Junto al rechazo de la autocompasión, otra de las vertientes
que caracterizan a buena parte de la nueva novela gráfica que vamos leyendo es
la autorreferencia narrativa, su inmersión en la metaliteratura. La confección
de metarrelatos.
Esto ocurre cuando el autor se inmiscuye en su obra de forma
que a la vez que narra una historia, narra a la vez el proceso de narrar una
historia.
En las artes plásticas, este fenómeno se dio ya con Jan van
Eyck y su retrato del matrimonio Arnolfini (1434):
Y también en la plástica figurativa fue otro autor de los
Países Bajos ya en el siglo XX, Escher, quien usó la autorreferencia como tema
visual:
Aunque igualmente encontramos la impronta metapictórica en
"Las Meninas" de Velázquez.
En las artes poéticas y narrativas también se encuentra esta
vena metadiscursiva, por ejemplo en Lope de Vega: "Un soneto me manda
hacer Violante...", en Bécquer: "¿Qué es poesía...?, en la segunda
parte del Quijote de Cervantes y ya más actualmente en obras como "Cien
años de soledad", de G. G. Márquez y "Soldados de Salamina",
de Cercas.
Este post se podría alargar irremediablemente. Pero bueno,
digamos que la era de la postmodernidad aportó entre otras cosas la
autorreferencia y el gusto por el prefijo meta- aplicado a los lenguajes, al
arte, a la literatura, a los límites de la representación. Y con ello, cómo no,
también al mundo de la historieta, el tebeo y el cómic.
Así vemos que en Maus, en Píldoras azules, en
Fun home y en otras obras se narra una historia a la vez que el proceso
de narrar esa misma historia. Este fenómeno guarda relación con la presencia de
elementos autobiográficos del autor de los relatos que comentamos.
Y es un fenómeno que guarda también una estrecha relación
con la mise en abîme tan del gusto de los franceses.
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