No todo en el movimiento de la novela gráfica es
experimentación formal vanguardista. Hay ejemplos de autores que, aunque eligen
escribir empleando el lenguaje del cómic, se ciñen a la narración lineal de una
historia y realizan una obra que, a la postre, puede resultar más interesante
en cuanto novela que no por sus características gráficas.
La perdida (2006), de Jessica Abel (n. 1969), es una
buena muestra de este tipo de novela gráfica.
La impronta literaria que predomina en La perdida se
percibe inmediatamente al ver el epígrafe introductorio de la novela:
La frase está tomada de Malcolm Lowry, Bajo el
volcán.
Metáforas y alegorías aparte, el volcán bajo el que
transcurre la novela de Lowry es "el Popo", esto es, el Popocatepetl,
el mayor de los que están en activo en Mexico. Y es México, concretamente el D.
F., el lugar donde se desarrolla La perdida, la novela gráfica de
Jessica Abel.
El planteamiento, la disposición argumental y el desarrollo
de esta novela gráfica son también literarios.
La sombra de otros dos escritores está presente en La perdida:
Jack Kerouac, que además de On the Road escribió Mexico City Blues; y William
Burroughs, autor de El almuerzo desnudo. Son dos escritores de la
beat generation y en ese sentido cercanos a Lowry. Todos ellos
anglosajones.
Los autores beat aportaron una concepción de la
literatura hermanada con la vida. Una vida en el límite, fronteriza, en la que
el viaje exterior se compagina con un viaje interior.
Así, la protagonista de La perdida es una joven de Chicago
que emprende un viaje de búsqueda de sus raíces e identidad por México. Jessica
Abel, la autora, también de Chicago, combina en su novela elementos
autobiográficos con otros imaginarios.
Finalmente, otro referente explícito (e implícito) en La
perdida, si no literario sí literaturizado, es la pintora mexicana Frida
Kahlo. Es esta un símbolo femenino mezcla de sufrimiento, libertad y
creatividad con el que se identifica en principio la protagonista de la novela.
El tiempo en que transcurre La perdida es el final
del siglo XX. El México de la novela es un escenario urbano, en cierto modo
similar al reflejado por el universo de Roberto Bolaño (Los detectives salvajes).
Los idiomas español e inglés se alternan en una narración plagada de términos
específicos del habla de los mexicanos, con frases como:
¿Es el mismo güey que estaba discutiendo con el pinche
pendejo este sobre política cuando fuimos a Xochimilco?
El libro se cierra con un glosario que ayuda mal que bien al
lector ajeno a entender esos términos.
No obstante, a un lector que conozca la literatura de Bolaño
y los cómics de Beto Hernández (Sopa de gran pena), por ejemplo, esta
especie de inmersión en la cotodianidad mexicana pretendida por Jessica Abel
queda un poco distante, es decir, desubicada exactamente por la distancia que
media entre el lado norte y el lado sur de Río Bravo o Grande. Es una distancia
estrecha, pero a la vez enorme. La protagonista es una gringa y como tal es
percibida en México, por mucho que ella se empeñe en no serlo. Es uno de los
motivos centrales de La perdida.
Y así, el filtro cultural de la estadounidense Jessica Abel
conduce a que en La perdida, pese a su valor literario, la vena mexicana
que trasparece en la novela esté como descolorida en comparación con la
perfilada por Beto Hernández en el cómic Río Veneno.
La autenticidad de La perdida hay que buscarla por
otro sitio.
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