Salud y tebeos

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Mantened los ojos bien abiertos.
(Winsor McCay)

viernes, 22 de enero de 2016

Pies descalzos, manga universal

2.600 páginas con viñetas distribuidas en cuatro tomos -sin contar los prólogos, créditos y tal- componen el cuerpo de la reciente edición completa en nuestro idioma de Pies descalzos. Una historia de Hiroshima, de Keiji Nazakawa. Cuando en julio pasado salió el primero de esos volúmenes, hice acuse de recibo [aquí] y escribí una primera aproximación a esta novela gráfica. Ahora que ha salido el cuarto tomo y la obra está culminada, prosigo mi comentario.


La lectura hasta el final de Pies descalzos trae consigo una reafirmación de los valores humanitarios, humanistas o simplemente humanos que Nazakawa proyecta en su obra. Y lo hace mediante una descripción de los horrores de la guerra que, pese a su dilatada extensión, mantiene sabiamente la atención del lector sin que a este el libro se le caiga de las manos. Todo ello intercalando apreciaciones, comentarios, amplificaciones acerca del pacifismo que la novela transmite, pero sin abandonar la pura narratividad ni el sentido del relato y sin renunciar a la violencia de muchas de las situaciones descritas. El resultado al que llega Pies descalzos es difícil de conseguir. Se trata de una gran obra, en consecuencia, que, como suele decirse, debería ser de lectura obligada.

Doble ha sido la curiosidad que ha guiado mi lectura de Pies descalzos.

En primer lugar, es natural el interés que suscita un relato basado en el desastre de Hiroshima contado por alguien que estaba allí con seis años cuando la bomba estalló. No se me escapaba que la narración de los hechos, de una brutalidad atroz, debía transmitir una relevante perspectiva moral; pero a la vez, siendo un cómic en esa tesitura, debía contener grandes dosis de savoir faire en lo que a la realización de escritura y dibujo secuenciados se refiere. No me ha defraudado en absoluto el trabajo de Nazakawa. Al contrario. El escritor Adolfo García Ortega pone Pies descalzos a la altura de la obra de Balzac, de Proust, Galdós, Tolstói... Es una consideración aceptable, siempre que apreciemos el valor de unas obras que trascienden su medio y devienen universales, independientemente de que estén escritas o dibujadas o secuenciadas o filmadas o musicadas o escenificadas, etcétera.


Un segundo interés, junto al anterior, motivó mi lectura de Pies descalzos. Veamos. El primer tomo de esta obra monumental incluye un prólogo de Art Spiegelman fechado en 1990 y titulado "Los cómics después de la bomba". También presenta en su contracubierta una cita de Robert Crumb que afirma: "Uno de los mejores cómics de todos los tiempos". Por su parte, también en la contracubierta del volumen dos de Pies descalzos hay otra cita, esta vez del mismo Spiegelman: "Esta historia tan gráfica y desgarradora hará crecer en tu memoria un cráter radioactivo que no permitirá que la olvides". Es decir, me llamó la atención el que un manga fuera reconocido como una obra capital sin ambages por Crumb y Spiegelman, dos grandes representantes del cómic underground estadounidense. Era como si hubiese un hilo conductor, una afinidad electiva, entre Pies descalzos y el comix. Y en efecto, lo hay.

La cosa tiene que ver con algo que ha ido saliendo en algunas entradas de este sitio y que resume perfectamente el título del prólogo de Spiegelman citado: "los cómics después de la bomba".

La realidad de la bomba atómica introdujo una novedad terrorífica en la Historia. La primera generación que padeció sus efectos, directos e indirectos, reaccionó ante el horror con respuestas también novedosas. Una especie de salto cuántico se produjo en los sesenta y setenta del siglo pasado -aunque con raíces en las décadas anteriores- no solo en los ámbitos sociales, políticos y cotidianos. La nueva contracultura extendida por doquier incluía maneras de expresar el desacuerdo a través del arte. Y el cómic fue una de esas maneras. La historia del noveno arte cambió para siempre gracias a aquella nueva generación de autores de tebeo. Tal vez entre los historietistas adscritos al comix prevaleció más la autoexpresión, si bien el alcance político de sus propuestas es del todo innegable (Maus como paradigma).

No obstante, la respuesta de Keiji Nazakawa al horror de la bomba mediante su cómic Pies descalzos es de todo punto moral. Tiene un valor estético, por supuesto. La historia está bien construida y narrada (a la japonesa, claro). Y en el seno de la misma historia el dibujo aparece como una suerte de catarsis individual. Pero nunca se olvida el autor del valor que puede tener la expresión artística como vehículo de superación de barreras y de cohesión social: "¡El arte no tiene fronteras!" descubre Gen, 'el de los pies descalzos'.


Una cierta inocencia aparentemente ingenua atraviesa el discurso de Pies descalzos. Es solo aparente. Lo que hay es una sencillez simbólica (ejemplificada en el símil de la espiga de trigo) que excluye lo innecesario o complejo ante el significado previsto. Estamos lejos de la incomunicación que destila Hiroshima mon amour (1959), la película de Alain Resnais basada en la escritura de Marguerite Duras. La historia de Gen Nakaoka es tebeo en estado puro. Apto para todos los públicos, lo cual no quiere decir para nada que sea infantil.

A la vez, Nazakawa lanza en su obra un airado reproche abiertamente político dirigido a todos los señores de la guerra. A los yanquis, claro está, por haber lanzado una bomba cuyas consecuencias exceden cualquier tipo de ponderación a escala humana. Pero también -y sobre todo- a la burocracia militarizada de su país, al complejo industrial-militar y al responsable último de todo ello, el emperador, pues fueron quienes sumieron de un modo fascista a los japoneses en aquella locura bélica. La puta guerra denunciada por Tardi en sus cómics no es sino una variante de lo representado por Nazakawa en Pies descalzos. Lo peor en la realidad es que el fantasma de la guerra no se ha desvanecido aún.

Yo creo que el sentido moral y político de esta obra lo expresa muy bien Nazakawa con estas palabras:

"Me gusta pensar que leer Pies descalzos ha ayudado a la gente a ser más consciente del horror de la guerra y de la bomba, así como del peligro de coartar la libertad de expresión."

La conjunción que establece el autor entre el horror de la guerra y de la bomba y la defensa de la libertad de expresión es lo que me lleva a conectar Pies descalzos no solo con el comix underground. -salvando la diferencia apuntada-, sino, a mayor escala, con lo  mejor de la civilización universal. 


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