Más que temporal, el arte de Chillida es espacial. Así queda evidente en El mapa de Chillida, el cómic de David Marto recién publicado hace dos meses. La capacidad de síntesis que Marto despliega en esta obra permite comprender cómo Eduardo Chillida perteneció a una época, un momento histórico, que dejaba de lado la dimensión temporal humana en favor de una lectura puramente espacial, geográfica ―estructuralista― de nuestro entorno. Es una concepción ilustrada que impulsa la consecución de unos valores atemporales: tolerancia, paz, diálogo, justicia, etc., que el artista promovió con sus inmensas esculturas (obra pública) por diferentes puntos de la geografía no solo española. En cualquier caso, dejaré que quienes lean esta historieta descubran la belleza que encierra, pese a su aparente simplicidad.
No he podido evitar acordarme de una anécdota. En uno de sus libros, no recuerdo ahora en cuál, el donostiarra Savater escribe que iba paseando por su ciudad cuando se le acercó un viandante que buscaba la forma de llegar a "El peine del tiempo" [por "El peine del viento", de Chillida, que se encuentra frente al Cantábrico en San Sebastián]. Savater, ni corto ni perezoso, le respondió que el peine del tiempo es el que nos deja a todos calvos.
Frente al tiempo, no cabe duda de que Eduardo Chillida optó por el espacio.
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