Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

domingo, 28 de junio de 2020

Lluvia. Actualidad y compromiso de los Talbot


"Tiene que llover a cántaros", afirma la canción de Pablo Guerrero lanzada en 1972. La fecha es importante. La letra del estribillo manifiesta el valor de la metáfora de la lluvia en una época de cambio generacional. La lluvia reverdece, y si cae con fuerza arrastra la suciedad y los despojos acumulados por el abandono, la monotonía y la rutina. Sin embargo, esa misma fuerza de arrastre puede convertir la lluvia en todo lo contrario, un peligro para el hábitat y el entorno vital. Peor todavía es cuando los efectos de una lluvia devastadora se presentan como signos  ―indicios― de un cambio climático cuyas consecuencias pueden comprometer la supervivencia de las generaciones futuras. La lluvia sigue siendo una metáfora, pero adquiere otro matiz, pasa a ser la advertencia contundente de un peligro real que no puede ser minimizado con refranes al estilo de que nunca llueve a gusto de todos u otras banalidades. Hoy sabemos que la acción humana tiene efectos indefectibles sobre la naturaleza; sabemos también que no será mediante oraciones o plegarias, y mucho menos con sacrificios a la divinidad, como reconvertiremos la situación. Los humanos somos parte del problema: debemos, por consiguiente, pasar a ser parte de la solución. 

Desde que Bryan y Mary Talbot iniciaron su colaboración artística (La niña de sus ojos, 2012; Sally Heathcote. Sufragista, 2014; La virgen roja, 2016), vienen demostrando que el dibujo es una forma de escritura y la escritura, a su vez, una forma de dibujo. En su caso, además, sus tebeos obedecen a diferentes causas, en el sentido de compromisos. Con la aparición de Lluvia (Rain, 2019), los Talbot reafirman su demostración. En realidad, ya en 1995 Bryan Talbot se manifestó en solitario, con El cuento de una rata mala, a favor de esta concepción del cómic comprometido (en La niña de sus ojos reencontramos el rastro de esa historieta anterior, lo mismo que de un modo menos preciso, más evanescente, lo encontramos en Lluvia). En esta ocasión, la causa que inspira el último trabajo de los Talbot es la conciencia medioambiental; el tebeo nos cuenta una historia implicada con los efectos devastadores de la alteración de la naturaleza por la acción humana y con la necesidad (incluida la escala moral) de sustraer dichos efectos también por acción humana. El principio y el fin de esta historia remiten al polímata Humboldt y su diario de viajes (1799-1804), y al libro de Andrea Wulf titulado La invención de la naturaleza: El nuevo mundo de Alexander von Humboldt  (2015). La naturaleza forma un sistema de elementos interconectados; por ende, la modificación de ese orden natural no puede dejar de provocar alteraciones sistémicas.

Pero Lluvia no es un mero manifiesto. Es un cómic. Hay en él narración, intriga, acción y pasión. Es una ficción realista que se desenvuelve en una realidad para nada ficticia. Y es aquí donde aparece otra importante característica de este relato. A diferencia de lo que ocurre en sus trabajos anteriores, enmarcados en el siglo pasado (La niña de sus ojos, Sally Heathcote) o el anterior (La virgen roja), en Lluvia nos encontramos plenamente inmersos en el siglo XXI, con todas las novedades ―en lo telemático, en las relaciones interpersonales y amorosas, en lo medioambiental― que el  nuevo siglo comporta. La cosa tiene su mérito, dado que Bryan y Mary Talbot pertenecen a la generación que coreaba canciones como "A cántaros", de Pablo Guerrero, y sin embargo manifiestan una sensibilidad exquisita para recoger el entorno, los anhelos y desideratas de una generación posterior (dedican el volumen a sus nietos). El hecho de que los personajes principales de Lluvia, igual que en sus otros títulos en colaboración (además de en El cuento de una rata mala) sean femeninos es una marca distintiva del arte comprometido de los Talbot. 


sábado, 20 de junio de 2020

La escritura de Oesterheld



Es ciertamente un regalo escuchar la voz de Héctor Germán Oesterheld trabada con el dibujo de Hugo Pratt en Ernie Pike, gracias a la reciente edición de las treinta y cuatro historietas de la serie que, entre 1957 y 1961, realizaron conjuntamente el escritor argentino y el historietista italiano. Se trata de un regalo que rectifica un absurdo. Imagínense ustedes a un español leyendo a Borges, o a Cortázar, o a Arlt, paisanos de Oesterheld, traducidos a nuestro idioma a partir de una traducción italiana o francesa de los textos originales. Parece un delirio, pero es lo que nos ocurría hasta ahora con las historietas de Ernie Pike realizadas por la dupla italoargentina. Y es significativo que sea la misma Norma Editorial, que tiene publicados cinco álbumes de dichas historietas de Ernie Pike traducidas (de Cong S. A.), la que ha venido a deshacer este entuerto.

Versión original
Versión traducida
Esta fiel edición de Ernie Pike me confirma aquella ligera impresión que me producía leer los álbumes traducidos de Cong: me parecía estar viendo y oyendo una de las típicas películas americanas ambientadas en la segunda Guerra Mundial... doblada al español (algo así como Objetivo Birmania). Sin embargo, ahora encuentro la auténtica voz de Oesterheld, la escritura que conecta el heroísmo con la colectividad. Dominic Petitfaux expresa muy bien esa conexión: [Oesterheld] «muestra que el auténtico valor no consiste en matar, sino en ser solidario... y solo a través de la solidaridad se convierte uno realmente en un hombre». La realidad aumentada por tratarse de una escritura que participa de la gráfica de Pratt reubica Ernie Pike en mi imaginario historietístico y lo coloca en un lugar preferente.

Dejaremos para otra ocasión la historia de las avenencias y desavenencias entre Oesterheld y Hugo Pratt, una historia que salpica a la de las ediciones de Ernie Pike. Ahora simplemente quería expresar mi satisfacción ante esta novedad editorial.


jueves, 4 de junio de 2020

Pompeo en llamas

Andrea Pazienza plasmó en Los últimos días de Pompeo un declive vital salpicado de momentos luminosos. Una epifanía al revés, o quizás al contrario. La consunción de un deseo que oscila entre el tormento y el éxtasis. 


El logro de Pazienza consistió en reflejar a través de Pompeo (o de Zanardi en otra serie) no una contingencia particular, sino una circunstancia existencial que trasciende a su época, a la propia circunstancia y al sujeto que la padece. No obstante, no se trata de un arte atemporal (ninguno lo es). Pompeo expresa una agonía situada en su tiempo, como toda realidad humana. 


A propósito de Pompeo, y del hacer de su autor, se me ocurre lo siguiente. El arte exige en general una mediación entre el sujeto que enuncia (el artista) y sus proposiciones. Es una mediación mediante materiales y signos que permite diferentes grados de implicación de la vida del artista en su obra, hasta un límite que supone la proyección del sujeto como si se tratase de la vida de otro ―o del ser otro―. El extrañamiento así mediado es una vía de autoexpresión, cuyo valor estético dependerá del modo en que el artista alienado (colocado) en su obra transmita significaciones que superen su marco de representación. En realidad, lo que más importa de Pompeo desde esta perspectiva no es la autenticidad de Pazienza cuando se autoexpone, aunque es asunto de mérito, sino el hecho de que lo que ahí encontramos es la representación dibujada y escrita de una existencia agónica que conecta con el aullido universal de nuestra especie (y  como tal, deviene en representación que apela también al oído de todos).

Mi intención aquí, sin embargo, no es parafrasear el comentario de Alessandro Serpieri (referido a La tierra baldía, de T. S. Eliot) que el propio Pazienza ―con el distanciamiento irónico que le caracteriza― reproduce, a modo de preámbulo, en la página previa al inicio del primer episodio de Los últimos días de Pompeo. Es una cita repleta de lenguaje semiótico y estructuralista (la edición al cuidado de Serpieri del poema de Eliot es de 1982), en términos al alcance de los jóvenes universitarios de la generación de Pazienza. Y de alguna manera, las palabras del traductor y erudito italiano se pueden aplicar al conjunto de la serie sobre Pompeo, como si el propio Pazienza le ofreciera al lector, en lenguaje académico de su tiempo, las claves de interpretación de la obra que está a punto de comenzar. Siempre quedará la duda, con todo, de cuál es el significado preciso de la expresión que suelta el protagonista en esta viñeta.


Bien mirado, está todo interpretado en esta página inicial, aunque también pueda ser tomada como una broma de Pazienza. Porque lo cierto es que la historieta seriada (por qué no denominarla novela gráfica) Los últimos días de Pompeo no es una pamema. Transmite demasiada autenticidad, pero también mucho arte. Y una suerte de temporalidad, aunque atemporal en su cometido.