Una vez asumido el carácter metafórico del lenguaje, de todo lenguaje, importan sobre todo sus efectos, su utilidad. En este sentido, la nueva edición en español de El héroe de las mil caras ―el primero y más influyente de los grandes libros del influyente Joseph Campbell― resulta de lo más oportuna en tiempos de tribulación. La lectura de Campbell no solo reactiva ideas dormidas, actualiza la atemporalidad de la infancia, restablece la historia de nuestro más remoto pasado o nos reconcilia con nuestro presente... sino que, en fin, nos reconforta ante las intuiciones de un devenir inquietante. Pero no se trata solo del valor restitutivo del discurso de Campbell. Cuando pone en evidencia que las diferentes mitologías y sus derivados son inflexiones de una lengua universal que remite a una clase de experiencias comunes, Joseph Campbell deja claro que Dios es la metáfora de un sinnúmero de metáforas, todas ellas enraizadas en vivencias exclusivamente humanas y a la postre articuladas en una multiplicidad de relatos. No en vano, la obra más monumental de este autor se titula precisamente Las máscaras de Dios. (En mi lectura, si el nombre es una máscara, Dios deviene entonces la máscara de sus máscaras.)
La figura del héroe es una imagen poderosa. Su lugar natural puede que sea el de las ensoñaciones ficticias, pero es esta una hipótesis que se compadece bien con su presencia cultural en tantos mitos y leyendas, cuentos y relatos, películas e historietas; construcciones todas ellas, al cabo, simbólicas. No obstante, el éxito universal de esta figura es un indicio de que las representaciones del héroe, con las mitologías respectivas en las que se inscriben, apuntan directamente hacia lo real. Campbell encontró un fundamento psicoanalítico subyacente en la elaboración de los mitos, pero a la vez les confirió una significación metafísica y una función social. No son meras fantasías de neuróticos (aunque también), sino que, como producciones artísticas que son, desempeñan tareas de formación y sostén, tanto de los individuos como de las colectividades a las que estos pertenecen.
El héroe campbelliano es una aspiración, un constructo ideal que tiene su origen en multitud de observaciones empíricas ―de inscripciones, de representaciones icónicas, de epopeyas y narraciones mitopoyéticas― y en otras tantas síntesis hermenéuticas llevadas a cabo por el autor estadounidense. Es un resultado intelectual, por más que entronque con aspiraciones vitales. Su emblema es el monomito, la aportación formal de Campbell al tratamiento del héroe.
En tanto que emblema, el monomito es susceptible de ser estereotipado. Así se muestra en ciertas enunciaciones que presentan la síntesis de Campbell como una mera serie de pasos a seguir por el héroe para llegar a ser tal, cual si el monomito fuese una suerte de algoritmo o recetario iniciático: el viaje del héroe, el periplo del héroe, etc., con sus correspondientes pasos o etapas. Es un estereotipo que puede ser llevado a los talleres de escritura de guiones, y de alguna forma inspirador de sagas como La guerra de las galaxias (el propio Campbell alude al respecto en El poder del mito), pero no sé yo hasta qué punto es sencillo encontrar al héroe campbelliano en las series de entretenimiento, más allá de algunas de las circunstancias que lo caracterizan. De hecho, si el héroe campbelliano es un destilado, un personaje ideal obtenido a partir de la constatación y la síntesis de multitud de relatos y simbologías, ¿Dónde está ese héroe? ¿Diluido en sus mil caras?
En el ámbito del cómic son del todo genuinas las historietas de superhéroes, aunque es obvio que la representación del héroe entre viñetas no se limita a ese género (El héroe, de David Rubín, constituye un magnífico ejemplo de historieta que saca al héroe de los tebeos de superhéroes). La cuestión es si podemos encontrar al héroe campbelliano entre los superhéroes. Pero como partimos de que ese héroe es un constructo ideal, se diría que materialmente no existe como tal, en sentido pleno, en ninguna de las realizaciones superheroicas, por más que sí encontremos algún vislumbre en el Superman de Grant Morrison o en el Daredevil de Frank Miller, por citar un par de casos.
Lo cierto es que Campbell es consciente de que el héroe clásico responde a un tipo de sociedad tradicional alejado de las sociedades democráticas actuales. A una nueva sociedad, en principio, le corresponde un nueva mitología y un nuevo tipo de héroe (en Mitología creativa, volumen IV de Las máscaras de Dios, Campbell se centra en la mitología moderna, que nace no de la teología sino del individuo). Desde este planteamiento, podemos preguntarnos si en el cómic no de género, sino en el tebeo que expone vivencias de sujetos que encontramos reconocibles como "uno de los nuestros" hay rasgos heroicos, si bien no en el sentido del héroe clásico. Es materia para otra ocasión.
Y bueno, aunque no aceptemos que el héroe campbelliano existe, sí nos gusta aceptar, en cambio, la tesis de Campbell que afirma que el héroe se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Ese es su lugar.
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