Tan cierta es la oración "las apariencias engañan" como su contraria, "las apariencias no engañan". Simplemente somos nosotros quienes nos equivocamos con facilidad, bien por precipitación, bien por prevención. Sería un error entender que tanto Polina, de Bastien Vivès, como Piruetas, de Tillie Walden, son dos novelas gráficas equiparables, pero sería también un error afirmar que se trata de dos tebeos que no tienen nada que ver entre sí. No es una cuestión de apariencias. Les invito a que disfruten por su cuenta Polina y Piruetas, en uno u otro orden. Captarán de inmediato que se trata de dos relatos completamente distintos. Sin embargo, al final percibirán un regusto común a los dos. Y no lo digo solo por las apariencias de las respectivas cubiertas, o por la afinidad que pueda haber entre el ballet clásico y el patinaje artístico. Los dos cómics parten en principio de posiciones autorales y de tradiciones gráficas y narrativas distintas, es cierto; sin embargo, finalmente confluyen los dos más allá de los géneros, de igual modo que confluyen las tradiciones (europea, japonesa, americana). Les confesaré que a mí me ha emocionado más Polina, quizás precisamente en función de mi género, pero este es un dato subjetivo. Tampoco Piruetas se queda manca a la hora de transmitir emoción. Supongo que la cosa tendrá que ver con las identificaciones que en cada caso realice el lector o lectora. Lo que importa a fin de cuentas, más que el entretenimiento o el goce privado de cada cual -que no deja de ser a su vez determinante-, es el valor del discurso que ambos tebeos destilan. Es el valor de la integridad, conseguida mediante el dominio del movimiento y del tiempo a través de la danza. Requiere constancia y esfuerzo, pero el resultado es admirable. No les cuento más.
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