El mito es el espejo de la historia. Es un espejo líquido, como el estanque en el que se contempla Orfeo (en la representación de Max) y se encuentra reflejada la imagen invertida de una Eurídice encadenada. Este estanque opera como una de las fuentes de la cual manan los ríos que fluyen por la historia, de forma que las aguas de esos ríos, cada una de sus gotas, reflejan a su vez el mito. Santiago García y Javier Olivares han sabido establecer en La cólera esta compenetración especular entre el río y la fuente, a través de otra historia (que es también universal) y otro mito, esta vez de filiación bélica (aunque no solo eso) y, por ende, con mayor alcance social. La ira de Aquiles, su cólera, forma parte del agua que fluye por los siglos reflejando un complejo de imágenes alegóricas, aquellas que cantan, oh diosa, los versos homéricos. Pero no es el caso que en las representaciones míticas no sucedan acontecimientos; las aguas del estanque son tan procelosas como las de las corrientes que arrastran el devenir. La eternidad de los mitos no se opone a la temporalidad de la historia, sino que son dos versiones, dos maneras de encajar la realidad. En las dos ocurren eventos y acciones que, ya lo hemos dicho, se relacionan de manera especular. En el mito, es cierto, los hechos se suceden de un modo atemporal (la venganza de Aquiles sobre Héctor debido a la muerte de Patroclo no es un acontecimiento histórico), pero no por ello dejan de ser inspiración y alimento de poetas, narradores y todo tipo de artistas. Es este fenómeno el que revalida la condición de espejo que acompaña a los mitos.
El recurso que introducen García y Olivares en La cólera, consistente en invertir ―durante unas sesenta y ocho páginas― en el centro de su narración el sentido de la representación y su consiguiente lectura, al estilo de los mangas japoneses, reproduce la idea de que la historia, la nuestra, es una imagen especular de la alegoría del mito. Esta representación invertida constituye un relato (histórico) dentro del relato (mítico), y se trata a fin de cuentas de una argucia que, además de ilustrar magníficamente uno de los principales motivos de La cólera, nos recuerda que no hay arte sin artificio. En la narración invertida, Pirra, Pat y Héctor son trasunto de Aquiles, Patroclo y el héroe troyano en el poema homérico. Pirra, por cierto, es el nombre con que Aquiles vivió en la corte del rey Licomedes, en Esciro, disfrazado de doncella pelirroja. El guion de Santiago García recoge esa estancia de Pirra (Aquiles) en Esciro y nos muestra su relación amorosa con Deidamía, hija de Licomedes. La doble condición masculina y femenina encarnada en la figura de Aquiles es uno de los alimentos del discurso de La cólera. García parece recoger en su historia aquella distinción beauvoiriana entre el sexo que da vida y el sexo que mata, pero la pone a salvo de cualquier sospecha de maniqueísmo al reflejar en un mismo personaje la doble naturaleza del protagonista del mito. Volvemos, así, a la representación de Orfeo ante el estanque, cuyo reflejo en el agua es la imagen de una figura femenina que no deja de ser una versión de sí mismo.
La fidelidad del guion de La cólera a los textos tradicionales, especialmente homéricos, no se limita a La Ilíada. En un sorprendente ejercicio de síntesis visual y narrativa, Olivares y García resumen en la parte final de su cómic la muerte de Aquiles, el episodio del caballo de madera y la destrucción de Troya, para a continuación exponer lo esencial del retorno de Ulises a Ítaca, tal como consta en La Odisea. Especial hincapié narrativo y gráfico ponen los autores de La cólera en la aventura del descenso al Hades por parte de Ulises, un descenso que sirve, a la postre, para culminar la historieta dotándola de un sentido fieramente humano. Y de nuevo, entonces, encontramos otra llamada en la dirección del mito de Orfeo y Eurídice. El descenso a los infiernos, al Tártaro, al inframundo, al Hades... Es una constante de la mitología griega (Orfeo, Ulises) y romana (Psique), que llega hasta la cristiana (Dante), y está ya presente en la antiquísima mitología sumeria (Gilgamesh). En la versión órfica de este motivo, en su lectura actual, se diría que el infierno está dentro de mí. En la versión de La cólera, el infierno acompaña nuestra condición bélica; es también nuestro destino individual.
Común a estas representaciones es el estribillo que afirma que para ser inmortales tenemos que estar previamente muertos. Pero vienen de las fuentes del vitalismo, tan griegas, las aguas que inundan La cólera.
El recurso que introducen García y Olivares en La cólera, consistente en invertir ―durante unas sesenta y ocho páginas― en el centro de su narración el sentido de la representación y su consiguiente lectura, al estilo de los mangas japoneses, reproduce la idea de que la historia, la nuestra, es una imagen especular de la alegoría del mito. Esta representación invertida constituye un relato (histórico) dentro del relato (mítico), y se trata a fin de cuentas de una argucia que, además de ilustrar magníficamente uno de los principales motivos de La cólera, nos recuerda que no hay arte sin artificio. En la narración invertida, Pirra, Pat y Héctor son trasunto de Aquiles, Patroclo y el héroe troyano en el poema homérico. Pirra, por cierto, es el nombre con que Aquiles vivió en la corte del rey Licomedes, en Esciro, disfrazado de doncella pelirroja. El guion de Santiago García recoge esa estancia de Pirra (Aquiles) en Esciro y nos muestra su relación amorosa con Deidamía, hija de Licomedes. La doble condición masculina y femenina encarnada en la figura de Aquiles es uno de los alimentos del discurso de La cólera. García parece recoger en su historia aquella distinción beauvoiriana entre el sexo que da vida y el sexo que mata, pero la pone a salvo de cualquier sospecha de maniqueísmo al reflejar en un mismo personaje la doble naturaleza del protagonista del mito. Volvemos, así, a la representación de Orfeo ante el estanque, cuyo reflejo en el agua es la imagen de una figura femenina que no deja de ser una versión de sí mismo.
La fidelidad del guion de La cólera a los textos tradicionales, especialmente homéricos, no se limita a La Ilíada. En un sorprendente ejercicio de síntesis visual y narrativa, Olivares y García resumen en la parte final de su cómic la muerte de Aquiles, el episodio del caballo de madera y la destrucción de Troya, para a continuación exponer lo esencial del retorno de Ulises a Ítaca, tal como consta en La Odisea. Especial hincapié narrativo y gráfico ponen los autores de La cólera en la aventura del descenso al Hades por parte de Ulises, un descenso que sirve, a la postre, para culminar la historieta dotándola de un sentido fieramente humano. Y de nuevo, entonces, encontramos otra llamada en la dirección del mito de Orfeo y Eurídice. El descenso a los infiernos, al Tártaro, al inframundo, al Hades... Es una constante de la mitología griega (Orfeo, Ulises) y romana (Psique), que llega hasta la cristiana (Dante), y está ya presente en la antiquísima mitología sumeria (Gilgamesh). En la versión órfica de este motivo, en su lectura actual, se diría que el infierno está dentro de mí. En la versión de La cólera, el infierno acompaña nuestra condición bélica; es también nuestro destino individual.
Común a estas representaciones es el estribillo que afirma que para ser inmortales tenemos que estar previamente muertos. Pero vienen de las fuentes del vitalismo, tan griegas, las aguas que inundan La cólera.
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