Se acaba de publicar en nuestro idioma una antología de Cowboy Henk, un personaje estrepitoso creado por dos autores belgas: Kamagurka (Luc Zeebroek, n. 1956) y Herr Seele (Peter van Heirseele, n. 1959). Ambos comenzaron a publicar las historietas de Cowboy Henk en 1981 y las mantuvieron ininterrumpidamente hasta 2010. El personaje era un absoluto desconocido para nosotros hasta este momento, en que la serie ha recibido el "Premio al Patrimonio" en Angulema 2014.
Leemos en el Prólogo de esta antología:
'Cowboy Henk' en Bélgica y Holanda tiene su propia serie de dibujos animados, también versión de carne y hueso en radio y TV, esculturas en plazas y rotondas, sellos dedicados a su efigie... vaya, un nivel de popularidad difícil de imaginar aquí para un personaje de cómic que lo mismo amasa una mierda con sus propias manos que "reflexiona" sobre las vanguardias europeas del siglo XX. Y es que 'Cowboy Henk' es todo menos coherente. (…)
Decir que el humor de Cowboy Henk es visual y conceptualmente
transgresor puede ser decir demasiado. No lo es decir que unas veces peca de
escatológico, otras se presenta con mordacidad ilustrada, otras resulta
simplemente infantil, otras ... o todo a la vez. Pero siempre es absurdo,
ocurrente, surreal, dadaísta. Sumamente divertido.
La estética de Cowboy Henk recoge influencias de la línea
clara de Hergé pasadas por la batidora de todas las vanguardias artísticas
europeas, incluido el pop art (sobre todo este último en el tratamiento
del color). Y su ética, por así decir, consiste en plasmar en viñetas la
ausencia de límites conceptuales y formales característica de los movimientos
postsesenteros.
Se trata, entonces, de algo así como de una
postransvanguardia en clave de humor.
Todo esto, claro está, siempre que aceptemos lo que dice el
título de uno de los relatos de Alack Sinner: "La vida no es una
historieta, baby". Ya que sería un error el buscar referentes reales,
extraartísticos, en las delirantes propuestas de Cowboy Henk.
Con todo, es interesante pensar, a propósito de esto, cuáles
son el alcance y el sentido de la transgresión -si es que la hay y por
inteligente que esta sea-, cuando se combina con una enorme popularidad como
ocurre en el caso de Cowboy Henk.
Y es que estoy convencido de que, en principio, no se
trataría de una transgresión de códigos, pues sucede más bien al contrario.
Cowboy Henk se ajusta perfectamente a los códigos de la historieta en su
modalidad de comic strip. Y después de lo sucedido, experimentado,
pensado y vivido en el último siglo, no me queda muy claro en qué pueda
consistir la transgresión de que hablamos.
Con lo cual, lo único que se me ocurre como colofón es
apelar a la transgresión de la risa, o a la risa como transgresión. Si bien esto tiene sus límites. El medio es el mensaje.
Aunque, eso sí, una transgresión muy celebrada y premiada.
A mí Cowboy Henk no deja de recordarme a las
historietas que leía de niño. Solo que actualizadas a la altura de los tiempos.
Y el hecho de que sus autores sean más o menos coetáneos míos, me refuerza en
mi impresión.
Una historia larga, de más de cuarenta páginas sin color, me
ha gustado por su absurdidad y el dominio del juego de literalidad e inversión:
"Los regaladores de caballos".
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