A veces he notado cómo algunos dibujantes y autores de historieta (Jacques Tardi y Miguelantxo Prado, p. e.) se quejan, o casi, de lo deprisa que los lectores de cómic desplazan su mirada por las viñetas y páginas sin detenerse lo suficiente en ellas. Esta consideración puede incluso motivar decisiones 'de autor' en cuanto a tirar de recursos gráficos orientados a lentificar o pausar la lectura, unos recursos entre los que destaca la importancia del texto, su oportunidad y justeza.
Esta constatación se aproxima a esa otra procedente de cocineros de mayor o menor fuste, pero en todo caso minuciosos y pacientes en la elaboración de sus guisos y platos. Pues hay ciertamente una disimetría entre el tiempo de ejecución de esas maravillas culinarias y el tiempo de su deglución. La duración de esos tiempos, quiero decir. Tal y como ocurre con las diferentes medidas del tiempo de realización y el tiempo de fruición de los cómics.
Supongo que hay razones de "justicia poética" (o de falta de ella, más bien) tras la mostración de esa disimetría proferida por autores de cómic y por cocineros. Sin entrar ahora a analizar esas razones, lo cual, además de llevarnos tiempo nos mostraría tal vez que no siempre existe una tal injusticia, sí podemos señalar que, desde las posiciones respectivas del lector y del gourmet, no es exactamente el mismo caso el que se da entre la gastronomía y el noveno arte.
La diferencia en un caso y en otro estriba en lo que queda una vez concluido el tiempo de la fruición lectora y el tiempo de la deglución culinaria. En el primer caso, el lector sigue teniendo ante sí un cómic. Lo puede releer, hojear al revés, detenerse en la contemplación de su arte, etcétera. En el segundo caso, lo que queda más allá del gozoso recuerdo de un momento de dicha -recuerdo que por cierto es común en ambos casos-, es una mera función orgánica que concluye con la deposición de excrementos.
Así de cruda es la diferencia que hay entre el placer de la gastronomía y el placer que proporciona la lectura de cómics.
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