A veces da por pensar, en términos puramente racionales, que la posesión es enemiga de la tranquilidad. Cuanto más involucrados estemos con los adjetivos posesivos en primera persona (mi x, nuestro y, mis x', nuestros y'), más expuestos estaremos a las preocupaciones, accidentes o averías y, en el peor de los casos, a los estropicios. Esto es en principio aplicable a la mera posesión de cosas u objetos, sean estos muebles o inmuebles. El asunto cambia, sin embargo, cuando establecemos lazos íntimos (familiares, de amistad, de cariño o similares) con otros animales humanos o no humanos, a los que por cierto nos referimos usando también los adjetivos posesivos en primera persona: 'mis hijos', 'nuestros nietos', 'mi pareja', 'mi perro', 'nuestro gato'... No se trata en estos casos estrictamente de posesión (como no es tampoco una muestra de posesión, en otro orden de relaciones, cuando alguien dice por ejemplo 'mi abogado'). La pérdida de seres íntimamente queridos puede afectar a la estructura profunda de la personalidad de quienes padecen dicha pérdida, y no solo a su sistema nervioso central. Es así como se instauran los procesos psíquicos de duelo. Esta falta o ausencia provoca una situación que excede la fría lógica del cálculo racional y a la que todos estamos expuestos.
No es cinismo apreciar que estas situaciones de duelo casan bien con la narrativa, tanto en los casos en que el autor expone su experiencia dolorosa en modo terapéutico, como cuando se utiliza esta vivencia en relatos de pura ficción (aunque también es cierto que no todo el mundo está dispuesto a soportar historias dolientes, sean o no reales).
Recientemente han aparecido en el mercado de los cómics dos títulos que tienen en común el hecho de que sus respectivas ficciones se basan en sendos procesos de duelo paterno y materno, respecto a la pérdida de un hijo en un caso y de una hija en el otro. Se trata, por un lado, de La fosa, un relato gráfico de Erik Kriek con tintes lovecraftianos cuyo final resulta de lo más inquietante. Por otro lado, se encuentra Laberintos, de Jeff Lemire, una inteligente historieta de ciudad que tiene en cuenta el hilo de Ariadna para vencer al minotauro. Los dos cómics se levantan sobre el duelo parental. Los dos comparten una agilidad narrativa sustentada en un grafismo dinámico y solvente. Los dos me han hecho pasar buenos ratos y han estimulado mi imaginación, y eso que soy en principio reacio a embarcarme en historias construidas sobre situaciones de duelo por la pérdida de algún hijo.
Supongo que habrá influido en mi actitud el hecho de que tanto La fosa como Laberintos plantean conflictos ficticios.
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