Después de Logicomix (2008), vinieron Cosmicómic (2013) y Neurocómic (2013).
La creencia que afirma que los dos hemisferios del cerebro (el izquierdo y el derecho) funcionan separadamente y hasta son incompatibles es afín a la creencia que afirma lo mismo respecto a la ciencia y el arte. Son dos creencias simplistas. Olvidan que el cerebro es un órgano vital de individuos indivisos (valga la redundancia), capaces de ser científicos y artistas a la vez. Tal es el caso de Matteo Farinella, doctor en neurociencia y dibujante de Neurocómic, un tebeo escrito en colaboración con la también doctora en la materia Hana Ros.
Neurocómic es fiel a lo que su título indica. No es un mero libro de divulgación científica. Pretende comunicar, sí, los fundamentos de la neurociencia; pero a la vez quiere inscribirse en el noveno arte. Creo que el blog de Matteo Farinella [este] da cuenta de la intención comunicativa que inspira este cómic neural.
De este modo, la pregunta al final -o al principio- viene a ser qué hay de ciencia y, sobre todo, qué hay de historieta en Neurocómic. Pues a fin de cuentas este libro se presenta como tebeo.
Uno de los misterios por resolver desde la perspectiva científica tiene que ver con el conocimiento de las funciones del sistema nervioso y, sobre todo, de su órgano principal: el cerebro. Del cerebro se sabe muy poco en comparación con lo que se conoce del resto de órganos corporales, a pesar de que el sistema nervioso en general, y el cerebro en particular, están íntimamente vinculados a las denominadas funciones superiores que singularizan a la especie humana. (Las ciencias naturales son en última instancia ciencias humanas.) Y la ciencia que se ocupa de este campo es relativamente reciente. Nació con Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) y con la intervención de Camillo Golgi (1843-1926). Es la neurociencia, una de las piezas esenciales en el desarrollo del nuevo paradigma cognitivo. (De Ramón y Cajal, por cierto, se conservan muestras de su más que afición por el dibujo.)
Farinella y Ros sintetizan en Neurocómic la información básica disponible al efecto. Son los rudimentos de la neurociencia, pero están bien asentados. Aunque siempre es infinitamente menor lo conocido con respecto a lo desconocido, el avance científico ancla sus logros paso a paso con solidez. Esta es una de las causas del optimismo de los que cultivan la ciencia.
¿Qué decir de Neurocómic en cuanto tebeo? Los autores proponen aquí una especie de metahistorieta autorreferencial que apela abiertemente al lector y en concreto a su cerebro. No solamente es que el viaje descrito en el cómic transcurra en dicho cerebro. Es que además, en nombre de Scott McCloud, los autores proponen que el tebeo solo existe en la medida en que la cabeza del lector lo construye como tebeo.
Didactismos aparte, a mí me parece que con este planteamiento Farinella y Ros incurren en una paradoja. Lo cual, por cierto, no invalida para nada Neurocómic en cuanto tebeo. Me refiero a lo siguiente. El sustrato de la neurociencia es de índole materialista cuando afirma que la mente se reduce al cerebro. Sin embargo, la afirmación de que lo real -el tebeo en este caso- existe gracias a la actividad del cerebro, recuerda demasiado al famoso esse est percipi (ser es ser percibido) del filósofo George Berkeley (1685-1753) y a su idealismo subjetivo. Del mismo cerebro se podría decir que existe en tanto que percibido como tal. Con lo cual, esa es la paradoja. El materialismo deriva en idealismo y a la vez el idealismo en materialismo.
Como digo, esto no afecta nada al valor de Neurocómic en cuanto tebeo. A fin de cuentas, lo mejor que tiene el idealismo de Berkeley es que es el inspirador de multitud de narraciones y relatos de ficción -algunos memorables- en diferentes medios. Berkeley es uno de los filósofos de artistas y soñadores (también lo es Nietzsche, pero en otro sentido).
Por otra parte, las paradojas son también una fuente inspiradora de guiones y obras artísticas (la paradoja de Russell, por ejemplo, presente en Logicomix). A Farinella y a Ros les ha servido esta fuente, quizás, para construir un relato que aleja a Neurocómic del mero informe científico y lo convierte en historieta.
También está, por supuesto, el apartado gráfico de Neurocómic, sin el cual tampoco habría tebeo (esto no solo parece una perogrullada, sino que lo es). Yo le encuentro un cierto aire medieval agradable y hermoso. Al menos es así como lo percibe mi cerebro a través de mis sensaciones.
Neurocómic es fiel a lo que su título indica. No es un mero libro de divulgación científica. Pretende comunicar, sí, los fundamentos de la neurociencia; pero a la vez quiere inscribirse en el noveno arte. Creo que el blog de Matteo Farinella [este] da cuenta de la intención comunicativa que inspira este cómic neural.
De este modo, la pregunta al final -o al principio- viene a ser qué hay de ciencia y, sobre todo, qué hay de historieta en Neurocómic. Pues a fin de cuentas este libro se presenta como tebeo.
Uno de los misterios por resolver desde la perspectiva científica tiene que ver con el conocimiento de las funciones del sistema nervioso y, sobre todo, de su órgano principal: el cerebro. Del cerebro se sabe muy poco en comparación con lo que se conoce del resto de órganos corporales, a pesar de que el sistema nervioso en general, y el cerebro en particular, están íntimamente vinculados a las denominadas funciones superiores que singularizan a la especie humana. (Las ciencias naturales son en última instancia ciencias humanas.) Y la ciencia que se ocupa de este campo es relativamente reciente. Nació con Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) y con la intervención de Camillo Golgi (1843-1926). Es la neurociencia, una de las piezas esenciales en el desarrollo del nuevo paradigma cognitivo. (De Ramón y Cajal, por cierto, se conservan muestras de su más que afición por el dibujo.)
Farinella y Ros sintetizan en Neurocómic la información básica disponible al efecto. Son los rudimentos de la neurociencia, pero están bien asentados. Aunque siempre es infinitamente menor lo conocido con respecto a lo desconocido, el avance científico ancla sus logros paso a paso con solidez. Esta es una de las causas del optimismo de los que cultivan la ciencia.
¿Qué decir de Neurocómic en cuanto tebeo? Los autores proponen aquí una especie de metahistorieta autorreferencial que apela abiertemente al lector y en concreto a su cerebro. No solamente es que el viaje descrito en el cómic transcurra en dicho cerebro. Es que además, en nombre de Scott McCloud, los autores proponen que el tebeo solo existe en la medida en que la cabeza del lector lo construye como tebeo.
Didactismos aparte, a mí me parece que con este planteamiento Farinella y Ros incurren en una paradoja. Lo cual, por cierto, no invalida para nada Neurocómic en cuanto tebeo. Me refiero a lo siguiente. El sustrato de la neurociencia es de índole materialista cuando afirma que la mente se reduce al cerebro. Sin embargo, la afirmación de que lo real -el tebeo en este caso- existe gracias a la actividad del cerebro, recuerda demasiado al famoso esse est percipi (ser es ser percibido) del filósofo George Berkeley (1685-1753) y a su idealismo subjetivo. Del mismo cerebro se podría decir que existe en tanto que percibido como tal. Con lo cual, esa es la paradoja. El materialismo deriva en idealismo y a la vez el idealismo en materialismo.
Como digo, esto no afecta nada al valor de Neurocómic en cuanto tebeo. A fin de cuentas, lo mejor que tiene el idealismo de Berkeley es que es el inspirador de multitud de narraciones y relatos de ficción -algunos memorables- en diferentes medios. Berkeley es uno de los filósofos de artistas y soñadores (también lo es Nietzsche, pero en otro sentido).
Por otra parte, las paradojas son también una fuente inspiradora de guiones y obras artísticas (la paradoja de Russell, por ejemplo, presente en Logicomix). A Farinella y a Ros les ha servido esta fuente, quizás, para construir un relato que aleja a Neurocómic del mero informe científico y lo convierte en historieta.
También está, por supuesto, el apartado gráfico de Neurocómic, sin el cual tampoco habría tebeo (esto no solo parece una perogrullada, sino que lo es). Yo le encuentro un cierto aire medieval agradable y hermoso. Al menos es así como lo percibe mi cerebro a través de mis sensaciones.
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