Probablemente, la gran creación de Beto Hernandez es Palomar.
Las dos circunstancias referidas al trabajo de los hermanos Hernandez que señalé en un post anterior confluyen en esta obra.
En primer lugar, Palomar puede ser considerada una
novela gráfica, y de hecho lo es, teniendo en cuenta que es también una
recopilación ordenada de historietas publicadas previamente en formato de revista versión comic book (Love and Rockets) . Es lo mismo que
sucede en la tradición europea, por ejemplo, con Persépolis, de Marjane Satrapi. En este caso no se trata de revistas o comic books, sino de álbumes. Las fechas de inicio de ambas
obras, la de Gilbert Hernandez y la de Satrapi, explican su publicación seriada
previa a su difusión en formato de libro.
Es de hecho un tópico o lugar común en el mundo del cómic
actual el debate acerca de qué es lo que convierte una recopilación (TPB) en
novela gráfica o, lo que viene a ser lo mismo, el debate acerca de la licitud o
no de aplicarle a una recopilación el rótulo "novela gráfica".
Dejando de lado la respuesta que resuelve la cuestión
indicando que lo de 'novela gráfica' es una moda fomentada por el mercado, es
interesante el planteamiento que compara las recopilaciones bajo un nombre
común de historietas seriadas más o menos autoconclusivas, como Palomar y Persépolis, con las series de televisión compuestas por capítulos y
temporadas también más o menos autoconclusivas, como A dos metros bajo
tierra, p. e.
Y es también convincente entender la palabra
"novela" de un modo abierto y como la más moderna de las formas de
escritura, en la que caben diferentes estructuras formales y narrativas al
servicio de una unidad de planteamiento y resolución.
Así, Palomar es un universo narrativo con personajes, situaciones, escenarios, arcos
y tramas que configuran un todo novelesco.
16.11.2013
En segundo lugar, la condición latina hispanoamericana de
Beto Hernandez alcanza en Palomar una manifestación de universalidad
verista que a menudo se equipara con la que alcanzó Gabriel García Márquez en Cien años de
soledad. Y es cierto que al abrir cada página de Palomar, resuenan a
la vista y al oído los acordes del realismo mágico. Y a veces hasta telúrico.
Palomar es un pueblito que recuerda el Macondo de García
Márquez e incluso el Comala de Juan Rulfo, alegorías de Latinoamérica. Está
situado "en algún lugar al sur de la frontera con Estados Unidos".
Carece de teléfono y de gasolinera. Entre sus habitantes también hay fantasmas.
Y allí saben cocinar una "sopa de gran pena" que alivia los corazones
rotos.
Son muchos los personajes que pueblan Palomar. Más de
cien solo en "Sopa de gran pena" (yo no los he contado, pero hay quien sí). Destacan sobre todo
mujeres, personajes femeninos, heroínas. La shérif Chelo, Pipo, Carmen,
Tonantzín, Ofelia, la finalmente alcaldesa Luba. Y están también las hijas de
Luba: Maricela, Guadalupe, Doralis, Casimira, Socorro y Concepción. Y el hijo
Joselito. Hay también, cómo no, personajes masculinos. Heraclio, Israel,
Vicente, Gato, Jesús, Khamo, Satch, Martín "el loco" y otros varios.
Uno de los problemas a los que se enfrentan los realizadores
de literatura episódica o seriada es el de la continuidad. Es difícil mantener
la atención del lector cuando hay intervalos temporales de semanas o de meses
entre una y otra historieta. Y es difícil, también, sostener de ese modo argumentos
congruentes siendo tantos los personajes en juego. Sin embargo, sorprende el
arte de Gilbert Hernandez para concitar en una historia personajes familiares y
diversos con detalles que remiten a su vez a otras historias anteriores que
identifica el lector. La continuidad estriba en eso. Y es un arte, como digo,
que domina Beto Hernandez.
Y es también lo que permite tildar Palomar de
acertada novela coral. Y tremenda.
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