Nieve en los bolsillos es el título de la reciente novela gráfica de Kim (Joaquin Aubert Puigarnau). En ella el autor narra su viaje y estancia en Alemania en 1963, cuando con veinte años se encontraba a las puertas de cumplir el servicio militar obligatorio en una España subyugada por el general Franco y sus adláteres. De este modo, las circunstancias históricas y culturales que enmarcan el relato de Kim lo convierten en un testimonio cargado de tinte autobiográfico, sí, pero sobre todo histórico.
Lo que prevalece en Nieve en los bolsillos no es la autoexpresión. Ni se inscribe este tebeo en el ámbito de la literatura gráfica confesional. Si realizáramos un experimento mental consistente en imaginar el relato de Kim sin firma y sin datos que permitiesen identificar a su autor, nos encontraríamos con una obra que comparte más con Lazarillo de Tormes, novela anónima del siglo XVI, que con Las Confesiones de Agustín de Hipona, escritos los tres libros en primera persona. De hecho, Nieve en los bolsillos entronca con ese realismo tan peculiar y característico de la literatura y el arte de nuestro país, no exento de crueldad, en el que el componente autobiográfico, cuando se da, se limita a constituir el sujeto de la narración, pero no su objeto.
Lo relevante pues en Nieve en los bolsillos, como en El Lazarillo de Tormes, es el retrato de una época, unos personajes, unos ambientes, etcétera, a partir de una sucesión de relatos encadenados por la singular vivencia del narrador. (Esto no significa para nada que Nieve en los bolsillos continúe la tradición de la denominada novela picaresca, que es otra cosa.) Kim aprovecha su experiencia personal en Alemania, a comienzos de los años sesenta pasados, para hilvanar un tapiz que refleja el panorama de la dura emigración de españoles allí en aquellas circunstancias. Pero no lo hace a la manera de Shaun Tan en Emigrantes (2006), un sorprendente cómic mudo cuyas imágenes oníricas añaden a la realidad de la emigración las huellas del superrealismo y, con ello, de la intimidad del autor, propia de ese tipo de imágenes. En Nieve en los bolsillos, la subjetividad de Kim se limita a ser la costura de una narración gráfica realista, lejos de la autoficción. (Dejaré que el lector descubra el porqué de tal título, surrealista con todo, y su significado en la historia contada por Kim.)
Aunque toda representación -icónica o simbólica- es ficticia, en cuanto sustituye a lo real, una y otra, realidad y ficción, se retroalimentan. Y en este sentido, Nieve en los bolsillos, además de ser una verdadera ficción por su naturaleza figurativa, es ante todo una ficción verdadera, debido a su conexión con la realidad histórica.
Es aquí donde Nieve en los bolsillos remite a El arte de volar y a El ala rota, las dos novelas gráficas anteriores dibujadas por Kim sobre guiones de Antonio Altarriba. Independientemente de las diferencias en la construcción de las respectivas novelas, los tres títulos contribuyen a la recuperación de la historia española del siglo veinte, antes de que el imperio de la posverdad se apodere de todo. Kim se revela ahora como buen narrador, aunque a fin de cuentas ya demostró su fuste al frente de Martínez el Facha durante décadas. La memoria y la historia son primas hermanas. El arte permite su conjunción. El cómic se revalida como un medio idóneo para exponer dicha conjunción en términos realistas.
Hay elegancia en el trabajo de Kim, como la suele haber en los buenos tebeos, si bien me parece que esta no es tanto una cualidad inherente al noveno arte, sino al savoir faire autoral. En lo que a Nieve en los bolsillos concierne, apunto el episodio sobre la habitación de las maletas perdidas. Tremendas son las asociaciones en la mente del espectador sugeridas por Kim ante tales viñetas. Su elegancia consiste en mostrar sin decir... sugerencias en este caso.
En comentarios como el presente, referidos a obras que tratan realidades históricas fuertes, intento eludir el término historieta ante el riesgo de banalizar dichas realidades o incluso la historia como tal. No obstante, diré que Kim, en Nieve en los bolsillos, emplea su dominio del arte de la historieta para describir un capítulo duro de la historia de los españoles. Y en virtud de ese arte, que es el del cómic, el resultado es a la postre una historieta agridulce.
Lo que prevalece en Nieve en los bolsillos no es la autoexpresión. Ni se inscribe este tebeo en el ámbito de la literatura gráfica confesional. Si realizáramos un experimento mental consistente en imaginar el relato de Kim sin firma y sin datos que permitiesen identificar a su autor, nos encontraríamos con una obra que comparte más con Lazarillo de Tormes, novela anónima del siglo XVI, que con Las Confesiones de Agustín de Hipona, escritos los tres libros en primera persona. De hecho, Nieve en los bolsillos entronca con ese realismo tan peculiar y característico de la literatura y el arte de nuestro país, no exento de crueldad, en el que el componente autobiográfico, cuando se da, se limita a constituir el sujeto de la narración, pero no su objeto.
Lo relevante pues en Nieve en los bolsillos, como en El Lazarillo de Tormes, es el retrato de una época, unos personajes, unos ambientes, etcétera, a partir de una sucesión de relatos encadenados por la singular vivencia del narrador. (Esto no significa para nada que Nieve en los bolsillos continúe la tradición de la denominada novela picaresca, que es otra cosa.) Kim aprovecha su experiencia personal en Alemania, a comienzos de los años sesenta pasados, para hilvanar un tapiz que refleja el panorama de la dura emigración de españoles allí en aquellas circunstancias. Pero no lo hace a la manera de Shaun Tan en Emigrantes (2006), un sorprendente cómic mudo cuyas imágenes oníricas añaden a la realidad de la emigración las huellas del superrealismo y, con ello, de la intimidad del autor, propia de ese tipo de imágenes. En Nieve en los bolsillos, la subjetividad de Kim se limita a ser la costura de una narración gráfica realista, lejos de la autoficción. (Dejaré que el lector descubra el porqué de tal título, surrealista con todo, y su significado en la historia contada por Kim.)
Aunque toda representación -icónica o simbólica- es ficticia, en cuanto sustituye a lo real, una y otra, realidad y ficción, se retroalimentan. Y en este sentido, Nieve en los bolsillos, además de ser una verdadera ficción por su naturaleza figurativa, es ante todo una ficción verdadera, debido a su conexión con la realidad histórica.
Es aquí donde Nieve en los bolsillos remite a El arte de volar y a El ala rota, las dos novelas gráficas anteriores dibujadas por Kim sobre guiones de Antonio Altarriba. Independientemente de las diferencias en la construcción de las respectivas novelas, los tres títulos contribuyen a la recuperación de la historia española del siglo veinte, antes de que el imperio de la posverdad se apodere de todo. Kim se revela ahora como buen narrador, aunque a fin de cuentas ya demostró su fuste al frente de Martínez el Facha durante décadas. La memoria y la historia son primas hermanas. El arte permite su conjunción. El cómic se revalida como un medio idóneo para exponer dicha conjunción en términos realistas.
Hay elegancia en el trabajo de Kim, como la suele haber en los buenos tebeos, si bien me parece que esta no es tanto una cualidad inherente al noveno arte, sino al savoir faire autoral. En lo que a Nieve en los bolsillos concierne, apunto el episodio sobre la habitación de las maletas perdidas. Tremendas son las asociaciones en la mente del espectador sugeridas por Kim ante tales viñetas. Su elegancia consiste en mostrar sin decir... sugerencias en este caso.
En comentarios como el presente, referidos a obras que tratan realidades históricas fuertes, intento eludir el término historieta ante el riesgo de banalizar dichas realidades o incluso la historia como tal. No obstante, diré que Kim, en Nieve en los bolsillos, emplea su dominio del arte de la historieta para describir un capítulo duro de la historia de los españoles. Y en virtud de ese arte, que es el del cómic, el resultado es a la postre una historieta agridulce.
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