Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

domingo, 4 de febrero de 2018

The Long and Winding Road: Rock'N' Roll Baby!

Me encontré con una cita de Baru (Hervé Barulea): "...los cómics y el rock and roll hacen vibrar las mismas cuerdas sensoriales". La fijé en mi blog.


Desde una perspectiva externa, no digamos desde un realismo ingenuo, se dice que el cómic es un arte silencioso, mudo. Serían solo dibujos, rayas y textos -no siempre- sobre papel (aunque el webcómic abre otras posibilidades). Sin embargo, desde una perspectiva interna, para quienes lo leen, el cómic es un fenómeno que también sugiere sonidos. E integra numerosas artes, incluida la música. (El giro copernicano, o revolución copernicana teorizada por Kant, se adapta como un guante a la experiencia del lector de tebeos.)

El fenómeno, una vez más, tiene que ver con la naturaleza bifronte del cómic, cuyo hibridismo no excluye la fertilidad. Es un escenario en el que discurren Apolo y Dioniso trenzados.

[El cómic no es en sentido estricto un arte temporal. Así, a diferencia de lo que puede ocurrir al montar una película o editar un vídeo, el historietista no creo que recurra al metrónomo cuando compone sus páginas. Y tampoco el lector se ve impelido por un mecanismo externo que marca el orden y la duración de la historieta.

Ni es el cómic, en el mismo sentido, un arte puramente espacial. Los cómics se leen, no simplemente se miran. Se dirá que un cuadro, p. e., también se lee, pero habrá que admitir que el orden simultáneo de la composición de un lienzo difiere del orden sucesivo de las imágenes y los textos que caracteriza un tebeo, su disposición.

Apolo y Dioniso trenzados.]

Esta como fusión entre lo apolíneo y lo dionisíaco en el arte del cómic se ve reforzada en los casos en que un tebeo explicita su propia banda sonora. Es lo que sucede, por ejemplo, con Hotel California, de Nine Antico [aquí]. O con La encrucijada, de Paco Roca y Seguridad social [aquí]. O con La esfera cúbica, de Josep Mª Beà. Y es lo que sucede, en fin, con El largo y tortuoso camino, de Rubén Pellejero y Christopher (Longé).


Ahora bien, mientras La esfera cúbica y La encrucijada se venden acompañados del disco correspondiente, en Hotel California y en El largo y tortuoso camino lo que hay es una página final que detalla, en ambos casos, las referencias discográficas que traban las respectivas historias.

El título del tebeo de Pellejero y Christopher, The Long and Winding Road, es el de una balada compuesta por Paul McCartney y grabada por The Beatles (forma parte de su álbum Let It Be, de 1970). El cómic fue publicado en Francia por Kennes Editions en 2016 con el título original en inglés. La editorial Astiberri, por su parte, ha preferido publicarlo en español con el título traducido.

Si en cine se habla de road movies, viene dado calificar El largo y tortuoso camino como un road comic.

Fue probablemente la novela de Jack Kerouac On the Road, publicada en 1957, la que abrió la senda que hermana el rock and roll con las historias de carretera, pues la obra de Kerouac refleja los anhelos de búsqueda de sí mismo y de libertad propios de aquella generación que alumbró una manera de expresarse a sí misma a través de la música electrónica... y del cómic. Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) es quizás la película emblemática de este hermanamiento en versión cinematográfica.

Se trata, en definitiva, de la generación underground.

(En lo que concierne al comix underground, por cierto, no es solamente el rock'n roll la música a él asociada. Robert Crumb, padre fundador de este tipo de cómic, detesta la música eléctrica y se decanta por la Old Time Music, de la que colecciona compulsivamente discos de 78 r. p. m.)


Por muy previsible que sea la historia que nos cuenta El largo y tortuoso camino, su experiencia de lectura se disfruta deliciosamente. Tiene en esto mucho que ver, no cabe duda, el arte de Rubén Pellejero. La repetición (de esquemas, de argumentos, de historias) forma parte sustancial de la vida y del arte mismo. Sin embargo, el arte, como la vida, suceden en cada ocasión en que se realizan. De manera original y única. Ahí está la gracia. De la vida y del arte.

Del dominio en el tratamiento del color ya nos dio una lección Pellejero en el álbum Cromáticas (1993), aunque también en Dieter Lumpen, en El silencio de Malka, en Un poco de humo azul, en El vals del Gulag. Es Cromáticas, con todo, el tebeo que he ido a buscar en mi estantería al leer El largo y tortuoso camino.

Pero ojo, Pellejero no es un mero colorista. Es un gran dibujante de cómic. Su trazo lo sitúo en la línea sintética, más que clara, que funde a Jacques Tardi con Hugo Pratt, aunque con menos mancha que este. Valgan al respecto la limpidez y expresividad de los gestos y de los rostros que dibuja Pellejero.

También es verdad que Rubén Pellejero tiene el arte, la habilidad o el azar de colaborar con guionistas que le permiten lucirse, a la vez que los luce a ellos. A Christopher, nacido en 1969, la historia que ilustra El largo y tortuoso camino le resultará menos cercana que a Pellejero, salvo en lo tocante al protagonista principal, un cuarentañero que se encuentra por fin tras un viaje de descubrimiento y purificación, acompañado de los viejos colegas de su padre. Es esta complicidad entre dos (sub)grupos generacionales la que se revela como muy fructífera.


Volviendo a la cita inicial de esta entrada, es de señalar que Baru, nacido en 1947, tiene la edad de los viejos rockeros que dan vida a este cómic y pertenece, por tanto, a la era del rock and roll. Siempre habrá voces que digan que el rock murió en los ochenta y que la historia del cómic es agua pasada. Yo no lo creo así. Miguel Ríos cantó en 1979 que los viejos rockeros nunca mueren. Pellejero, con ayuda de Christopher, nos demuestra ahora que los historietistas tampoco. (Puede haber a fin de cuentas otras músicas e historias liberadoras y puede haber cómic al margen del rock.)

Larga vida, pues. A la música que libera y al cómic.


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