Grandes artistas son aquellos que además de realizar buenas obras, llevan una vida que inspira a otros artistas la realización de una buena obra. Es el caso de Víctor Mora Pujades (1931-2016) y de El artefacto perverso (1996), un magnífico tebeo escrito por Felipe Hernández Cava y dibujado por Federico Del Barrio.
Presumo que la base de la inspiración de El artefacto perverso se encuentra en la vida de autores como Víctor Mora -y otros como él-, cuya circunstancia profesional y vital transcurrió en ese oscuro periodo magistralmente descrito (o nombrado, si se quiere) por Paco Roca como El invierno del dibujante. Mi homenaje a Víctor Mora -y otros como él- en este post no consiste en glosar su obra, cosa muy bien hecha por otros i per tot arreu, sino en tratar de decir algo acerca de las consecuencias nefastas de aquel artefacto perverso ideado por el franquismo en su pleno dominio.
El artefacto perverso metaforizado por la historieta de Hernández Cava y Del Barrio no es ni más ni menos que la maquinaria puesta en marcha por Franco y sus adláteres para implantar el olvido, la antítesis de la memoria. Un mecanismo perverso, cuya perversidad se basaba en potenciar precisamente lo que se niega. Era cuando la educación de un bachiller consistía en memorizar cosas tan (in)significantes como la lista de lo reyes godos de Hispania. Y a la vez, el pasado inmediato, cuando no falseado, proscrito. La perfección de este artefacto perverso -la máquina del olvido y a la vez memorística- estriba en que, hoy por hoy, maquiavélicamente se ha conseguido expulsar la memoria de la educación. Como si fuera posible conocer sin recordar.
El capitán Trueno, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas bélicas, vamos, todo lo relacionado con el rótulo Tebeos de postguerra ('escuela Bruguera' y TBO incluidos) son un cúmulo de historietas realizadas bajo la dominación del artefacto perverso. Hablamos de páginas más o menos bien guionizadas y bien dibujadas, aunque sometidas a las relaciones de poder empresarial de la época (el propietario de la editorial es el dueño de las viñetas), Los autores, en muchísimos casos, eran supervivientes del segundo y el tercer bando de la guerra civil, esto es, el de los que la perdieron y el de los que simplemente padecieron sus consecuencias (la mayoría simple, tal vez). Para todos se impuso el artefacto perverso. Solo había que olvidar y salir adelante.
La cuestión es que un buen número de dibujantes de aquella época (no solo por pereza omito nombres, pues son más de la mitad más uno) aceptaron las condiciones impuestas por el poder de entonces. Había, insisto, que sobrevivir y, si fuere posible, vivir. No es extraño así saber de autores de tebeo de la época volcados en producir a tanto la página y pendientes no de reconocimiento, sino simplemente de sobrevivir. (Estremece leer lo que escribe Onliyú acerca de Escobar y su frase: "Yo sólo hacía monigotes".)
El colmo de la ignominia se produce cuando autores como Víctor Mora -y otros como él- son tildados de franquistas simplemente porque les tocó vivir y trabajar en aquella época. Es cosa de documentarse. Me refiero a que el artefacto perverso consiguió no ya solo anular la memoria colectiva de un país, Estado, nación o lo que esto sea, sino también promover la interpretación de los tebeos de la época en términos franquistas. Mon dieu. Una cosa es jugar con las condiciones presentes y otra muy distinta es ceder a ellas.
El artefacto perverso (lo escribo sin comillas ni marcas de estilo adrede) triunfó o triunfa doblemente. En tanto que artefacto, funciona como mecanismo de olvido de la presencia inmediata. Y como perverso, convierte a quien lo utiliza en protagonista.
Es cosa de superar la perversión de tamaño artefacto.
Presumo que la base de la inspiración de El artefacto perverso se encuentra en la vida de autores como Víctor Mora -y otros como él-, cuya circunstancia profesional y vital transcurrió en ese oscuro periodo magistralmente descrito (o nombrado, si se quiere) por Paco Roca como El invierno del dibujante. Mi homenaje a Víctor Mora -y otros como él- en este post no consiste en glosar su obra, cosa muy bien hecha por otros i per tot arreu, sino en tratar de decir algo acerca de las consecuencias nefastas de aquel artefacto perverso ideado por el franquismo en su pleno dominio.
El artefacto perverso metaforizado por la historieta de Hernández Cava y Del Barrio no es ni más ni menos que la maquinaria puesta en marcha por Franco y sus adláteres para implantar el olvido, la antítesis de la memoria. Un mecanismo perverso, cuya perversidad se basaba en potenciar precisamente lo que se niega. Era cuando la educación de un bachiller consistía en memorizar cosas tan (in)significantes como la lista de lo reyes godos de Hispania. Y a la vez, el pasado inmediato, cuando no falseado, proscrito. La perfección de este artefacto perverso -la máquina del olvido y a la vez memorística- estriba en que, hoy por hoy, maquiavélicamente se ha conseguido expulsar la memoria de la educación. Como si fuera posible conocer sin recordar.
El capitán Trueno, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas bélicas, vamos, todo lo relacionado con el rótulo Tebeos de postguerra ('escuela Bruguera' y TBO incluidos) son un cúmulo de historietas realizadas bajo la dominación del artefacto perverso. Hablamos de páginas más o menos bien guionizadas y bien dibujadas, aunque sometidas a las relaciones de poder empresarial de la época (el propietario de la editorial es el dueño de las viñetas), Los autores, en muchísimos casos, eran supervivientes del segundo y el tercer bando de la guerra civil, esto es, el de los que la perdieron y el de los que simplemente padecieron sus consecuencias (la mayoría simple, tal vez). Para todos se impuso el artefacto perverso. Solo había que olvidar y salir adelante.
La cuestión es que un buen número de dibujantes de aquella época (no solo por pereza omito nombres, pues son más de la mitad más uno) aceptaron las condiciones impuestas por el poder de entonces. Había, insisto, que sobrevivir y, si fuere posible, vivir. No es extraño así saber de autores de tebeo de la época volcados en producir a tanto la página y pendientes no de reconocimiento, sino simplemente de sobrevivir. (Estremece leer lo que escribe Onliyú acerca de Escobar y su frase: "Yo sólo hacía monigotes".)
El colmo de la ignominia se produce cuando autores como Víctor Mora -y otros como él- son tildados de franquistas simplemente porque les tocó vivir y trabajar en aquella época. Es cosa de documentarse. Me refiero a que el artefacto perverso consiguió no ya solo anular la memoria colectiva de un país, Estado, nación o lo que esto sea, sino también promover la interpretación de los tebeos de la época en términos franquistas. Mon dieu. Una cosa es jugar con las condiciones presentes y otra muy distinta es ceder a ellas.
El artefacto perverso (lo escribo sin comillas ni marcas de estilo adrede) triunfó o triunfa doblemente. En tanto que artefacto, funciona como mecanismo de olvido de la presencia inmediata. Y como perverso, convierte a quien lo utiliza en protagonista.
Es cosa de superar la perversión de tamaño artefacto.
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