Nubes tormentosas se ciernen sobre el horizonte. Parecía que algo horrible se había quedado atrás, aunque tal vez no es así. Y es que lo que puede suceder sucederá, pues ¿en qué otra cosa consiste la historia? Pero calma. El pasado siempre vuelve, aunque modificado. El tiempo no pasa nunca en balde.
La cuestión es el decadentismo, tan propio de los años setenta del siglo pasado y del progresismo a él asociado. Pero el caso es que hay una atmósfera estética, un cúmulo de inquietudes o una concepción del arte y de la literatura ―y de la vida a la larga― que se dio entre las décadas de 1870 y 1890 del siglo XIX en Francia e Inglaterra, principalmente, con ese nombre: decadentismo.
La línea de fuga, el tebeo de Dabitch y Flao (Futuropolis, 2007; Norma Editorial, 2009), comienza en el París de 1888 y en él se despliega en principio el entorno histórico de Anatole Baju y su revista El Decadente (1886-1889), por él dirigida y publicada como intento de prolongar el legado poético de Arthur Rimbaud. Pero además, y sobre todo, La línea de fuga va más allá por cuanto muestra la experiencia de un poeta, Adrien, en principio imitador de Rimbaud, que emprende un periplo en búsqueda de Rimbaud ―al final por tierras de África― para superar esa imitación y encontrarse a sí mismo.
La belleza de este cómic, de apariencia histórica, no invalida la cuestión planteada arriba. En el debate actual entre el decadentismo, la postmodernidad, el progresismo y la modernidad hay en juego toda una concepción no ya de la historia, sino de nuestra manera de estar en el mundo. Son muchas las líneas de fuga que el presente nos propone, pero no cabe duda de que una de ellas, poéticamente estimulante, es la que deriva de Rimbaud, tan vanguardista como lingüísticamente moderna. Hay otras líneas peores, pero me abstendré de citarlas aquí.
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