Frente a la seriedad que tradicionalmente la conciencia
política imponía a los sujetos así concienciados, la generación underground
transformó esa seriedad en su contrario. Fue como si aquellos jóvenes nacidos
en los años cuarenta hubiesen mamado de niños los análisis del capitalismo y la
teoría de la sociedad que proponían los miembros de la Escuela de Frankfurt. La
superación del hombre unidimensional descrito por Max Horkheimer daba paso a un
sujeto que unía el principio de realidad (la conciencia política) con el
principio de placer (la afirmación de los deseos del inconsciente). Y así en
los años sesenta surgía un nuevo tipo de activista que acaso sin saberlo, con
naturalidad, celebraba las bodas de Marx con Freud previstas por Herbert
Marcuse. Si bien yo mismo soy consciente de que esto que escribo no es más que
un relato y como tal es susceptible de ser compaginado con otros relatos.
El inconsciente es deseo, pulsión, instinto, repetición y
derroche. Es irracional, incorrecto, no atiende a razones ni entiende de
fórmulas convencionales. Persigue el juego y el goce. Regido por el principio
de placer, sus contenidos y manifestaciones se escapan, son ajenos a la
domesticación. Incluso estas palabras que uso ahora son un intento vano de
encerrar en las mallas del lenguaje lo innombrable que articula el
inconsciente.
El inconsciente es el lugar -o acaso el no lugar- de lo
reprimido. Se manifiesta indirectamente, mediante síntomas. Y se desparrama en
los sueños. De ahí el interés de Freud al proclamar que los sueños son la vía
privilegiada de acceso al inconsciente.
En los sueños hay imágenes y hay movimiento: hay secuencias.
Hay fuerzas además de representaciones y escenas primordiales,
arquetípicas. Por eso repetimos que el
cine y los cómics están hechos de la misma materia con que se producen los
sueños, en la medida en que estos son realizaciones de deseos.
Robert Crumb es quizás el más conspicuo exponente de esa
generación underground que por medio de la ilustración y del arte secuencial
disolvió la barrera o censura que cerraba las puertas a la libre manifestación
del inconsciente. Y en la línea del más estricto freudianismo, Crumb entiende
un inconsciente animado por la libido, esa fuerza vital cuya naturaleza es
sexual.
Las palabras de Crumb que siguen dan cuenta exacta de su
concepción del arte y del cómic, siendo este comunicación (en cuanto se trata
de comunicar contenidos por medio de un arte), pero también entretenimiento:
"Y luego está el rollo del ARTE y la AUTOEXPRESIÓN.
Esto que estáis viendo no es sólo un cómic, sino una obra de arte... O sea, un
uso muy personal de un medio tradicionalmente comercial... Lo que lo hace arte
y no mero entretenimiento es que no sé muy bien lo que estoy haciendo... Es
algo que surge dentro de mí al margen de la conciencia... Suele ser grosero,
brutal y ofensivo, pero necesita salir a su aire, así que, ¿estamos ante la
verdad o simplemente son las obsesiones de un neurótico compulsivo? Sigo
creyendo que el arte debería comunicar y, que Dios me perdone, entretener al
mismo tiempo..." (La historia de mi vida)
Es el arte, en fin, producido como una libre aunque
elaborada manifestación del inconsciente.
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