No es del todo trivial ni tautológico recordar que el humor,
la comicidad, se encuentra en el ADN primordial de los cómics. Desde las tiras
cómicas (comic strips) de los periódicos de antaño hasta la actualidad
el humor, con mayores o menores cotas de absurdidad, ha sido una de las líneas
constantes de actuación de los dibujantes y guionistas de tebeos.
Fue precisamente ese carácter de comicidad, asociado a una
supuesta naturaleza infantil de las historietas, lo que mantuvo relegado
durante décadas el trabajo de los creadores del medio considerándolo como un
arte menor; inmaduro y destinado a los menores de edad.
Pero lo cierto es que los grandes editores de periódicos,
con Hearst y Pulitzer a la cabeza, detectaron enseguida que también los
lectores adultos iban directos a la busca de las tiras cómicas nada más abrir
los diarios, siquiera fuera en busca de una sonrisa.
Y no es pequeño, en fin, el número de personas para quienes
leer tebeos se reduce a leer los llamados "tebeos de risa".
Más allá -o más acá-
de su popularidad el buen humor, sea en forma de sonrisa o de risa, tiene un
punto transgresor. Descoloca (o coloca, en sentido slang). La historia
del cine está llena de ejemplos, desde los tiempos de Buster Keaton y los Marx
Brothers. Y también lo está la historia de los cómics.
Por ejemplo, Cowboy Henk.
Un humor delirante.
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