Salud y tebeos

Salud y tebeos
Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

domingo, 12 de febrero de 2023

El delirio que nace en la infancia

Dice Philippe Druillet en su autobiografía Delirium (2014), entre otras muchísimas cosas, que la gran particularidad del mundo de la historieta es que no hay ahí hostilidad generacional: los jóvenes adoran a los mayores porque han crecido con ellos. Esto lo afirma Druillet en el contexto de sus observaciones sobre el festival de Angulema, y recuerda un poco a otra afirmación de Smolderen según la cual en la historieta no hay casos de vocaciones tardías, pues todo comienza en la infancia. 


Lo curioso es que Druillet cuenta en las primeras páginas de Delirium cómo tuvo su revelación, su epifanía comiquera, precisamente en la escuela a la que asistía en Figueras, pueblo donde transcurrió buena parte de su niñez hasta 1952, en que con su madre y su abuela volvió a Francia (no tiene desperdicio la historia del porqué y el cómo del traslado con sus padres a España en 1944 y la de, cuando el autor tenía siete años, el entierro de su padre en el cementerio de Figueras). Unas líneas antes del relato de su descubrimiento, Druillet cuenta que su único refugio en su aislada vida de entonces era «El Poulgacito [sic], un pequeño tebeo [illustré] español. Dentro había bellas imágenes, y un héroe, el Guerrero enmascarado [masqué], cuyas aventuras me apasionaban». No cabe duda de que aquí Druillet confunde el Pulgarcito de la editorial Bruguera con El guerrero del antifaz de Editorial Valenciana, pero eso no tiene mayor importancia. Sí la tiene su declaración de que en su infancia vivía en un mundo de representaciones imaginarias: el de Salvador Dalí y el de los tebeos. 


Así describe Druillet su revelación: 
«Un día, hay un cambio de clase. Me encuentro sentado al lado de un chico de quince, dieciséis años, mucho mayor que yo. Le miro hacer. Sobre una hoja, dibuja un puerto, las olas, un barco, un pequeño faro. En una esquina de la hoja, la inevitable gaviota. Es un dibujo marino, de una banalidad horrible. Pero para mí, es la revelación. Mi gruta de Lescaux. Es una bocanada de esperanza. Veo a un chico que reproduce un universo, su imaginación. Me doy cuenta de que con una hoja en blanco y un lápiz podemos inventar mundos.»
Sucedió en Figueras como podría haber ocurrido en cualquier otra parte. Ya dijo el poeta, en fin, que la verdadera patria es la infancia. 


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