La historia del antisemitismo es larga. Tan larga, al menos,
como lo es el transcurso de nuestra era.
Una de las versiones más fecundas del antisemitismo moderno
es la idea de una "conspiración judía internacional". Y uno de los
productos que más han colaborado en la divulgación de esa idea es Los
protocolos de los sabios de Sión.
Se trata de un documento espurio según el cual se mostraría
la realidad de una conjura pactada por miembros de la estirpe de David para
apoderarse del mundo. Los protocolos fueron publicados por primera vez
en 1905 en Rusia y desde entonces han contado con numerosas ediciones en todos
los idiomas influyentes. Lo curioso es que a pesar de que ya en 1921 el Times
londinense demostró la falsedad del documento, y así ha sido sucesivamente
demostrado, cada declaración de su falsedad se veía seguida de un resurgir de
la divulgación del falso texto.
Internet, sin ir más lejos, se ha convertido en un terreno
abonado para la difusión de las insidias contenidas en los Protocolos de los
sabios de Sión.
Pues bien, la última novela gráfica de Will Eisner,
culminada por él un mes antes de su muerte y titulada La conspiración,
tiene un subtítulo más que revelador: "La historia secreta de los
Protocolos de los sabios de Sión".
06.07.1912
La conspiración, el testamento gráfico y literario de Will Eisner, supone una vuelta de tuerca sobre las innúmeras posibilidades del arte secuencial, que es el modo en que Eisner denominaba al cómic o el arte de la historieta.
Esta novela gráfica conlleva un concienzudo trabajo de investigación. Su objetivo no es otro que contar la historia de Los protocolos de los sabios de Sión. La versión española del cómic de Eisner cuenta con un prólogo de Umberto Eco que comienza con estas palabras:
El aspecto más extraordinario de los Protocolos de los Sabios de Sión no es tanto la historia de su creación como la de su recepción.
Y en efecto, La conspiración muestra cómo una artimaña urdida con fines políticos específicos triunfa en las conciencias de aquellos que necesitan creer en las artimañas si estas sirven para alimentar el odio acumulado contra los enemigos imaginarios. Es un claro mecanismo psicológico, este de las creencias falsas inducidas y asumidas pese a su falsedad. X necesita una imagen contra la que descargar su inquina. Si Y le proporciona esa imagen, aunque sea espuria, X la dará por válida en una especie de bucle de retroalimentación entre su odio y la imagen misma.
Will Eisner era de ascendencia judía. Usó personajes judíos en sus novelas gráficas (Contrato con Dios como paradigma). Los mostró con normalidad, como ciudadanos. Ni héroes ni villanos. Sin embargo, en La conspiración fue más allá. Como si antes de morir necesitara hacer algo respecto a las inquinas volcadas sobre sus ancestros.
Tras un serio trabajo en que se desvela pacientemente el plagio que hay detrás de Los Protocolos, Eisner concluye su libro con unas páginas que muestran la vigencia que aún tiene el antisemitismo en el mundo. Es decir, el autor manifiesta su escepticismo respecto a que la farsa de Los Protocolos esté ya conclusa. Una posición, la de Eisner, contraria al optimismo que muestra Eco en las palabras con que finaliza su prólogo:
Me parece que, pese a este valeroso cómic, más trágico que cómico, de Will Eisner, la historia toca a su fin. Pero eso no quita que sea una historia que valga la pena contar, pues debemos luchar contra la Gran Mentira y el odio que genera.
Yo, como Eisner, tampoco estoy seguro de que esta historia toque a su fin.
Lo que Umberto Eco describe, confirma el deseo subyacente de todo ser humano de encontrar un culpable que explique sus penurias, su dolor, su frustración, su incapacidad para hacer más, su infelicidad, etc. Curiosamente, ese chivo expiatorio es el pueblo judío en general, un pueblo que ha hecho las contribuciones más notables al desarrollo de la humanidad en todos los campos de la actividad del ser humano. No hay otro que, considerando el tamaño de su población, haya hecho tanto como ellos.
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