Me enteré ayer de la noticia. La novela gráfica Ardalén, de Miguelantxo Prado, ha obtenido el Premio Nacional del Cómic. Lo que no he
leído aún es la obra, La tengo entre manos, en las manos en
este momento, pero debe esperar. Estoy enfrascado en otra fascinante historia.
Lo que sí he hecho es hojear el libro, en preciosa
encuadernación con su cinta punto de lectura y todo. En efecto, Miguelanxo
Prado tiene una "maestría técnica en el uso del color", lo que ya se
nos reveló al leer Trazo de tiza y al visionar De Profundis.
Prado viene a ser así un pintor de cuadros que es autor de cómics o un autor de
cómics que pinta cuadros. Tanto monta, monta tanto.
Para hacer boca, copio lo que aparece al comienzo de
Ardalén:
"ábrego.
(Del lat. afrïcus).
1. Viento
templado y húmedo del suroeste, que trae las lluvias.
ardalén s. m. (del gallego ar de / do
alén, aire de / del más allá). Viento ábrego que sopla desde el mar
hacia la tierra, procedente del suroeste, en las costas atlánticas europeas. Se
trata de un viento húmedo que llega a portar muchos kilómetros tierra adentro
olores a sal y a yodo. Según las creencias populares, el ardalén se
origina en las costas americanas, atraviesa el Océano Atlántico y llega al
suroeste de Europa."
La cosa promete.
La memoria es buena parte de nuestro patrimonio mental o
psíquico. Los recuerdos nos constituyen. Son un alimento inmaterial.
En tanto que contenido mental, los recuerdos no siempre son
calcos o representaciones de experiencias directamente vividas. Ya que en la
formación de la memoria interviene en mayor o menor grado la imaginación, hasta
el punto de poder una y otra llegar a confundirse o mezclarse, como en los
falsos recuerdos que son, sin embargo, vividos como verdaderos. En su aspecto
vivencial, por otra parte, la memoria se encuentra atravesada por emociones y
sentimientos asociados a sus contenidos. Rememorar es una forma de revivir.
La neurociencia actual localiza en el hipocampo la función
cerebral vinculada a la elaboración de recuerdos; pero no deja de ser este, el
de la memoria, un territorio ignoto sujeto a múltiples hipótesis e investigaciones. Por ejemplo, ¿es posible
aceptar, como hipótesis de trabajo, que un sujeto pueda incorporar en su
memoria recuerdos procedentes de la experiencia de otro sujeto?
Estos son los materiales intelectuales que inspiran el
argumento de Ardalén, de Miguelanxo Prado, último Premio Nacional del
Cómic de España.
Es también Ardalén un hermoso ejemplo de lengua o
literatura dibujada, pintada más bien.
02.12.2013
El ardalén es un viento imaginario, inventado. Aunque bueno,
lo que inventa realmente Miguelanxo Prado es la palabra 'ardalén', con etimología
gallega. Existen en España los vientos ábregos, procedentes del sur y del
suroeste. Pero el ardalén, con ese nombre, es una creación de Prado. No
obstante, hacia el final del libro nos enteramos de que ciertamente puede haber
influencias en Galicia de vientos procedentes del Atlántico caribeño, como el
caso datado del huracán "Dolly", de 1953.
Y esa es la clave de la historia. El ardalén lleva hasta una
aldea de la Galicia profunda, hacia el interior de Rías Baixas, olores y
sabores de mar, pero también ensoñaciones y recuerdos que son recogidos por la
mente desordenada del lugareño Fidel.
Ardalén es también la historia de una búsqueda, la
que emprende Sabela tras las huellas de su abuelo materno que embarcó para Cuba
en los años treinta del novecientos.
Hay así en Ardalén reminiscencias, muchas
reminiscencias que entroncan con esa quinta provincia gallega en
el hemisferio sur.
Y hay amores. Y hay tormentas de alta mar. Y naufragios.
Y hay nombres de lugares que Cuando los digo se me llenan
los ojos de colores como de fiesta, y me dan ganas de reír.
Y hay también algún mal rollo.
03.12.2013
Lo mejor de Ardalén son varias cosas. En particular,
la singular belleza que el autor extrae de esa especie de armonía entre
contrarios que parece inspirar la obra entera y que es a la postre la que
fundamenta esa otra belleza -esta netamente formal- que evidencia el libro.
Tampoco está de más referir el realismo poético, más que
mágico, puesto al servicio de una alegoría del naufragio que bien pudiera ser
el sentido final de Ardalén.
Y queda, finalmente, esa franca alegría iluminada con olor y
sabor a salitre y acompasada con sonidos y con ritmos de ultramar.
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