La hora del lector es el título de un ensayo de Josep
Maria Castellet publicado en 1957.
Centrado en la literatura narrativa, en la novela en
concreto, La hora del lector recogía los planteamientos fenomenológicos
que entienden que el producto artístico encuentra su culminación como objeto
estético desde la experiencia de lectura protagonizada por el receptor de la
obra, esto es, el lector (fruidor). La hora del lector daba cuenta,
entonces, de la denominada "estética de la recepción".
El libro de Castellet respondía a un momento en el que las
artes narrativas en general, y la novela en particular, experimentaban sobre sí
en el plano formal sobre todo, exigiendo a la vez una colaboración cómplice del
receptor para rellenar los huecos del relato e incluso para establecer el orden
de la narración.
Al margen de los títulos de referencia en que se basa el
estudio de Castellet, un ejemplo querido por mí de este tipo de literatura es
el de Julio Cortázar. La participación del lector demandada para el pleno
disfrute de por ejemplo Rayuela, llegaba a su extremo absoluto ante
62/Modelo para armar.
Demasiada colaboración la exigida, se dirá, para disfrutar
de una novela. Así pues, no es extraño que los rumbos de la narrativa
convencional -dominante y masiva- dejaran de lado esos experimentos y,
obedeciendo a la ley del mínimo esfuerzo, se orientaran más bien a la
producción de best sellers de lectura fácil y acaso rápida, en
consonancia con otras facetas de la vida acelerada que se implantó en los
ochenta pasados.
Sin embargo, lo curioso e interesante a la vez es que la
historia del cómic, sobre todo en la versión del movimiento de la novela
gráfica, está siguiendo un orden inverso en este respecto. Y así, la
experiencia de lectura cómplice ante trabajos de Chester Brown y Daniel Clowes,
que no es pequeña, queda corta ante la obra de Chris Ware y sobre todo ante su
último artefacto, por llamarlo así, ampliamente celebrado: Building
Stories.
20.06.2014
Al hablar de La hora del lector me refiero a una
forma de practicar la literatura -en particular narrativa- en la cual el autor
apela a la actividad de quien lee para concluir una obra. Entendámonos. Hay
autor, hay lector y hay obra. En este tipo de narrativa al que aludo, la
propuesta del autor es completa, pero está presentada con pliegues, escisiones,
huecos, fisuras o incluso sin orden entre sus elementos. Lo que falta,
entonces, es que sea el lector quien ordene los materiales de la propuesta y
complete su significado, mediante una actitud participativa. Se trata, por eso,
de la hora del lector. Y el premio por su colaboración, por esa
actividad, es el goce (intelectual y estético).
El goce y el juego, el sentido lúdico. No en vano, las dos
propuestas de Julio Cortázar que cito arriba tienen títulos que evocan un
juego (Rayuela) y un juguete (62/Modelo para armar)
respectivamente. En ambos casos, pero especialmente en el segundo, el lector ha
de intervenir para perfeccionar (o culminar) el objeto estético, aquí la
novela.
Obviamente se trata de novelas abiertas. En mayor medida que
en las obras cerradas -si es que existe alguna que ciertamente lo sea-, en las
obras abiertas es más dable encontrar diferentes relatos para diferentes
lectores, pero también para diferentes experiencias de lectura, aunque sean de
un mismo lector. La experiencia de una lectura, individual y subjetiva al cabo,
condiciona el resultado de esa lectura.
Al margen de otras consideraciones sobre esta sugestiva y
sugerente hora del lector, ocurre que en el ámbito del cómic, sobre todo
en su modalidad de novela gráfica, hay autores y obras que adoptan ese
planteamiento literario. Y además, a diferencia de lo que ocurre en el ámbito de
la novela sin imágenes, los escaparates y mesas de exposición de novedades en las
librerías de ahora ofrecen con éxito tebeos, novelas gráficas y otras formas de
historieta que son encuadrables en esta modalidad vanguardista.
Un ejemplo extremo de todo esto lo constituye la última
"novela gráfica" de Chris Ware, Building Stories (Fabricar
historias, 2014).
Para sorpresa del lector, este último artefacto cultural de
Chris Ware se presenta en una caja con toda la apariencia de ser un juego de
tablero.
Y en efecto, lo que hay dentro de la caja es un conjunto de
elementos que desplegados vienen a ser algo así:
Cada uno de estos elementos es un cómic. Y cada uno tiene un
formato. No hay orden ni numeración entre ellos. Pero todos son fragmentos de
una vida expuesta secuencialmente, la
vida de la protagonista de la novela.
Y es el lector el que debe afrontar este juego que consiste
en componer la novela.
Como no hay un orden preestablecido, y cada ordenación
confiere un sentido, son múltiples las novelas que pueden surgir a partir de la
experiencia particular del lector de Building Stories.
22.06.2014
Aunque no hay que exagerar las novedades. Todo esto de la
hora del lector está muy bien, pero no es cosa de ahora. Ya que sin lectura no
hay escritura, igual que sin lector no hay escritor.
Aunque siempre ha de haber una actividad del lector para
encontrarle sentido a un texto, a una obra, es una cuestión de grado la
participación del otro exigida por el autor. Luis de Góngora, por ejemplo, es
uno de los autores más exigentes con el lector. Y ya tiene siglos su obra.
Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.
De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.
También la narrativa gráfica cuenta con autores que son muy
exigentes con el lector y sin cuya cómplice colaboración su trabajo carece de
sentido. El valenciano Micharmut, sin ir más lejos, es uno de ellos. (Enlazo un artículo de Álvaro Pons en Tebeosfera sobre este original autor.) Y también ya cumple años su obra.
Aunque no tantos años como en el caso de Góngora, pues la
historia del tebeo es más corta.
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