Rusty Brown es otra muestra de la fidelidad de Chris Ware a su estilo personal, otra prueba de la constancia y aplicación milimétrica con que lo realiza. Tanto es así, que a primera vista, hojeando simplemente el volumen de este generoso cómic que supera las 350 páginas, antes de leerlo, uno llega a pensar que Ware ofrece más de lo mismo. Sin embargo, Rusty Brown sorprende de nuevo. Una vez más, en esta obra, la precisión de entomólogo con que Chris Ware compone sus páginas y viñetas se la exige él también como justa contrapartida al lector, quien no tiene más remedio que aplicarse y concentrar su atención ayudándose de una buena lupa, si es que quiere acceder a la última partícula significante del texto.
Aunque lo cierto es que Rusty Brown no es del todo una novedad, o solo lo es en su cuarta parte. Tanto la Introducción del libro (pp. 1-113) ―escrita y dibujada entre 2000 y 2003―, como las historias de William Brown (pp. 114-182) ―entre 2002 y 2004― y de Jordan Lint (pp. 183-263) ―2006―, fueron publicadas originalmente en diferentes medios antes de ser recogidas en The ACME Novelty Library, el comic book o tebeo personal de Chris Ware (núms. 16-17, 19 y 20) y finalmente, "con ligeras modificaciones y renovaciones", pasar a constituir respectivamente las tres primeras partes de Rusty Brown. En cambio, el grueso de la cuarta historia del libro, la dedicada a Joanne Cole (pp. 264-351) ―dibujado y escrito entre 2012 y 2018―, ha permanecido inédito hasta su publicación en Rusty Brown, salvo sus primeras cuatro páginas, aparecidas en 2014 en Drawn & Quarterly.
Es esta cuarta parte, la historia de Joanne Cole, la que produce un prolongado pellizco que sacude al lector (o por lo menos lo ha hecho conmigo). Es esta la mayor sorpresa del libro de Ware.
El tebeo Rusty Brown recoge una labor de 18 años de Chris Ware, independientemente de su dedicación a "otros proyectos y experimentos artísticos", en palabras del autor. Por otra parte, el cierre del libro, previo a las guardas, lo colma la palabra Intermedio a doble página ―un poco a la manera en que las películas de larga duración (como Gone With the Wind, p. e.) interrumpían con igual intertítulo en la pantalla la proyección en las salas de cine durante unos minutos―, lo cual, junto al hecho de que el contenido del tomo actual no coincide del todo con lo detallado en los informes editoriales, confirma que habrá al menos una segunda parte como continuación de Rusty Brown. Esperamos que así sea. Nos serviría además para entender mejor el título de la obra, si bien la metáfora del copo de nieve aclara ya de por sí suficientemente las cosas.
Normalmente, cuando en la Gran Conversación surge el tópico de la relación (sea de identidad, de semejanza, de analogía o de divergencia) entre la literatura y el cómic, aparecen las referencias a ―y las menciones de― Chris Ware. El historietista de Chicago parece ser un paradigma (sería excesivo escribir "el paradigma") de la equiparación entre cómic y literatura. Es más, en alguna ocasión [aquí, por ejemplo] ha salido a relucir un cierto talante proustiano de Ware, en cuanto a su capacidad de transponer cabalmente al lenguaje del cómic tanto el latido del narrador como el fluir de los acontecimientos que cubren À la recherche du temps perdu. Curiosamente, esta hipótesis que establece una cercanía de fondo entre Proust y Ware queda fortalecida al contemplar un par de viñetas de Rusty Brown en las que un personaje aparece leyendo En busca del tiempo perdido. En cualquier caso, lo cierto es que Chris Ware lleva años produciendo con meticulosidad una gran obra gráfica de algún modo en sintonía con el legado de los escritores de literatura contemporánea. Después de todo, con la ironía que le caracteriza, Ware se revela como un artista autoconsciente que utiliza el lenguaje de los cómics ("la ficción gráfica visual") para trasladar su cosmovisión a través de personajes e historias que comparten una afinidad no solamente estilística, sino dramática y existencial. A la manera de los buenos escritores. Pero esta autoconsciencia autoral, esta entrega a las exigencias del arte, no lleva implícito un desentendimiento de los asuntos políticos, públicos. Por citar solo un caso: el pálpito del racismo (su reflejo, su denuncia, quiero decir) atraviesa varias páginas de Rusty Brown, igual que lo hace el affaire Dreyfus en varias páginas de La Recherche.
La hermandad entre cómic y literatura es también ―o quizá sobre todo― de orden estético. En este respecto, las preocupaciones estéticas de Chris Ware alcanzan el diseño de todos los componentes de sus realizaciones gráficas, incluido el libro mismo. Ware es de nuevo consciente de este hecho, tal como lo da a entender en el encarte lúdico inserto en el volumen Rusty Brown, mediante la siguientes palabras, cargadas del frío distanciamiento y la desencantada ironía tan habituales en él:
Aunque lo cierto es que Rusty Brown no es del todo una novedad, o solo lo es en su cuarta parte. Tanto la Introducción del libro (pp. 1-113) ―escrita y dibujada entre 2000 y 2003―, como las historias de William Brown (pp. 114-182) ―entre 2002 y 2004― y de Jordan Lint (pp. 183-263) ―2006―, fueron publicadas originalmente en diferentes medios antes de ser recogidas en The ACME Novelty Library, el comic book o tebeo personal de Chris Ware (núms. 16-17, 19 y 20) y finalmente, "con ligeras modificaciones y renovaciones", pasar a constituir respectivamente las tres primeras partes de Rusty Brown. En cambio, el grueso de la cuarta historia del libro, la dedicada a Joanne Cole (pp. 264-351) ―dibujado y escrito entre 2012 y 2018―, ha permanecido inédito hasta su publicación en Rusty Brown, salvo sus primeras cuatro páginas, aparecidas en 2014 en Drawn & Quarterly.
Es esta cuarta parte, la historia de Joanne Cole, la que produce un prolongado pellizco que sacude al lector (o por lo menos lo ha hecho conmigo). Es esta la mayor sorpresa del libro de Ware.
El tebeo Rusty Brown recoge una labor de 18 años de Chris Ware, independientemente de su dedicación a "otros proyectos y experimentos artísticos", en palabras del autor. Por otra parte, el cierre del libro, previo a las guardas, lo colma la palabra Intermedio a doble página ―un poco a la manera en que las películas de larga duración (como Gone With the Wind, p. e.) interrumpían con igual intertítulo en la pantalla la proyección en las salas de cine durante unos minutos―, lo cual, junto al hecho de que el contenido del tomo actual no coincide del todo con lo detallado en los informes editoriales, confirma que habrá al menos una segunda parte como continuación de Rusty Brown. Esperamos que así sea. Nos serviría además para entender mejor el título de la obra, si bien la metáfora del copo de nieve aclara ya de por sí suficientemente las cosas.
Normalmente, cuando en la Gran Conversación surge el tópico de la relación (sea de identidad, de semejanza, de analogía o de divergencia) entre la literatura y el cómic, aparecen las referencias a ―y las menciones de― Chris Ware. El historietista de Chicago parece ser un paradigma (sería excesivo escribir "el paradigma") de la equiparación entre cómic y literatura. Es más, en alguna ocasión [aquí, por ejemplo] ha salido a relucir un cierto talante proustiano de Ware, en cuanto a su capacidad de transponer cabalmente al lenguaje del cómic tanto el latido del narrador como el fluir de los acontecimientos que cubren À la recherche du temps perdu. Curiosamente, esta hipótesis que establece una cercanía de fondo entre Proust y Ware queda fortalecida al contemplar un par de viñetas de Rusty Brown en las que un personaje aparece leyendo En busca del tiempo perdido. En cualquier caso, lo cierto es que Chris Ware lleva años produciendo con meticulosidad una gran obra gráfica de algún modo en sintonía con el legado de los escritores de literatura contemporánea. Después de todo, con la ironía que le caracteriza, Ware se revela como un artista autoconsciente que utiliza el lenguaje de los cómics ("la ficción gráfica visual") para trasladar su cosmovisión a través de personajes e historias que comparten una afinidad no solamente estilística, sino dramática y existencial. A la manera de los buenos escritores. Pero esta autoconsciencia autoral, esta entrega a las exigencias del arte, no lleva implícito un desentendimiento de los asuntos políticos, públicos. Por citar solo un caso: el pálpito del racismo (su reflejo, su denuncia, quiero decir) atraviesa varias páginas de Rusty Brown, igual que lo hace el affaire Dreyfus en varias páginas de La Recherche.
La hermandad entre cómic y literatura es también ―o quizá sobre todo― de orden estético. En este respecto, las preocupaciones estéticas de Chris Ware alcanzan el diseño de todos los componentes de sus realizaciones gráficas, incluido el libro mismo. Ware es de nuevo consciente de este hecho, tal como lo da a entender en el encarte lúdico inserto en el volumen Rusty Brown, mediante la siguientes palabras, cargadas del frío distanciamiento y la desencantada ironía tan habituales en él:
Los lectores de auténtica literatura moderna son sensibles al dilema estético del "libro como objeto"; esto es, el círculo toroide de que el texto, en tanto texto, para ser considerado atleta en el campo de juego del Arte, debe servir también como cuerpo vinculado al relato,...Y el goce estético, en fin, es el premio por el uso de la lupa cuando leemos a Chris Ware.
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