Río Veneno (Poison River), de Beto Hernandez,
expone la historia de Luba desde su nacimiento hasta su decisión a los
dieciocho años -una decisión inducida- de instalarse en Palomar con su prima
Ofelia y su hija Maricela.
Más novela gráfica que Palomar en su ejecución,
aunque yo creo que no en su resultado (o más bien cuyo resultado es menor),
Río Veneno es en cierto modo una representación de varios de los rostros
en ocasiones alegres de la sordidez, frente a la apacible existencia -aunque no
exenta de sobresaltos- sugerida en Palomar. Hay en Río Veneno abandono, narcos, sexualidad paralela, tráfico de bebés, terrorismo contra la
izquierda, ultraviolencia... Hay también un repertorio de pasiones. Y deseo. Y
desdicha. Hay el México de Buñuel, la sacudida de Bajo el Volcán, el
realismo visceral de Bolaño.
Y hay una música de fondo que suena, con ritmo de congas,
dedicada a "gente con aventura en el alma y el alma en los pies".
Como en un bolero salvaje.
La habilidad como guionista de Gilbert Hernandez manifiesta
de nuevo su riqueza en Río Veneno, cuyos arcos narrativos implican una complejidad
de tramas hábilmente resueltas, como es usual en este autor.
Una complejidad de tramas que son correlativas a un buen
número de personajes, entre los que destacan Luba y Ofelia junto a Peter Río,
María, Eduardo y Gorgo. Si otro de los puntos fuertes de Beto Hernandez es la
caracterización de sus personajes, en Río Veneno es también evidente esa
capacidad suya de dar vida a sus dibujos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario