Decía Hugo Pratt que uno de los cometidos del cómic podría
ser el de crear los grandes mitos contemporáneos.
Ernesto Guevara, el Che, murió abatido en Bolivia en octubre
de 1967, con 39 años de edad. En enero de 1968, a los tres meses de
su muerte, apareció en los kioscos de Argentina el cómic Vida del Che,
con guion de H. G. Oesterheld y dibujos de Alberto y Enrique Breccia (padre e
hijo). Se trata, probablemente, de la primera expresión artística que recogió
el icono del Che Guevara, dicen que el más reproducido en las últimas décadas.
La fotografía del Che que en 1960 realizó Alberto Korda es
la fuente de la imagen del revolucionario argentino más multiplicada en todo
tipo de prendas y objetos de mercadeo.
Pero no cabe duda de que pese a su carácter hagiográfico -o
precisamente por eso-, el tebeo de
Oesterheld y los Breccia contribuyó en muy buena medida a la fabricación del
mito. Las vicisitudes de la edición, bajo la dictadura en Argentina de Juan
Carlos Onganía, con secuestro de los ejemplares y con las planchas originales
del cómic destruidas por el ejército, alentaron la leyenda. Mas la calidad de
la prosa de Oesterheld, tan cercana en esta obra a la poesía no solo épica,
unida al arte inspirado de Alberto y Enrique Breccia, tan evocador, seguro que
también tuvieron algo o tal vez mucho que ver.
Lo cual es una muestra de la pertinencia de la frase de
Pratt que encabeza este post.
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