Tecleo en google Del Trastévere al Paraíso y lo primero que aparece en el monitor es el mapa de un recorrido de 10,7 km en Roma con las indicaciones de cómo ir desde un punto de origen, en el barrio del Trastévere, hasta una peluquería canina denominada Paraiso, en la misma ciudad. A continuación, ya sí, la información que me presenta el buscador se refiere a Del Trastévere al Paraíso, el cómic reciente que acabo de leer, escrito por Felipe Hernández Cava más el arte de Antonia Santolaya. La importancia de encontrarme con que Paraíso es el nombre de una peluquería para perros en Roma se limita a engrosar mi registro personal de sorpresas y anécdotas, una vez descartada la idea, por tonta, de que el dato de google añada sal y pimienta a la lectura de libro de Cava y Santolaya.
Lejos de la frivolidad, el caso es más bien al contrario. La mera consideración del título de cada uno de los capítulos que conforman Del Trastévere al Paraíso da cuenta de la seriedad del empeño de sus autores: "El sueño"; "La memoria"; "La sangre"; "La aflicción"; "La masacre"; "La quimera"; "El martirio"; "La responsabilidad"; "El monstruo"; "La ofrenda", "La historia". Es el tipo de seriedad que acompaña la escritura de Cava quizás desde siempre, desde sus inicios con el colectivo El Cubri, pero que adquirió una tintura específica a partir de sus colaboraciones con el dibujante Bartolomé Seguí, iniciadas en la primera década del siglo XXI y culminadas en 2014 con Las oscuras manos del olvido. [En el artículo El guion de Felipe Hernández Cava intenté ordenar el conjunto de la obra del prolífico escritor.] Se podría calificar como revisionista esta seriedad o esta posición del autor a la que me refiero; un revisionismo cercano a la confesionalidad mediante personaje interpuesto, con la que Cava parece pedir perdón por algo que vino a ser en realidad una corriente del tiempo, o de los tiempos. Pero, sea así o no, a Hernández Cava parece preocuparle sobre todo la posibilidad de idealizar aquellos años bautizados como de plomo y el temor de que, acaso, volvieran como oscuras golondrinas. Él mismo escribe en un a modo de Epílogo de Del Trastévere al Paraíso (subrayados míos):
«Pertenezco a una generación que se dejó tentar por la posibilidad de congelar la interpretación del mundo para, a partir de una visión plagada de certezas, transformar radicalmente el mundo (a sangre y fuego, si era preciso). Y esa circunstancia me permitió comprobar de cerca los muchos estragos que causamos en aquellos días en los que la cordura fue desterrada, y que hoy, para mi pesar, veo reivindicados positivamente por una parte de nuestra juventud y por algunos adultos que se sintieron frustrados de que nuestros delirios no triunfaran entonces.»
Lo cierto es que la interpretación congelada del mundo, la visión plagada de certezas y los estragos causados por la ausencia de cordura no son algo exclusivo de una u otra tendencia, sino que se extienden por todo el espectro ideológico. Por alguna razón, o por varias, Cava elige centrarse en una ideología para nada inocua, y aunque sin duda es potestad del guionista elegir su escritura, no se debe olvidar que hay más ideologías que no son inocuas. Quizás sea el deseo confesional lo que se encuentra detrás de las elecciones del escritor y condiciona sus guiones. En el caso que nos ocupa, el talento político habitual de Hernández Cava se combina en Del Trastévere al Paraíso con un calado de cariz costumbrista, en perfecta sintonía con la gráfica de Antonia Santolaya, que aporta mayor verosimilitud al relato.
El Paraíso es una quimera con múltiples rostros. Es también un nombre idóneo para locales y negocios variados. La idea inicial de esta entrada no era, quizás, tan tonta.
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