginación con la fantasía. Diríamos que hay una condición de naturaleza empirista en los contenidos de toda imaginación, un empirismo de origen que otorga a las ficciones que establecen territorios imaginarios el aspecto de un trasunto verosímil de lo que hay. Y este es el tipo de imaginación del que hablamos. Greenberg presenta su obra, La Ciudad de cristal, como un libro de ficción histórica, no puramente biográfica. Pero es una ficción doblemente anclada: primero, en algunos datos referidos a las hijas y el hijo del vicario de Haworth; en segundo lugar, en un imaginario compartido, como ya hemos dicho. Esta doble ligazón de La ciudad de cristal marca una diferencia importante entre esta ficción de Isabel Greenberg y otras cartografías realizadas en lenguaje de cómic, como son el Micromundo de Santiago Valenzuela o Las ciudades oscuras de François Schuitten y Benoît Peeters, puramente imaginarias ambas aunque carentes las dos del sustrato vital, histórico, representado en La ciudad de cristal por la familia Brontë. La ucronía presente tanto en el Micromundo como en Las ciudades oscuras establece además otra diferencia respecto a la obra de Greenberg. El tiempo que predomina en La ciudad de cristal es un presente continuo, pese a los acontecimientos que se suceden. Es el tiempo de las ensoñaciones ardientes interiorizadas por la tradición y en ocasiones, como en el caso que nos ocupa, sublimadas estéticamente mediante la imaginación. El recurso es similar al aplicado por Greenberg en La Enciclopedia de la Tierra Temprana, aunque más focalizado o menos extendido ahora en La ciudad de cristal.

Georges Bataille dedicó el primer capítulo de La literatura y el mal a Emily Brontë: «...a pesar de que su pureza moral se mantuvo intacta, tuvo una profunda experiencia del abismo del Mal», escribió el francés refiriéndose a la autora de Cumbres Borrascosas. Ese íntimo avistamiento del Mal, de calado trágico, fue común a la familia Brontë. En un orden menos terrible, yo no he podido evitar evocar a Zanardi, el personaje de Andrea Pazienza, mientras veía a Zamorna, la creación de Charlotte Brontë tan presente en La ciudad de cristal. Y lo cierto es que leyendo el cómic de Pazienza, también me acordé de la obra de Bataille.