Capítulo aparte, como diría Dumas, merece el libro
Clásicos en Jauja. La historia del tebeo valenciano (2002), de Pedro
Porcel.
Son varios los atractivos que presenta este libro.
En su aspecto formal, pese a ser un tocho de considerable
peso y casi quinientas páginas, Clásicos en Jauja cuenta con muchísimas
ilustraciones. Unas de ellas son meramente decorativas; pero otras, las más
significativas, son reproducciones de páginas y viñetas de tebeos de la vasta
época considerada: desde los orígenes, que entroncan con los pliegos y
literatura de cordel de las postrimerías del s. XVIII, pasando por el lento
despegue del tebeo durante el siglo XIX, su primeriza consolidación en las
primeras décadas del XX, el periodo republicano y luego el postbélico bajo la
impronta de la autarquía de los cuarenta y el incierto estatismo de los
cincuenta franquistas, hasta llegar a 1965, año este del hundimiento de los
cuadernos de aventuras de la editorial Maga y año del planteamiento de una
crisis irresoluble que, pasando por 1976 -en que culmina el cuaderno Roberto
Alcázar y Pedrín, de Editorial Valenciana- llegará dicha crisis hasta
principios de los años ochenta, cuando desaparecieron ya por inanición las dos
grandes revistas ilustradas en el ámbito del tebeo valenciano: Pumby y
Jaimito. Y con ello acabó tristemente lo que tuvo su momento de
esplendor.
Las páginas y viñetas reproducidas en Clásicos en
Jauja no tienen una finalidad solo decorativa. Más bien al contrario, estas
ilustraciones se insertan en el contenido que Pedro Porcel va exponiendo con
una claridad y pericia encomiables. De modo que este libro no es una mera
cronología o repaso de la producción tebeística valenciana de una importante
época, si bien la información que ofrece al respecto es extraordinaria.
Lo que Pedro Porcel consigue con Clásicos en Jauja es
ofrecer al lector un tratado completo de múltiples aspectos relacionados con el
arte de los tebeos. El marco de referencia está claro que es la citada
producción valenciana, y ya he dicho que la información sobre ello es
valiosísima. Pero el libro trasciende el mero dato puntual e integra sus
contenidos en una visión que resulta ser panorámica y de detalle a la vez, algo
ciertamente difícil de conseguir y que proporciona al lector una sólida
comprensión del noveno arte desde la óptica del crítico bien formado que entiende
y que ama lo que se lleva entre manos.
Así lo vio y valoró el jurado del Salone Internazionale
dei Comic, del Film di Animazione e dell Illustrazione (conocido como Salón
de Roma), que otorga los prestigiosos Yellow Kid -el llamado "Oscar"
del cómic europeo-, cuando en 2003 Clásicos en Jauja recibió el Premio
Internacional Romano Calisi al mejor estudio teórico.
04.06.2014
Para un lector de mi edad, un valor añadido que tiene el
libro Clásicos en Jauja. La historia del tebeo valenciano es que entre
sus páginas se encuentra un pedazo de su biografía.
Es esta una circunstancia que no es universal. Es decir, un
lector de la edad de mi hijo, por ejemplo, no verá implicada una parte de su
existencia en la lectura de Clásicos en Jauja. Pero no por eso deja de
ser, como digo, un valor añadido a este libro el que un sector de sus lectores
se reconozca de algún modo en él. Y ya señalé que valores a esta obra no le
faltan.
Un lector de mi edad que disfrutaba con tebeos en su
infancia proyecta recuerdos de sí mismo mientras recorre Clásicos en
Jauja y comprende algunas cosas olvidadas, pero latentes. Comprende, por
ejemplo, por qué leía más un tipo de historietas, por qué no terminaban de
gustarle otras, por qué en los quioscos que visitaba en aquel preciso instante
abundaban esotras.
Y así, además de encontrar gracias a Clásicos en
Jauja una recuperación de la memoria histórica del tebeo valenciano, el
lector de este libro que tenga mi edad -y disfrutara en su infancia con los
tebeos- encontrará también gracias a él una recuperación de la memoria
biográfica escondida en su interior y que le ayudará a comprender mejor su
infancia.
Ese es el valor añadido al que me refiero.
05.06.2014
El cómic nació como un arte popular en la esfera del
entretenimiento. Su difusión inicial fue en el seno de la prensa -el medio
masivo de comunicación por entonces- y sus circuitos de distribución. Nació,
por tanto, como un medio dependiente no solo de regulaciones políticas y
administrativas, sino también de prescripciones de índole moral, las
correspondientes al tipo de sociedad y al momento histórico en que se editaban
las historietas.
El grueso de la producción tebeística valenciana estudiada
en Clásicos en Jauja corresponde al período del franquismo. Y a partir
de la constatación de que los tebeos (como todo lo que se mueve) nunca pueden
ir más allá de la sombra que los acoge, es entonces tentador derivar una fácil
simplificación según la cual las historietas producidas durante el franquismo
estaban todas al servicio de ese mismo franquismo.
Esto, bien mirado, es una simplificación, por más que sea
cierto que los dibujantes y guionistas de cómic en la España de Franco no
podían trascender su realidad.
Pedro Porcel adopta en su libro un enfoque alejado de esa
fácil deriva. Y lo hace, a mi modo de ver, por un doble respeto y consideración.
En primer lugar, hay en Clásicos en Jauja una
consideración exhaustiva del cómic en cuanto cómic. No se trata de reducir los
tebeos a ser simples vehículos de transmisión de ideologías. El cómic es un
arte específico y autónomo en la misma medida en que lo pueda ser cualquier
otro arte. Tiene su propio lenguaje, sus códigos y sus reglas. No se pueden
valorar los vitrales de la catedral de León, por ejemplo, como simples
manifestaciones del espíritu católico al servicio de la gloria de la fe.
Y eso no puede hacerse entre otras razones, y aquí entra el
segundo motivo, por respeto y consideración hacia los artistas que hicieron
posible su obra a pesar de los tiempos en que les tocó vivir. No es preciso
ponerse platónicos para aceptar que hay un arte susceptible de ser realizado en
cualquier circunstancia. Y eso exige que haya personas de carne y hueso
entregadas a lo suyo, a su arte, bajo cualquier circunstancia. El que quiere y
sabe (con voluntad y conciencia, mas pericia) dibujar, escribir, componer,
pintar, esculpir, lo que ustedes quieran, tratará de hacerlo soplen los vientos
que soplen. Eso no quita para que haya artistas que ejecuten su obra al
servicio de otra causa, sea esta política, religiosa, bélica o económica. Pero
es que en el arte, como en botica, ha de haber de todo.
Lo que sí está claro es que el arte, como cualquier otra
actividad, se realiza siempre bajo condiciones. Cada momento, cada
circunstancia tiene las suyas. El estudio de Pedro Porcel da cuenta de las
duras condiciones de trabajo de los historietistas de la época y de la triste
manera en que dichas condiciones afectaron a su obra. Es este un motivo más de
respeto y consideración hacia aquellos entusiastas que hicieron del tebeo su
modus vivendi a mayor gloria del tebeo, que no de ellos, pues no fueron para nada glorificados.
Y bueno, para terminar, gracias al repaso de Clásicos en
Jauja comprendo por qué, cuando leía los tebeos de mi infancia, prefería
los de la editorial Bruguera o el TBO antes que los de Editorial Valenciana
(los cuadernos de Maga habían ya perdido vigencia). Resulta que en Valencia,
donde abundan los que son más papistas que el papa, la censura que se impuso a
partir de los sesenta era más rígida que en otras zonas del país. El
edulcoramiento, la blandenguería, la ñoñez y la gazmoñería se impusieron en los
tebeos de aquí.
Y a pesar de todo, a pesar de todo.
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