Según observo, el cómic es un fenómeno estético que surge como resultado de una serie de enfrentamientos, tensiones, contrastes o antagonismos entre pares de opuestos. En concreto, de la oposición entre significantes y significados, entre imágenes estáticas y secuencias dinámicas, entre texto e imagen, entre historia y discurso. De la imbricación de estas oposiciones emerge la historieta o cómic. Obviamente, esto no basta para tener un tebeo entre las manos. Un cuaderno o libro de historieta, incluido un webcómic, no deja de ser un producto u objeto cultural que involucra un montón de procesos industriales, mercantiles, laborales, etcétera.
Un ejemplo de oposición constitutiva, en este caso entre texto e imagen, lo encontramos en el cómic Cortázar, de Marchamalo-Torices. En una página configurada por tres viñetas se lee: "Libros de Verne, Wells, Dickens o Poe, que leía voraz. A todas horas". En cambio, lo que se ve en los dibujos son piezas de mecano y al niño que juega montando o construyendo modelos con ellas.
Otra tensión u oposición antagónica, constitutiva no de todos los cómics, pero sí de una parte de ellos (constituyente de un género de historieta) caracteriza al tebeo que surge del contraste, por ejemplo, entre una experiencia dolorosa del autor, o de sus personajes, y unas viñetas más o menos caricaturescas, o caricaturizadas.
(No hay que olvidar que el cómic contiene en su origen histórico, pero también en su ADN lingüístico, lo cómico, siquiera sea visto desde el plano puramente gráfico. Entendámonos. Si hay una gradación de lo cómico, que va desde lo amable o simpático hasta el morirse de risa, yo hablo aquí ahora del primer grado.)
Maus, de Art Spiegelman, ilustra perfectamente lo que quiero decir. Y con ello, todo el género del cómic confesional, caracterizado por la autoexpresión. El artista se expone. O expone su dolor. O su alegría. O su tristeza. O lo que se tercie. Desde sí mismo. Fun Home, de Alison Bechdel.
Las raíces de esta concepción, como tantas cosas, se encuentran en el underground: "... Los cómics se componen de dibujos y textos... ¡Con dibujos y textos puedes hacer lo que quieras!" (Harvey Pekar).
En Maus confluyen el horror de la Shoah desde la experiencia familar de Spiegelman, por un lado, y el lenguaje de historieta como vehículo de expresión de ese mismo autor, por el otro. Pura antagonía. La tensión la resuelve, a manera de precipitado vital -y vitalista-, ese fenómeno artístico denominado cómic,
El hombre del sombrero (2017) es un libro de historieta escrito y dibujado por Eloísa Blanco. Es su primer trabajo en cómic. Y en él se revela una artista que entiende este medio.
En esta obra, Eloísa Blanco participa de la concepción del cómic que describo como pura antagonía. El hombre del sombrero es un homenaje a su hermano Jaime, fallecido como consecuencia de un cáncer. Por el tebeo desfilan recuerdos de la infancia de la autora compartida con su hermano y desfilan momentos de la vida de Jaime Blanco. Desfilan también los amigos, a los que Eloísa dota de figura y de voz. Desfilan el barrio de Ruzafa y la ciudad de Valencia. Desfila, en fin, el estilo de vida de una generación.
No es un cómic introspectivo. Son las voces de la autora y de los amigos las que tejen la historia de Jaime. Y, por supuesto, la tejen el dibujo y el color, cosidos por el arte secuencial que despliega Eloísa. Un dibujo y un color sorprendentemente alegres, vitalistas.
Antagonía, ya digo.
Con El hombre del sombrero, Eloísa Blanco no solamente expurga el dolor y la tristeza provocados por la ausencia de su hermano. Expurga la ausencia misma. Y lo hace valiéndose de ese medio peculiar que es el tebeo; un medio valioso para conjurar a través de su función más que terapéutica, catártica. Siendo además como es el cómic un medio artístico, el efecto trasciende el solipsismo de la autora y conecta con el lector, quien obtiene una experiencia directa al disfrutar el tebeo.
La antagonía es compatible con la fruición en virtud del cómic. Es todo un fenómeno estético.
Un ejemplo de oposición constitutiva, en este caso entre texto e imagen, lo encontramos en el cómic Cortázar, de Marchamalo-Torices. En una página configurada por tres viñetas se lee: "Libros de Verne, Wells, Dickens o Poe, que leía voraz. A todas horas". En cambio, lo que se ve en los dibujos son piezas de mecano y al niño que juega montando o construyendo modelos con ellas.
Otra tensión u oposición antagónica, constitutiva no de todos los cómics, pero sí de una parte de ellos (constituyente de un género de historieta) caracteriza al tebeo que surge del contraste, por ejemplo, entre una experiencia dolorosa del autor, o de sus personajes, y unas viñetas más o menos caricaturescas, o caricaturizadas.
(No hay que olvidar que el cómic contiene en su origen histórico, pero también en su ADN lingüístico, lo cómico, siquiera sea visto desde el plano puramente gráfico. Entendámonos. Si hay una gradación de lo cómico, que va desde lo amable o simpático hasta el morirse de risa, yo hablo aquí ahora del primer grado.)
Maus, de Art Spiegelman, ilustra perfectamente lo que quiero decir. Y con ello, todo el género del cómic confesional, caracterizado por la autoexpresión. El artista se expone. O expone su dolor. O su alegría. O su tristeza. O lo que se tercie. Desde sí mismo. Fun Home, de Alison Bechdel.
Las raíces de esta concepción, como tantas cosas, se encuentran en el underground: "... Los cómics se componen de dibujos y textos... ¡Con dibujos y textos puedes hacer lo que quieras!" (Harvey Pekar).
En Maus confluyen el horror de la Shoah desde la experiencia familar de Spiegelman, por un lado, y el lenguaje de historieta como vehículo de expresión de ese mismo autor, por el otro. Pura antagonía. La tensión la resuelve, a manera de precipitado vital -y vitalista-, ese fenómeno artístico denominado cómic,
El hombre del sombrero (2017) es un libro de historieta escrito y dibujado por Eloísa Blanco. Es su primer trabajo en cómic. Y en él se revela una artista que entiende este medio.
En esta obra, Eloísa Blanco participa de la concepción del cómic que describo como pura antagonía. El hombre del sombrero es un homenaje a su hermano Jaime, fallecido como consecuencia de un cáncer. Por el tebeo desfilan recuerdos de la infancia de la autora compartida con su hermano y desfilan momentos de la vida de Jaime Blanco. Desfilan también los amigos, a los que Eloísa dota de figura y de voz. Desfilan el barrio de Ruzafa y la ciudad de Valencia. Desfila, en fin, el estilo de vida de una generación.
No es un cómic introspectivo. Son las voces de la autora y de los amigos las que tejen la historia de Jaime. Y, por supuesto, la tejen el dibujo y el color, cosidos por el arte secuencial que despliega Eloísa. Un dibujo y un color sorprendentemente alegres, vitalistas.
Antagonía, ya digo.
Con El hombre del sombrero, Eloísa Blanco no solamente expurga el dolor y la tristeza provocados por la ausencia de su hermano. Expurga la ausencia misma. Y lo hace valiéndose de ese medio peculiar que es el tebeo; un medio valioso para conjurar a través de su función más que terapéutica, catártica. Siendo además como es el cómic un medio artístico, el efecto trasciende el solipsismo de la autora y conecta con el lector, quien obtiene una experiencia directa al disfrutar el tebeo.
La antagonía es compatible con la fruición en virtud del cómic. Es todo un fenómeno estético.
Muy justo con la opera prima de Eloisa Blanco. Además de un homenaje a su hermano, todo un personaje entre bohemio y doctor en medicina, habitual de la noche de Ruzafa, es el retrato de una generación, la de los 80-90, y de la ciudad de Valencia. El dibujo tiene calidad y la historia está cargada de ternura, sin caer en el sentimentalismo, es un homenaje también a una forma de afrontar la vida en sus momentos más duros, la lucha contra el cáncer manteniendo siempre la sonrisa, como podemos dar fe los que los conocimos en persona. Eloisa, como su hermano, tiene corazón de artista, y además un talento que, de seguir en la misma línea, podría ser, con El hombre del sombrero, el brillante comienzo de una nueva autora en el mundo del comic. Enhorabuena, Eloisa, por habernos regalado esta memoria humana de Jaime, y a Jesús Gisbert por haber sabido sacar la esencia y hacer tan aguda crítica a esta novedad del tebeo valenciano, escrito por mujeres.
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