Con El americano, el tebeo de Calo que acaba de publicar Nuevo Nueve editores, me ha sucedido algo parecido a lo que me ocurrió al leer Epílogo, de Pablo Velarde, publicado por la misma editorial. Se trata en ambos casos de historietas que se leen sin descanso, de un tirón como quien dice, con agrado. Y al final, el placer se acrecienta cuando uno repara en lo que ha leído.
En El americano destaca la línea pura o escasamente modulada y sin apenas mancha (aunque muy oportuna) con que Calo dibuja su historia. Es un recurso estilístico aparentemente sencillo, pero difícil de controlar si se tiene en cuenta que, además de lo ya dicho acerca de su capacidad de enganche, hablamos de una novela gráfica que supera las doscientas páginas y a la que no se puede calificar en absoluto de plana. La técnica de Calo favorece la dinamicidad del relato, no cabe duda, pero no es tan solo el tipo de dibujo lo que mueve al lector a pasar una página tras otra. La técnica del autor se manifiesta también en la construcción de un guion milimétrico que progresivamente sorprende y, en ocasiones, conmueve. El americano conecta con nuestro pasado, un poco a la manera en que lo hace Plaza de La Bacalá, de Carmelo Manresa (n. 1965) ―ambos títulos marcados por un costumbrismo limpiamente localizado y reconocible por nuestros pagos―, solo que en la historia de Calo (n. 1972) las referencias visuales se limitan hasta el extremo de no situar la retina, y con ello la atención (suya y nuestra), fuera de los personajes dibujados. Es otro recurso al servicio de la dinamicidad narrativa. El lector solo busca saber, como en las mejores novelas detectivescas. Y al final, la sonrisa de complacencia.
Una golondrina no hace verano, decía Aristóteles. Y dos seguramente tampoco. Pero si fuera el caso, los dos tebeos de Nuevo Nueve que he leído hasta ahora (Epílogo y El americano) me invitan a especular acerca del nombre de esta nueva editorial y acerca de cuál podría ser su impulso novedoso. La expresión Nuevo Nueve (que en valenciano, por cierto, se escribe Nou Nou) remitiría así a una nueva forma de apreciar el noveno arte, más que a la pretenciosidad de renovarlo. Y esa nueva forma de apreciar la historieta conectaría, paradójicamente, con el placer que sentíamos de niños cuando leíamos tebeos, completamente absortos hasta el final de cada una de las historietas que nos enganchaban. Ya digo que es pronto para aventurar. Pero de ser ese el planteamiento de Nuevo Nueve editores, y sobre todo de conseguir realizarlo, bien podríamos celebrar la llegada de esta nueva editorial. Tebeos como entonces, solo que a la altura de nuestro tiempo.
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