Salud y tebeos

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(Winsor McCay)

martes, 6 de septiembre de 2016

Tintín, esa especie de monaguillo

Es de sobra conocida la filiación ideológica inicial de Hergé. Como broma, podríamos aplicar al autor belga las palabras con que Valle-Inclán describía al marqués de Bradomín: "Era feo, católico y sentimental". Más allá de la broma, lo cierto es que hay un relato referido a los posicionamientos de Hergé; un relato elaborado no solo a partir de ciertos datos de su biografía (la influencia del catolicismo en su formación escolar y en sus comienzos profesionales, la sospecha de colaboracionismo que lo acompañó hasta el fin), sino también en base a los contenidos de los álbumes de Tintín primerizos, especialmente el primero: Tintín en el país de los soviets (en lo que concierne a su anticomunismo) y el segundo: Tintín en el Congo (en cuanto al colonialismo)... Es como decir que, de alguna manera, Hergé comparte con Hugo Pratt, otro grande del cómic europeo del siglo XX, la sospecha que se les atribuye a ambos acerca de una mancha ideológica original, con las diferencias respectivas entre ellos. (A Pratt se le llegó a acusar de militarista y de ser un fascista vergonzante, pero esta es materia para otro post.) Claro está que estas sospechas y acusaciones no escandalizarán a todos. Y menos aún a los que comparten afinidades con esas posiciones aludidas. En cuestiones ideológicas, ya se sabe. Como si fueran colores, aunque no lo son.

Desde luego, yo no conozco los límites de la afirmación "Por sus obras los conoceréis". Ni sé hasta qué punto es importante conocer la biografía de un autor para abordar sus obras. Aun así -sin necesidad de recurrir a la Teoría del reflejo de Lukács (ni al Teorema de la superestructura reactivado por Habermas)-, reconozco que hay correlaciones entre las formas artísticas y las relaciones de fuerzas; en concreto, las fuerzas que imperan en el momento de la producción de esas formas. También creo que aunque pueda haber lugar para la decisión o elección personal, es difícil para la conciencia escapar de los fantasmas que la realidad le impone.



Estas palabras: "...y a ti, especie de monaguillo..." le espeta a Tintín el villano Allan (junto a otra expresión también significativa: "capitán Bebe-sin-sed", dirigida a Haddock) en una viñeta de Vuelo 714 para Sídney. Es el propio creador y dibujante de Tintín -Georges Remi (1907-1983), Hergé- quien manifiesta un distanciamiento tal ante su personaje que le permite, si bien por boca de un malvado, calificar a Tintín como monaguillo.

Vuelo 714 para Sídney es el penúltimo álbum de los 23 que componen la serie Las aventuras de Tntín, iniciada por Hergé en 1929 con Tintín en el país de los soviets (cuyo álbum salió en 1930). Dado que el tomo Vuelo 714... como tal es de 1968, son cerca de cuarenta años los que median entre el primer y el penúltimo álbum de la serie de Hergé. (Tintín y los pícaros cerró la serie en 1976. Por su parte, la aventura inacabada Tintín y el Arte-Alfa es la edición de un conjunto de bocetos y guión incompleto publicada en 1986, tres años después de la muerte del autor).

Durante esos más de cuarenta años, no se puede hablar de una evolución de los personajes de la serie de Hergé. Nacieron, por así decir, de una pieza, ya terminados. Sí que hay, obviamente, un mayor perfeccionamiento en el trazado de Tintín y el resto de su pandilla, pero es puramente formal, gráfico. Las características psicológicas y morales de Tintín, Hernández y Fernández, el capitán Haddock, el profesor Tornasol, Bianca Castafiore y demás permanecen inalterables álbum tras álbum. Lo mismo cabe decir de "los malos" de la serie, con Rastapopoulos o marqués de Gorgonzola a la cabeza.

La pregunta sería, entonces, si es posible hablar de una evolución no ya de los personajes, sino de su creador, en los más de cuarenta años que ocupó a Hergé la culminación de su serie.


A mí me parece que es esa correlación mencionada arriba entre formas y fuerzas la que puede dar pistas para interpretar una obra tan dilatada en el tiempo como fue la producción de la serie de Tintín. El artífice de la misma, Hergé, habría ido incorporando las transformaciones históricas que se produjeron en aquellas décadas. Tras la segunda guerra mundial, el marco está claro: los Treinta Gloriosos (1945-1973) y el triunfo del capitalismo, la tolerancia asociada al Estado de Bienestar, el optimismo, la democracia cristiana y el socialismo nórdico, el progreso científico-técnico, el anhelo de futuro... Bien mirado, a Hergé, como a tantísimos otros, no le habría sido imprescindible cambiar sus esquemas de valores. Bastaba con aceptar el crecimiento y mostrarse como tolerante.

La segunda mitad de la serie Las aventuras de Tintín, a partir del álbum número 13 (Las siete bolas de cristal, 1948) corresponde a esos Treinta Gloriosos siguientes a la II GM. Años de enrriquecimiento no solo vital.

El álbum Tintín en el Tíbet, publicado en 1960, es quizás el más idóneo para calibrar la axiología de Hergé en aquella época. Sobresale en esta aventura el valor de la amistad desinteresada, incondicional. Si se puediese hablar de una evolución del autor en esta etapa, desde los tiempos de la revista católica Le Petit Vingtième en la que comenzó su carrera, esta iría por el lado de cierta universalización de valores humanos, en consonancia con aquel catolicismo renovado de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. Y no cabe duda de que Tintín es en esta etapa, en este álbum también, esa especie de monaguillo del catolicismo de Hergé.

Todo esto, en fin, afecta poco a la calidad como historietista de Hergé. Basta con sumergirse en cualquiera de sus álbumes (acaso en unos mejor que en otros) para comprobar su excepcionalidad.


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