Tras citar en la entrada anterior la Introducción de Art Spiegelman a la adaptación visual de Ciudad de cristal, dedicaría ahora esta nueva entrada a la novela gráfica en sí. Lo que ocurre es que, una vez conocidas las dos versiones de Ciudad de cristal, la literaria -agráfica- de Paul Auster y la adaptación comicográfica de Paul Karasik y David Mazzucchelli, se superponen ambas en la mente y no es sencillo considerarlas por separado. En mi caso, además, dado que accedí primero a la literatura de Paul Auster, carezco de la experiencia de haber adquirido un conocimiento directo, no mediado, de Ciudad de cristal en lenguaje de cómic (desconozco, por ejemplo, el efecto puro de las elipsis sobre la comprensión del relato en este cómic). Como contrapartida, sin embargo, mi recuerdo presente de Ciudad de cristal de Auster está mediado ahora por la realización de Karasik y Mazzucchelli.
Me referiré, pues, a Ciudad de cristal sin más. Y tampoco así, a bulto. En un post como este solo caben algunos apuntes más o menos (des)hilvanados sobre esta novela doblada.
Se trata en efecto de dos versiones de una misma historia expresada en lenguajes diferentes, con lo cual resulta impropio hablar aquí de original y de copia. Es cierto que Art Spiegelman empleó el término Doppelganger para referir la traducción del original de Auster al lenguaje icónico realizada por Karasik y Mazzucchelli. Pero hay que insistir en que la traducción de una obra original no es una copia de la misma.
No es muy corriente el acierto en este tipo de traducciones o trasvases de obras de un lenguaje artístico a otro. Suelen aducirse al respecto ejemplos como Muerte en Venecia (Thomas Mann - Luchino Visconti) y Así habló Zaratustra (Friedrich Nietzsche - Richard Strauss). Ciudad de cristal constituye otro acierto, independientemente de que se encuentre en el puesto 45 de The Comic Journal's Top 100 Comics of the 20th Century (of American works, reconocen los editores de esa lista publicada en febrero de 1999). No es una cuestión de listas, es evidente.
Como es también evidente que cualquier afirmación u opinión, por atinada que sea, se queda corta ante una plena descripción de esta novela. Ciudad de cristal puede ser una broma literaria, Un juego de identidades y desdoblamientos. Un grito en demanda de la redención. Un relato detectivesco en clave metafísica o, al revés, un relato metafísico en clave detectivesca. Un retablo laico de la soledad. Una fantasía urbana. Una indagación acerca de la naturaleza del lenguaje y de la significación de las palabras. Una revisitación (o retorno) del mito de la caída. Una ensoñación solipsista. Una escenografía del dolor. Una novela de y para escritores. Un ensayo sobre la fragilidad. Una representación de espejos rotos. Una angustia existencialista. Una argucia que estratifica la figura del narrador. Una arquitectura conceptual. Una sátira o parodia de la literatura policíaca. Una irónica constatación de la realidad. Un delirio internalista. Un denuncia de las imposturas. Una actualización de Don Quijote. Una ingeniosa construcción verbal...
Cada una de estas afirmaciones, como las partes de un todo, describe incompletamente Ciudad de cristal; siendo el todo, ya se sabe, mayor que la suma de las partes.
(Continuará.)
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