La locura impregna Yo, loco; es su objeto y su sujeto; es la empuñadura de una enloquecida fabulación que se retuerce sobre sí misma como en una vivisección. Antonio Altarriba y Keko no dejan de sorprendernos. Tras Yo, asesino (2014) y en espera de que culminen Yo, mentiroso, la recién aparecida Yo, loco (2018), segunda pieza de la denominada por Altarriba "trilogía egoísta", coloca el listón muy alto. Quizás El perdón y la furia (2017) podría dar pie para hablar de una tetralogía de Altarriba y Keko, pero no estoy seguro, pese a la continuidad de esta con Yo, asesino. Parece ser que la "trilogía egoísta" estaba ya proyectada por los autores, y ya había aparecido en el mercado Yo, asesino, antes de que el Museo del Prado les encargase lo que resultó ser El perdón y la furia. Pero estas son disquisiciones para el futuro. Lo que hoy tenemos delante es una potente historieta: Yo, loco. Supone otra vuelta de tuerca (nunca mejor dicho) en el arte de la narración gráfica llevada a cabo por Altarriba y Keko.
Lo escribió Oscar Masotta en el Prólogo de La historieta en el mundo moderno: "En la historieta todo significa, o bien todo es social y moral". En una de las viñetas de Yo, Loco se aprecia un estante con libros en cuyo extremo derecho podemos distinguir cinco lomos con el título legible. Se trata de Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault; Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; La piedra de la locura, de Fernando Arrabal; El teatro y su doble, de Antonin Artaud, y El elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam. Estos cinco títulos proporcionan las claves que iluminan el guion de Altarriba dibujado por Keko.
A la sombra de Foucault nos referimos a propósito de Yo, asesino [aquí]. Ahora, en Yo, loco, Foucault ha pasado de ser una sombra a inspirar el alcance social de una historia que desvela el devenir de la locura y la enfermedad mental (psíquica) puesto en manos de las poderosas empresas farmacéuticas.
Los libros de Cervantes y de Erasmo, respectivamente, se complementan. El doctor Molinos se enfrenta a los gigantes sin percatarse de que aceptar y adoptar la estulticia generalizada es lo mejor para no terminar maltrecho. Quién está realmente loco, esa es la cuestión. ¿Todos? ¿Ninguno? ¿Los malos de la película? ¿Las víctimas? El elogio de la locura se transforma en el lector de Yo, loco en un elogio -y un anhelo- de la lucidez.
El texto de Artaud El teatro y su doble se encuentra en la fuente del teatro de la crueldad e influyó en Fernando Arrabal y el Grupo Pánico. El protagonista de Yo, loco, Ángel Molinos, fue autor dramático antes que psicólogo profesional. Consiguió estrenar su obra Van Gogh, el suicidado de la sociedad.
En realidad, por la historieta se diluyen numerosas referencias culturales además de las ya citadas: la marca amarilla, la nave de los locos, el panóptico... Pero Yo, loco es ante todo un magnífico tebeo. Como suelo decir, no hay que estudiar para disfrutarlo. Su trama y ejecución contienen suficiente pericia historietística como para absorber sin más. Aunque Yo, loco es también una ficción verídica, un delirio desenmascarador, un lamento de la cordura.
El cariz que adopta el guion a lo largo de la obra y sobre todo su final me ha recordado un viejo cuento. Un señor va al médico y le dice compungido que tiene un cocodrilo debajo de la cama. El médico lo tranquiliza y le recomienda unas pastillas. Al cabo de un tiempo el paciente vuelve al médico con la historia de que continúa teniendo un cocodrilo debajo de la cama. De nuevo la receta consiste en tranquilidad y pastillas con la dosis aumentada. Y así sucesivamente. Un día, meses después de la última visita, el doctor se pregunta qué habrá sido de ese señor. Consulta su fichero, toma nota de la dirección del paciente y acude a visitarlo. Cuando llega al inmueble pregunta en conserjería si vive ahí don Fulano. Bueno, vivía, le dice el conserje. ¿Se cambió de dirección?, pregunta el médico. No, contesta el portero. Se lo comió un cocodrilo que tenía debajo de la cama.
Lo que se cuenta en Yo, loco no es desde luego un cuento, Tampoco es un mero thriller entretenido, aunque también lo es. Cuando Keko y Altarriba publiquen Yo, mentiroso, tercer tomo de su trilogía prevista, veremos. La cosa promete, pues parece que la nueva historieta girará en torno a la prensa y sus pretensiones.
A la sombra de Foucault nos referimos a propósito de Yo, asesino [aquí]. Ahora, en Yo, loco, Foucault ha pasado de ser una sombra a inspirar el alcance social de una historia que desvela el devenir de la locura y la enfermedad mental (psíquica) puesto en manos de las poderosas empresas farmacéuticas.
Los libros de Cervantes y de Erasmo, respectivamente, se complementan. El doctor Molinos se enfrenta a los gigantes sin percatarse de que aceptar y adoptar la estulticia generalizada es lo mejor para no terminar maltrecho. Quién está realmente loco, esa es la cuestión. ¿Todos? ¿Ninguno? ¿Los malos de la película? ¿Las víctimas? El elogio de la locura se transforma en el lector de Yo, loco en un elogio -y un anhelo- de la lucidez.
El texto de Artaud El teatro y su doble se encuentra en la fuente del teatro de la crueldad e influyó en Fernando Arrabal y el Grupo Pánico. El protagonista de Yo, loco, Ángel Molinos, fue autor dramático antes que psicólogo profesional. Consiguió estrenar su obra Van Gogh, el suicidado de la sociedad.
En realidad, por la historieta se diluyen numerosas referencias culturales además de las ya citadas: la marca amarilla, la nave de los locos, el panóptico... Pero Yo, loco es ante todo un magnífico tebeo. Como suelo decir, no hay que estudiar para disfrutarlo. Su trama y ejecución contienen suficiente pericia historietística como para absorber sin más. Aunque Yo, loco es también una ficción verídica, un delirio desenmascarador, un lamento de la cordura.
El cariz que adopta el guion a lo largo de la obra y sobre todo su final me ha recordado un viejo cuento. Un señor va al médico y le dice compungido que tiene un cocodrilo debajo de la cama. El médico lo tranquiliza y le recomienda unas pastillas. Al cabo de un tiempo el paciente vuelve al médico con la historia de que continúa teniendo un cocodrilo debajo de la cama. De nuevo la receta consiste en tranquilidad y pastillas con la dosis aumentada. Y así sucesivamente. Un día, meses después de la última visita, el doctor se pregunta qué habrá sido de ese señor. Consulta su fichero, toma nota de la dirección del paciente y acude a visitarlo. Cuando llega al inmueble pregunta en conserjería si vive ahí don Fulano. Bueno, vivía, le dice el conserje. ¿Se cambió de dirección?, pregunta el médico. No, contesta el portero. Se lo comió un cocodrilo que tenía debajo de la cama.
Lo que se cuenta en Yo, loco no es desde luego un cuento, Tampoco es un mero thriller entretenido, aunque también lo es. Cuando Keko y Altarriba publiquen Yo, mentiroso, tercer tomo de su trilogía prevista, veremos. La cosa promete, pues parece que la nueva historieta girará en torno a la prensa y sus pretensiones.
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